FúTBOL › EN LOS CUARTOS DE FINAL YA NO SE VIO MUCHO JUEGO OFENSIVO
La fantástica cantidad de tantos de la primera ronda contrasta con la pobre cosecha de las etapas decisivas, donde los equipos se preocuparon más en defenderse que en atacar. De los 2,83 goles de la fase de grupos se bajó a 1,25 en esta instancia.
› Por Juan José Panno
Desde Río de Janeiro
El promedio de gol en los partidos de la primera fase fue de 2,83.
El promedio de gol de los octavos de final fue de 2,25.
El promedio de gol de los cuartos de final fue de 1,25.
Los datos empiezan a poner en cuestionamiento la idea de que estábamos en presencia de la mejor Copa de la historia, tal como se barajaba hace apenas un par de semanas. Y más allá de los datos, que algo revelan, también quedó claro que en los ocho encuentros de la segunda fase y en los cuatro de la tercera hubo demasiadas decepciones. Cuando se llega a las instancias decisivas y no hay tiempo para recuperarse de un resbalón, suelen asumirse menos riesgos, se privilegia el funcionamiento defensivo y se aceitan antes que nada los mecanismos de destrucción. Tampoco se trata de pedir suicidios, pero ya se sabe que si los técnicos mueven sus esquemas sumando gente en las últimas líneas, se limita y reducen las emociones. Hay duelos tácticos que resultan interesantes para el análisis, pero así los partidos sólo muestran algunos aspectos de atracción para los especialistas.
En las 6 horas y media de los cuartos de final (cuatro partidos, uno de ellos con alargue) se convirtieron solamente 5 goles, lo que da un promedio de uno cada 78 minutos. Y más allá del dato, lo que puede recordarse de esos partidos es que hubo sólo muestras espaciadas del buen nivel técnico que, se supone, tienen los ocho equipos que llegaron a esta definición. Tal vez el que más defraudó de todos fue el que jugaron Alemania y Francia en el Maracaná. Entre los antecedentes de los germanos figuraba un 4-0 a Portugal y un 2-2 en un electrizante partido contra Ghana, mientras que en la foja de los galos figuraba un 5-2 contra Suiza y un 3-0 ante Honduras. Pero cuando estuvieron frente a frente, los alemanes marcaron su golcito en una jugada de pelota parada y, a partir de ahí, regularon, mientras que sus rivales atacaban con tibieza y recién pisaron el acelerador a fondo en el último tramo, para levantar a Neuer a la categoría de arquerazo del Mundial.
Algo parecido ocurrió con los colombianos, aunque a ellos les cabe la excusa de que el árbitro Carlos Velasco Carballo los perjudicó. Algo de razón tienen, pero el principal damnificado por el lamentable arbitraje fue el buen juego. El español retaceó la amarilla, dejó pegar (sobre todo a los brasileños, aunque Zúñiga hizo animaladas), y al desproteger a los que quieren jugar, terminó matando al partido. La tibieza de colombianos y franceses también les cupo a los belgas, que se repitieron en sus ataques en el partido ante Argentina y fueron al frente, pero cuidando siempre de no quedar desamparados atrás. De los cuatro partidos jugados entre viernes y sábado tal vez el más emotivo fue el de Holanda y Costa Rica (que curiosamente es el único que terminó sin goles), un duelo entre uno que es individual y colectivamente superior y busca por todas las vías, y otro que es inferior y defiende con heroísmo.
Cuatro de los cinco goles de los cuartos fueron de pelota parada; la única excepción fue, tras un rebote afortunado, la media vuelta de Higuaín de Argentina, el único equipo que por otra parte ganó en todas sus presentaciones.
Quedan cuatro partidos y la esperanza de que vuelva a salir el gol (y el fútbol) para que volvamos a discutir si éste fue o no el mejor Mundial de la historia.
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