CONTRATAPA › A 45 AñOS DE LA úLTIMA GRAN HUELGA DE JUGADORES
› Por Fabio Lannutti
Un paro, como no puede ser otro modo, provoca resquemores en los encargados “de cortar el bacalao”. La huelga de futbolistas de 1948, por caso, se llevó a cabo porque quienes estaban al frente de los clubes podían desvincularse de un jugador cuando les diera la gana y sin resarcirlo por sus servicios prestados. Y nadie tenía derecho siquiera a chistar. Claro que también era cierto que un jugador podía sumarse a otro equipo según le conviniese, puesto que no existía lo que hoy todos conocemos como libro de pases. Y esto provocaba además un perjuicio a los clubes cuando el dinero más bien escaseaba.
Por entonces, la Constitución Nacional estaba en plena vigencia, en el país Juan Domingo Perón ejercía la primera de sus presidencias y había que sumar trabajadores a la causa, porque los futbolistas no eran considerados “laburantes”. Fue así que Adolfo Pedernera (quien brillaba en River), Oscar Basso (defensor de San Lorenzo), Héctor Catoira (goleador de Lanús) y Blas Fernando “Tarzán” Bello (arquero de Independiente), junto a otros futbolistas con ascendiente entre sus pares, fueron la piedra basal de Futbolistas Argentinos Agremiados (FAA). Con la constitución de una entidad que defendía los derechos de los futbolistas, los dirigentes tenían la obligación de hacer contratos y respetarlos porque, en caso de no cumplir lo rubricado, debían someterse a la Justicia laboral. A regañadientes, los directivos de los clubes aceptaron la nueva regulación. Pero la medida de fuerza recién se levantó al año siguiente (1949), cuando Racing se consagró campeón por primera vez en el profesionalismo.
Veintidós años más tarde, la historia se repetiría con otra gran huelga. Pero ahora el punto en cuestión era que seguía sin reconocerse un adecuado contrato para el futbolista, que estaba encuadrado como “trabajador deportivo”, una categoría análoga a la de los expendedores de entradas en las canchas, según cuenta Diego Fucks en su libro Boca-River. Duelo de guapos. Y por tener la osadía de pelear por algo que creían justo, algunos jugadores pagaron aun con la exclusión absoluta del fútbol profesional.
En 1971, Argentina estaba bajo un régimen militar y los sindicatos no sólo eran rigurosamente observados sino también reprimidos por las fuerzas de seguridad que respondían al gobierno del general Alejandro Agustín Lanusse. No obstante, muchos futbolistas importantes tenían inquietudes gremiales y pujaban por unirse para acabar de una vez por todas con los abusos de algunos dirigentes. El resultado fue que un nuevo conflicto estalló después de una áspera reunión entre FAA y la AFA. Los líderes que comunicaron el inicio de la huelga el 4 de noviembre de 1971 eran José Omar Pastoriza (secretario de FAA y símbolo de Independiente), Carlos Della Savia (que jugaba en River) y Carlos Pandolfi (Los Andes). En medio de la disputa del Campeonato Nacional, todos los jugadores apoyaron la medida y acordaron no presentarse a jugar el primer fin de semana de ese mes.
Alberto J. Armando, entonces presidente de Boca, se mostraba confiado con que la acción gremial no prosperaría en su institución porque, según aducía, no tenía problemas con sus futbolistas. Pero el plantel profesional –de la mano de sus referentes Silvio Marzolini, Rubén Suñé, Roberto Rogel y el arquero Rubén Sánchez– desairó al verborrágico dirigente y se adhirió a la medida de fuerza “en solidaridad con el gremio”. Y absolutamente conscientes de que ellos eran los verdaderos protagonistas del espectáculo del fútbol, la mayoría de los profesionales decidió jugar fuera de la cancha e ir en busca de otra especie de utopía: el Estatuto del Futbolista Profesional. Aun a sabiendas de que a los que se plegaban al paro se les vendría la maroma y que los directivos tomarían represalias, Catoira declaraba que la medida de fuerza podía levantarse “única y exclusivamente con la homologación del convenio colectivo de trabajo”.
Pese a la medida, el fútbol continuó. Fue así que en lugar de los jugadores de Primera que levantaron la bandera de la huelga, durante tres semanas salieron a la cancha muchísimos jóvenes de divisiones inferiores, la mayoría absolutamente desconocidos para la afición.
La dirigencia de River también estaba que trinaba con el plantel por haberse plegado a la medida –sobre todo con Della Savia– y licenció a los huelguistas. Y como “medida ejemplificadora”, el club decidió seguir adelante en el torneo con juveniles y amateurs, por lo que el técnico brasileño Didí se vio obligado a recurrir a los servicios de jóvenes valores de entre 17 y 20 años. Juan José López, Norberto Alonso, Reinaldo Merlo y Carlos Morete eran algunos de ellos.
La huelga dejó heridas entre pares. Los más grandes trataban a los chicos de “carneros” y no les perdonaban que se presentasen a jugar. Lo cierto fue que, pese a ese sanbenito, la performance de los juveniles riverplatenses durante la huelga fue más bien auspiciosa, con tres partidos ganados y un empate.
La cantera de Boca no era tan prolífica como la de River. Osvaldo Potente (con apenas un puñado de partidos en Primera), Roberto Mouzo y Enzo Ferrero, entre otros jugadores ignotos, debieron poner el pecho a la situación. Los resultados obtenidos por el equipo de la Ribera durante la huelga fueron más bien regulares. De hecho, los pibes del Central dirigido por Angel Labruna –que en diciembre se coronaría campeón, transformándose en el primer equipo del interior del país en lograr un título de Primera División– llegaron a propinarle una goleada 6-2 en Arroyito. Y para colmo se acercaba la jornada interzonal, una fecha cargada de clásicos. Boca y River debían cruzarse en cancha neutral, por lo que se designó la cancha de Racing como escenario y a Roberto Barreiro como árbitro.
Pero un clásico con pibes iba a dejar gusto a poco. Entonces la AFA hizo lugar al reclamo de FAA y la huelga, después de tres fechas, finalmente se levantó. Boca jugaría el clásico del 27 de noviembre con mayoría de titulares. Y como la directiva millonaria seguía embroncada con el plantel que se había sumado a la medida de fuerza, River determinó encarar el desafío con los pibes que, con frescura, venían desempeñándose más que aceptablemente. Aunque la decisión dirigencial no le causaba ninguna gracia a la afición, entre otras cosas porque el equipo millonario no salía campeón desde 1957 y se consideraba que no había que dar ventajas justo frente al archirrival.
Pese a que se sabía que los experimentados jugadores de Boca intimidarían con pierna fuerte a los pibes comandados por Didí, por considerarlos “rompehuelgas”, River pudo recoger los frutos del trabajo en sus divisiones inferiores, una característica del club. El primer tiempo terminó 1-1, con un gol del chico riverplatense Joaquín Martínez, y el posterior empate boquense a cargo de Mané Ponce de tiro penal. En el complemento, con un golazo del Negro Jota Jota, River volvía a ponerse en ventaja. Y los pibes liquidarían el pleito tras el macanazo que se mandó el arquero Rubén Sánchez, quien quiso eludir a Morete, pero la canchereada le salió horrible y el por entonces jovencísimo Puma no perdonó. Ese domingo terminó con sonrisas para los de la banda roja. También en ese fin de semana, hace 45 años, se bajaba el telón de la segunda gran huelga del fútbol argentino.
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