CONTRATAPA › A PROPóSITO DEL BARCELONA, POSIBLE RIVAL DE ESTUDIANTES EN EL MUNDIAL DE CLUBES
› Por Rubén José Rossi *
Escribió José Ortega y Gasset: “Dime cómo te diviertes y te diré quién eres”. Siguiendo este precepto del ilustre intelectual español, podríamos argumentar que un equipo de fútbol como el Barcelona apuesta por “ser” antes que intentar “parecer”, defendiendo con su estilo característico al ya legendario Johann Cruyff. En una final de la Champions League, a comienzos de la década del ’90, les dijo a sus jugadores –entre ellos a Pep Guardiola–, muy suelto de cuerpo, “salid a divertirse”, como quien invita a esa fenomenal “Fiesta” a la que alude en sus cantares Joan Manuel Serrat.
Lo que se hace por propia voluntad cuesta menos que lo que se hace por obligación. Y esa propia voluntad por jugar es la que libera a los jugadores barcelonistas de la despótica obligación de ganar, libertad indispensable para triunfar de verdad.
Nadie puede dudar que Guardiola se nutre de dos de sus ex entrenadores (Cruyff y César Luis Menotti) para tener como marco conceptual de su fútbol la pelota, obviando esas medidas antropométricas tan en boga, quedando así demostrado una vez más que las apariencias engañan, y que no es por el aspecto del rostro ni por el tamaño del cuerpo por lo que se reconoce la fuerza insuperable del talento en este juego.
En la última final de la Champions League, en mayo pasado, el conjunto catalán mostró la “lentitud” para correr que poseen los “rápidos” para resolver, que la “pausa” sigue siendo el arma más eficaz contra la “dinámica”, que en la lucha por la posesión de la pelota la “resistencia” nace del conocimiento del juego y muere en la ignorancia del mismo.
En ese partido ya histórico en Roma, el Manchester United intentó por todos los medios lícitos presionar permanentemente para provocar la famosa reducción de espacios, pero sin tomar en cuenta que quienes jugaban con ellos sabrían hacer aparecer esos espacios sirviéndose del engaño y el tiempo como inigualables elementos de búsqueda; así, el equipo inglés comenzó a sorprenderse de que se pudiese andar tan lentamente y avanzar tan de prisa contra su propio arco.
Aquellos “invencibles” (léase ponedores de micrófono, parafraseando al querido y admirado Diego Bonadeo), quienes jamás pierden, porque “su partido” comienza cuando éste termina, ¿hubieran pronosticado, por ejemplo, que Lionel Messi, metro sesenta, le convertiría un gol de cabeza a los reyes del juego aéreo? ¿Que Eto’o concretaría un gol definiendo de punta –para ellos, mal– y en cambio Henry remataría con la cara interna de su pie derecho –para ellos, bien– pero no concretaría su tanto?
No saben que en fútbol siempre se actúa de acuerdo con las circunstancias irrepetibles que gobiernan este maravilloso deporte y que, por más esfuerzos que se haga, no se pueden programar, porque en este juego se puede explicar todo una vez que pasó, pero nunca antes.
De vuelta a ese partido: cuando Andrés Iniesta fue reemplazado, faltando muy poco para el pitazo final, en la pantalla de televisión salió el dato estadístico: había recorrido 9000 metros, es decir nueve (9) kilómetros, como lo hacían los mediocampistas antiguos, y no los 18.000 metros, 18 kilómetros, que según los “especialistas” hoy recorren los volantes modernos
Entonces, ¿cómo es? Si en el Barcelona campeón de España y Europa la columna vertebral está formada por jugadores “pequeños” como Puyol, Iniesta, Xavi y hasta Messi, si su marco conceptual fue la tenencia de la pelota, si una de sus grandes figuras sólo recorrió nueve (9) kilómetros en una final, y si encima se divirtieron, no caben dudas.
Quiere decir que el campeón de la Liga de España, de la Copa del Rey y de la Champions League es un equipo antiguo.
* Campeón mundial juvenil en 1979.
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