FúTBOL › OPINIóN
› Por Diego Bonadeo
Pareciera que lo más significativo que quedó del primer partido entre River y Boca por la Copa Libertadores haya sido el cuestionado arbitraje de Germán Delfino.
Es cierto que hubo cuestiones reglamentariamente cuestionables en los fallos del referí, pero hay abundante jurisprudencia respecto de que, sin el aporte positivo de quienes juegan, difícilmente un partido de lo que fuere pueda tener un desarrollo razonablemente normal.
Probablemente el primer error de Delfino haya sido amonestar en lugar de expulsar a Vangioni antes del cuarto de hora de juego. Porque, entre otras transgresiones a las reglas de juego, la cronología indica que aquella alevosa fue la primera.
La sucesión de forcejeos, golpes, escupitajos, y demás, hicieron olvidable este partido de ida, no por aburrido como venía siendo la mayoría de los River-Boca de los últimos tiempos, sino por momentos por alevosamente mal intencionado. Y no solamente se trata de los golpes. También los permanentes y plañideros reclamos de Fernando Gago empobrecieron el juego y nada presagia mejorías para el desquite en la cancha de Boca.
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