Lun 14.01.2008
libero

CONTRATAPA

Minicuentos II

› Por Juan José Panno

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El arquero dijo que son cosas del fútbol, pero pensó que la culpa la tuvo el dos que no encimó al nueve de los contrarios; el dos dijo que no hay que dramatizar, pero pensó que la culpa de la dramática derrota la tuvo el seis que no saltó a cabecear en los centros; el seis dijo que no hay que andar buscando culpables, pero pensó que la culpa la tuvo el tres que no apretó al wing derecho de los contrarios; el tres dijo que no pasó nada, pero pensó que lo que pasó, pasó porque el cuatro le dejó tirar un montón de centros al que llegaba por la izquierda; el ocho dijo que un tropezón no es caída, pero pensó que la culpa de la caída estrepitosa la tuvo el cinco que se iba arriba y dejaba huecos a sus espaldas; el cinco dijo que fue un partido raro, pero pensó que no sería raro que siguieran perdiendo si el diez continuaba con sus pisadas caprichosas; el diez dijo que lo bueno fue que tuvieron algunas situaciones de gol, pero pensó que la culpa la tuvo el nueve que no aprovechó ni una sola de las situaciones de gol que tuvo; el nueve dijo que está todo bien, pero pensó que todo iba a seguir estando mal si continuaba jugando el siete; el siete dijo que la hinchada tenía que ser paciente, pero pensó que la paciencia se le había agotado viendo cómo el once se metía siempre en offside; el once dijo que había que tomar la derrota sin desesperarse, pero pensó que era desesperante ver que el arquero no tiene manos y el arquero repitió: “Son cosas del fútbol”.

Jugador número 11

Hay once jugadores para empezar un partido de fútbol de cinco contra cinco.

Son amigos o por lo menos conocidos. Casi todos saben cómo juegan los otros. Dos de ellos, Hugo y el Oso, eligen por turno:

–El Pelado.

–Carlitos.

–El Pardo.

–Ana María (es la hermana de Carlitos, juega campeonatos de fútbol femenino).

–El Viejo (tiene 68 años, pero en realidad le dicen El Viejo desde que tenía 40).

–El Rengo.

–La Chiche (compañera de Ana María en los equipos de fútbol femenino).

–El hijo del Gallego (un niño de 12 años).

En este punto, los dos que eligen, comienzan la discusión por usted, que viene a ser el jugador número 11. Usted mira para otro lado, con aire indiferente, pero escucha. Dramáticamente escucha.

–Llevátelo vos.

–No, mejor que juegue para ustedes.

–Que se quede afuera y que entre si se lesiona alguno.

–No, Oso, llevátelo vos y chau.

–Bueno, después de todo es lo mismo. Que patee para allá.

Usted sabe que lo más digno de todo es decir “ahora vengo”, rumbear para el vestuario y de ahí para el definitivo exilio futbolístico, pero las ganas pueden más que el orgullo y usted se queda y se propone jugar mejor que nunca y por un rato se olvida de los puñales que lleva clavados en el medio exacto del orgullo y corre grotescamente detrás de la pelota.

Maradooooó

Dicen que en un partido de los Cebollitas de Argentinos Juniors, cuando ya iban ganando 8 a 0, Diego Maradona, que por entonces andaba por los 13 años, empezó a patear por arriba del travesaño cada vez que quedaba en posición de gol. Tiró por lo menos media docena de veces a las nubes. Cuando le preguntaron qué había pasado, explicó con candidez: “Como el partido ya estaba terminado y me aburría, le apuntaba a un nido de hornero del árbol, ese que está atrás del arco”.

Huevos

El cura de un pueblo fundado por militares ortodoxos, que además de cura era defensor de pobres y ausentes, entusiasta bibliotecario, espontáneo psicólogo, esforzado paramédico y aguerrido marcador de punta del equipo del pueblo, había jugado un gran partido aquella tarde. El joven periodista de la FM local lo entrevistó al final de una épica victoria por 1 a 0 sostenida con mucho coraje y lo indujo a una respuesta fuerte con una pregunta directa:

–Padre. ¿qué se necesitó para ganar un partido como éste?

El cura no lo defraudó:

–Para ganar un partido como el que jugamos hoy, y para ser cura en este pueblo, hay que tener unos huevos de la San Puta.

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