Lunes, 27 de marzo de 2006 | Hoy
CONTRATAPA › LOS ORIGENES DEL BOCA-RIVER
Por Facundo Martínez
Para traer tranquilidad a sus conciencias de pequeño trío de hermanos (semi) huérfanos, en sus intentos por esclarecer cierta precaria idea de destino, torcido por la disparidad familiar, el padre repetía algo así como que “toda familia cuenta entre sus integrantes con un ladrón, un cura y un milico”. La idea del hombre, que puede ser cualquiera –la sentencia es borgeana–, era simple y contundente y venía a apuntalar lo que toda familia sabe acerca de su propio mundo: que a fin de cuentas todos, absolutamente tienen algo de qué avergonzarse o enorgullecerse.
La anécdota familiar alcanza para captar el espíritu que sobrevuela el capítulo “¿Madero vs. Huergo? Apuntes sobre los orígenes del Superclásico”, del libro Fútbol S.A. Juego, Industria del Espectáculo y Cultura de Masas, de Amílcar Romero (Ed. La Abeja Africana, 2005). Allí Romero, especialista si los hay en cuestiones de “violencia del fútbol”, como él mismo gusta decir, ofrece un contrapunto ineludible sobre la rivalidad entre Boca y River, quienes según se puede rastrear en registros históricos fueron clásicos rivales, mejor dicho “antiguos rivales de los dominios del sur”, aun antes de enfrentarse en una cancha por primera vez.
La cuestión es un tanto intrincada, pero bien vale el esfuerzo de Romero, quien al mejor estilo Sherlock Holmes se empeña en atar cabos sueltos y no tanto, hasta dar un completo panorama del contexto cultural, político y deportivo en el que ambos clubes, como Abel y Caín antes de la discordia, nacieron y dieron sus primeros pasos en las orillas del río.
Los recorridos son tan variados y sus aristas tan insólitas, que nadie deberá sorprenderse de que, por ejemplo, los genoveses arribados al país, separatistas a ultranza, hayan querido fundar una “Repubblica Genovesse della Boca”. La presencia genovesa en la Boca era tal que River no quedó a salvo del fenómeno y llevará para siempre en su historia el hecho de que, entre tantos fundadores españoles, se les coló un xeneize genuino: Tomás Liberti, un poderoso empresario genovés productor y distribuidor de bebidas y también promotor de los Bomberos Voluntarios de la Boca.
En su afán de restringir los mitos fundadores, Romero busca también echar luz sobre los colores de las camisetas. Según el investigador y periodista, la banda roja cruzando el pecho de la casaca riverplatense no responde a las cintas que cubrían una carroza del corso y que los jugadores se colgaron sobre las blancas camisetas de algodón para diferenciarse de los otros equipos, sino que “el diseño y los colores se corresponden con el mandil de entonces del Gran Maestro en rito escocés (la masonería). Traducción: el de Alejandro Watson Hutton en la Logia Excelsior Nº 617”.
También habría influido el pedagogo escocés, fundador del legendario Alumni, en el nombre del club. Los nombres con más chances en la votación originaria eran Forwards Club y La Rosales, de lejos los seguía River Plate, con apenas un voto, el de Pedro Martínez. Los propulsores de los dos primeros nombres resolvieron el pleito con un partido, que ganaron los Forwards, capitaneados por Leopoldo Bard, quien sería el primer presidente tras la fundación. Sin embargo, terminó imponiéndose el respeto a la masonería, resultando ganadora la propuesta de Martínez, secretario de Hutton.
También es espurio el mito fundador de Boca, que según la investigadora Hebe Clementi (citada en el trabajo de Romero) no sucede en los bancos de la Plaza Solís ni nace con el nombre de Boca Juniors (tampoco con los colores azul y amarillo en la casaca), que es más bien el resultado de una larga negociación con otros nombres: “Hijos de Italia, Estrella de Italia y Defensor de la Boca”.
Varios de los que alguna vez recopilaron datos sobre la historia de la fundación de Boca coinciden en resaltar que no existen papeles, o algo así como actas fundacionales, del momento del que tanto se ha dicho. Incluso señalan que, de haber existido, se “habrían perdido en una inundación dela Boca”. En este caso, sin dudas, la historia no podría fortalecer mejor el mito.
Asuntos portuarios, Madero vs. Huergo; de religión, masones contra marranos; de política, mayoría de radicales por un lado y socialistas y anarquistas revoltosos, por el otro; territoriales, darseneros y, del otro lado de la línea divisoria de Almirante Brown, los xeneizes con sus típicos conventillos: muchos fueron los factores que trabajaron en la división distintiva de bandos, que en estos días reconocemos con la simple antinomia entre Millonarios y Xeneizes, Gallinas y Bosteros, un antagonismo que, como sostiene Romero, rompe con todas las barreras de lo conocido aquí y en el resto del mundo. Un antagonismo, concepto también de Romero, nacido en intrabarrios (el otro caso sería Atlanta-Chacarita), el escalafón más minúsculo de la lista que conforman el interregional (Madrid-Barcelona, Juventus-Fiorentina), el intraciudad (Nacional-Peñarol, Estudiantes-Gimnasia) y el interbarrios (San Lorenzo-Huracán, Vélez-Chicago).
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