Lun 02.10.2006
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CONTRATAPA

Sin Liga con la pasion

Ex integrante de la Selección Argentina de básquetbol en 1977 y 1978, ahora psicólogo y entrenador, Eduardo de la Vega analiza el fenómeno de la disciplina, que desembocó en la medalla de oro en Atenas, en La gloria del básquetbol (Ediciones Homo Sapiens), de reciente publicación, del cual se reproduce parte de un capítulo acerca de la cuestión de la identidad en la Liga Nacional.

› Por EDUARDO DE LA VEGA

La Liga Nacional constituyó un nuevo escenario para el básquetbol que desestimó toda la geografía anterior. Sus localismos y regionalismo, las rivalidades construidas históricamente, sus mitos, rituales y celebraciones.

Obras-Ferro, Olimpo-Estudiantes, Atenas-Española, Provincia-Capital, Santiago-Tucumán –los clásicos locales y regionales anteriores a 1984– perdieron vigencia tras el despliegue de la Liga.

El nuevo ámbito de básquetbol nació sin una mitología propia que lo sostenga. Sus fundamentos míticos e imaginarios remitían a un simbolismo que se elaboraba en el exterior y eran propuestos aquí como modelos de identificación.

En dicho contexto, la Liga se encontró con la urgencia de construir su identidad. Trazar genealogías heroicas, inventar significaciones y pasiones anudadas al deporte, reformular los regionalismos y los localismos según las coordenadas vigentes, promover identificaciones estructurantes de nuevas rivalidades, son algunos de los desafíos que enfrentó desde sus inicios.

Las dificultades que allí aparecieron están vinculadas con los límites de un modelo que se inspiró en el formato NBA. El show americano que fascinó a los fundadores de la Liga Nacional está en el horizonte –sin duda– de nuestra mayor competencia local.

Tras más de veinte ediciones de la Liga, se puede afirmar que la misma no ha logrado reformular –por lo menos en su ámbito– el anudamiento entre el básquetbol y la pasión.

No existe en la elite del básquetbol un equivalente al Boca-River en el fútbol. Con la excepción de dos clubes –Atenas de Córdoba y River, que ascendió luego de 15 años– no queda ningún otro equipo que haya participado de sus dos primeras ediciones. Desde 1985 hasta el 2005, un total de 53 clubes participaron en 21 ediciones de la Liga, es decir, un número equivalente a tres competencias de su misma magnitud.

Tampoco han existido proezas en todos estos años. Sólo una –la de Atenas–- que fue campeón en ocho oportunidades sobre 21 posibles. Los demás campeones han desaparecido en su mayoría (sólo quedan Boca, Estudiantes, de Olavarría y Peñarol, de Mar del Plata).

Tal vez el equipo cordobés sea el único de todos los participantes actuales de la competencia que tiene seguidores en distintos puntos del país, más allá de la pasión que genera en su público local. El resto sólo suscita adhesiones en sus entornos locales, que en muchos casos son pequeñas ciudades (Sunchales, San Nicolás, Olavarría, Rafaela, Comodoro Rivadavia, Junín, Gualeguaychú).

La poca adhesión que genera la Liga en el público se refleja igualmente en la escasa cantidad de espectadores que asisten a las canchas, así como también en el retiro reciente de la televisión del Torneo Nacional de Ascenso.

La Liga pudo desplegar una competencia de alcance nacional y ampliar la práctica del básquetbol en gran parte del país, pero no consiguió –por lo menos hasta el momento– generar nuevas identidades, apasionamientos, ni un público nacional.

El sueño americano debe ser revisado a la luz de los acontecimientos recientes del básquetbol nacional. El show tuvo un costo excesivo, mientras que las circunstancias actuales muestran otra realidad.

El “déme dos” –que popularizó el turismo argentino de la globalización neoliberal– también significó en el básquetbol un motivo para el derroche, tras la fachada del sueño civilizador.

No es la primera vez que se sueña con seres maravillosos provenientes de otra cultura y que permitan edificar la gran utopía de una raza superior. Sarmiento imaginó un proyecto semejante y su xenofobia tardía fue el testimonio del fracaso de dicha ilusión.

Una gran cantidad de jugadores argentinos logró integrarse con éxito no sólo al juego sino también al medio y la cultura europeos. Parece ser más difícil que basquetbolistas provenientes de Norteamérica, pertenecientes la mayoría de ellos a sectores marginados, puedan integrarse sin problemas y jugar en un contexto latinoamericano tan distinto y con problemas de identidad.

No obstante, el pesimismo está lejos de nuestro espíritu. Luego de Atenas e Indianápolis se abre un panorama absolutamente promisorio para el básquetbol en nuestro país.

Los principales deportes de la Argentina fueron tomados, la mayoría de las veces, de la experiencia extranjera. El fútbol, el tenis, el boxeo llegaron desde Europa hacia fines del siglo XIX y en pocos años se convirtieron en un producto nacional.

La criollización de los deportes populares ha sido un proceso que trascendió al juego y enriqueció la identidad, el lazo y la geografía social. La creación de instituciones, espacios, sujetos fue un trabajo elaborado junto al despliegue del deporte y a toda la cultura que allí se generó.

Resulta evidente que la actual estructura de la elite del básquetbol está sostenida por aquel espíritu asociativo que modeló el deporte amateur. Ninguna racionalidad económica o empresarial se impone en este ámbito, donde la generación de recursos genuinos no parece prosperar.

La criollización de los nuevos formatos globalizados del deporte será una elaboración que, si no está en marcha, seguramente no tardará en aparecer. Tras la gloria del equipo argentino, el viejo espectro del básquetbol asociativo sobrevuela la Liga Nacional.

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