Lunes, 15 de agosto de 2016 | Hoy
CONTRATAPA › FUTBOL FRAGMENTOS DEL LIBRO FúTBOL: EL JUEGO INFINITO, DE JORGE VALDANO
El ex futbolista campeón del mundo en México 86 reflexiona, analiza, describe con fino estilo, cuenta y pone la lupa sobre varios personajes fascinantes que habitan el lado bueno del mundo del fútbol. Aquí se reproducen cuatro historias, acerca de Diego Maradona, Alfredo Di Stéfano, Lionel Messi y Juan Román Riquelme.
Por Jorge Valdano
Empiezo este artículo inspirado por un episodio menor. Estoy en Positano, un pueblo maravilloso colgado de un monte de la costa amalfitana, a algo más de 50 kilómetros de Nápoles. En el restaurante del hotel Le Sirenuse reina un ambiente más propio del siglo XIX que el XXI. A la hora de la cena, un violinista pasa entre la mesas tocado suaves melodías. El intérprete es un hombre que roza los 50 años, de fría inexpresividad y rostro duro, como tallado en piedra. Parece habitar no sólo en otro tiempo, sino también en otro mundo. Cuando pasa por mi lado, totalmente absorbido por su música, hace algo que lo convierte en humano: se agacha y me dice las dos únicas palabras que se le han oído a lo largo de la semana que llevo en el hotel: “grande, Diego”. Para qué decir el apellido si todos sabemos que, en Nápoles y alrededores, sólo hay un Diego. Podría haber ocurrido en Buenos Aires.
Digo que se trata de un episodio menor porque tuve ocasión de escapar, con el Ferrari de Maradona de multitudes que lo perseguían con Vespa por Nápoles y de ver a gente que se ponía a llorar por la emoción de conocerlo en persona. O de altares consagrados a su figura en personas en apariencia normales. Mi violinista es el ultimo ejemplo de que una figura con semejante fuerza emocional entra por cualquier resquicio mental, incluso el más impenetrable.
La primera resonancia que tuve de su nombre fue casi mitológica. Yo era un niño argentino, y a mi país llegaban noticias de una especie de Cristobal Colón inverso que le descubría el fútbol a los europeos. Olvídense de internet. Las referencias eran esporádicas y grandiosas en una Argentina que no se sentía el centro del Mundo, pero sí del fútbol. Alfredo era la prueba. Lo conocí en Victoria, en la espera de un partido que enfrentaba al Alaves, en el que yo jugaba, y al Castellón, que Alfredo entrenaba. Era de mañana, llovía, con ganas y me metí en mi coche a escuchar música para acortar el tiempo. Una decisión extraña. El Castellón se hospedaba en el mismo hotel y de pronto, Alfredo, en una decisión aun más extraña que la mía, se metió en el coche sin pedir permiso. Con todo el derecho que le daba la leyenda que era, escuchó tres tangos, contó tres chistes y me dio tres consejos a la medida de un argentino: “no se agrande que está empezando”, “al futbol lo juegan once y no usted solo” y “no se apresure que la vida es larga”. Me dio la mano y se fue como había venido. No tengo recuerdos de mi reacción, seguramente porque me dejó perplejo. Pero nunca me olvidé de lo que dijo.
Es bajo, no llega al metro setenta y eso ayuda a la dinámica de su juego. Cada uno de sus cortos pasos son una oportunidad para cambiar de idea, rumbo y dirección. El paso anterior nunca sabe lo que hará el siguiente porque los genios del fútbol improvisan con los pies a tal velocidad que uno tiene la sensación de que no comparten sus ocurrencias ni con su propio cerebro. En mi pueblo nació Ermindo Onega. A veces nos visitaba y yo, entre lo cinco y los diez años, lo seguía a todas partes mirándole solo las piernas. Era un jugador exquisito y yo pensaba que el secreto de su talento residía ahí. Ya lejos de mi ingenuidad infantil, con Messi me ocurre lo mismo, son tan rapidas las acciones de prestidigitación que realiza con los pies, que creo que el cerebro (por lejanía) no participa de la decisión.
En el campo era como un filósofo de verdades olvidadas que conviene escuchar. Un ex jugador, que se ha convertido en crítico extravagante y que cree en la velocidad lo llamaba “el peaje” porque cada vez que la pelota pasaba por él, el juego se detenía. Mentira podrida. En la época de las autopistas Riquelme prefería viajar por carreteras secundrias. ¿De qué peajes me están hablando? Era una bala en dos de las tres velocidades que existen en el fútbol: la técnica y la mental. En cuanto a la otra, se podía permitir jugar caminando porque lo sabía todo del juego.
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