Lunes, 12 de julio de 2010 | Hoy
CONTRATAPA › OPINIóN
Por Diego Bonadeo
Si el filibustero británico puesto a referí de la final de la Copa del Mundo de fútbol se hubiera sacado el parche que –curiosa coincidencia– les daba patentes de corso a los inadaptados Van Bommel y De Jong, entre otros, probablemente podríamos haber disfrutado, como en la semifinal entre España y Alemania e inclusive como en el partido por el tercer puesto. Digno exegeta del vernáculo Gabriel Brazenas, el tal súbdito de la rubia albión.
Ya desde los primeros minutos, el desvergonzado Webb, tal el apellido del bombero sin manguera, mostró predilección por los rudimentos defensivos de los holandeses, respecto de las intenciones futboleras de los españoles.
Así los holandeses le faltaron alevosamente el respeto a su rica historia de fútbol bien jugado que nació hace cuarenta años con las enseñanzas de Stefan Kovacs y Rinus Mitchels, y que por estas horas deben estar atormentando al enorme Johan Cruyff y sus adláteres de aquellos tiempos, aunque con el consuelo de que lo que él dejó en Barcelona tuvo mucho que ver con el fútbol español de esta época.
Y para placer de muchos y sin consuelo para quienes creen que esto es cuestión de altura, peso, velocidad y tacticismo a la violeta, entre otras intoxicaciones, la definición llegó con el gol de Andrés Iniesta, el más petiso y el más grande. Claro, junto a Xavi.
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