FúTBOL › UN ARGENTINO QUE QUIERE A BRASIL CAMPEóN
› Por Rodolfo Braceli
A ver si consigo explicarme: porque soy argentino, quiero que este Mundial, éste, lo gane Brasil. ¿Cipayo de ocasión yo? ¿Sorete vendepatria yo? ¿Desolado desalmado descorazonado infeliz yo? (Piedad para el que se confiesa sin retorno, y un poco de paciencia; a ver si consigo explicarme.)
Soy argentino porque nací y aprendí a respirar aquí, cosa que continúo haciendo diariamente y sin feriados. Si soy argentino, de fútbol soy. Más de una vez en mis libros insistí con que el fútbol es una patria más intensa que la patria misma. ¿Exageración? ¿Blasfemia? No lo es y se demuestra fácil: comparemos la cantidad de banderas que asoman en fechas como el 20 de Junio o el 25 de Mayo con las que brotan cuando estamos de Mundial. Si soy argentino y de fútbol soy, no se entenderá, ni con la coartada del delirio, que yo ahora esté pronunciando en voz alta que, porque soy argentino, quiero que este Mundial lo gane Brasil.
Estoy tratando de explicar lo inexplicable. Si soy argentino (cosa que le puede pasar a cualquiera), soy entonces latinoamericano y soy sudamericano. Desde Adán y Eva, jamás, como en estos años, la región latinoamericana del mundo funcionó y se activó como una Patria Grande. Jamás, como ahora, se dieron simultáneamente gobiernos que, por fin, vienen siendo gobiernos que no quieren seguir arrodillados, partenaires sumisos del sumo imperio de los genocidios preventivos. En esta última década venimos teniendo gobiernos que no se bajan ni calzoncillos ni calzones, que no se regalan a pasivas relaciones carnales, que no se resignan a ser inodoro y bidé del primer mundo; gobiernos con sabor a dignidad, que brotaron de las urnas, no de la manipulación y los eructos de las embajadas norteamericanas. Estos gobiernos así de dignos vienen sucediendo en Chile, Uruguay, Bolivia, Paraguay (un rato), Venezuela, Ecuador, Brasil.
Nunca las izquierdas tuvieron tal simultaneidad en este Sur del Sur. Por supuesto que las derechas, en descarada alianza con los pulpos medios de descomunicación, no se duermen en la resignación: conspiran, hacen zancadillas, hasta celebran y magnifican las protestas callejeras que desde siempre condenaron y aborrecieron.
Considerando que Brasil posee un liderazgo indiscutido en la región, y presencia entre las diez potencias del mundo, no da igual que allí gobierne la izquierda que la derecha. No da igual para Brasil, ni da igual para la consolidación de esta simultaneidad mayoritaria de gobiernos populares en nuestro emergente Sur. Para decirlo con la síntesis insuperable de la vereda: sería una güevada, grave, que en las próximas elecciones de octubre el gobierno de Dilma Rousseff fuera reemplazado por uno de derecha. Una derrota de Dilma sería gravitante por contagio. Y si Brasil no es campeón siendo local, esto podría pasar.
Arribo a mi argumento: porque de fútbol somos, es que uno piensa y siente necesario que (por esta vez) Brasil, en su casa, consiga el título mundial. Más que necesario, imprescindible para que siga coagulando el concepto, el hábito de la Patria Grande.
Y si Brasil no ganara este Mundial, la continuidad de Dilma correría enormes riesgos en las elecciones tan próximas de octubre. Podría ser derrumbada por un desánimo colectivo, que hace un buen rato están fogoneando con alevosía los pulpos medios de la descomunicación. Se sumiría en una pesadilla recurrente, la del tan mentado fantasma del Maracanazo de 1950, cuando Uruguay consiguió el resultado imposible. La derrota del fútbol, contagiosa, se trasladaría a las urnas. Sin un gobierno de izquierda en Brasil, los otros gobiernos populares de la región quedarían desguarnecidos. Algo así como un efecto dominó empujado por el neoliberalismo, que lejos está de resignarse.
Por todo lo anterior, escribo de salida lo que escribí de entrada: porque soy argentino y entonces latinoamericano y entonces su-damericano, digo con todas las letras: quiero que al Mundial lo gane (no lo pierda) Brasil.
Debo confesarlo: al decir lo que digo, me retuerzo hasta el tuétano, la hernia del alma me estalla, el corazón me estrangula la garganta. Pero le pido a mi corazón, que de fútbol es, que cierre los ojos, que haga una excepción. Le explico que el fin de la historia no sucedió y que las ideologías existen; y por eso, qué vamos a hacerle, que Brasil al Mundial lo gane. Porque si lo pierde, malos vientos van a marchitar los gajos de democracias latinoamericanas que hoy atisban.
Madre mía, que Brasil alce la Copa. Aunque nos duela en el centro del corazón del alma. Todo sea para sostener este sueño de pronto encarnándose en la realidad. Todo sea para coagular esa utopía –¡por fin!– ahora palpable: la mentada Patria Grande.
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