CONTRATAPA › EL ESPAñOL SIGUE SIENDO EL NúMERO UNO EN PARíS
Los que soñaban con su derrocamiento tendrán que esperar. Al menos por un mes más continuará reconocido por el ranking como la mejor raqueta del planeta, tras aplastar a Roger Federer por cuarta vez en la final de Roland Garros.
› Por Sebastián Fest
Desde París
Esta ciudad es una gran fiesta para el español Rafael Nadal, consagrado ayer por sexta vez como campeón de Roland Garros, record que comparte ahora con una leyenda del tenis como el sueco Björn Borg. “¿Hasta dónde llegará?”, podría preguntarse el suizo Roger Federer, derrotado 7-5, 7-6 (3), 5-7, 6-1, su cuarta caída ante el español en finales del Abierto de Francia y su decimoséptima derrota en 25 enfrentamientos con Nadal. La respuesta está en manos del hexacampeón, que se mantendrá como número uno del mundo al menos cuatro semanas más, hasta el final del torneo de Wimbledon. Con su sexto éxito en el Bois de Boulogne, Nadal suma ya diez títulos de Grand Slam, iguala a otra leyenda como Bill Tilden y se sitúa a seis del record de Federer.
La final de ayer –un sueño de contrastes cromáticos y de estilos para Nike, el patrocinante de ambos– recuperaba el gran duelo del tenis moderno, Federer versus Nadal, en las definiciones de Grand Slam, algo que no se daba desde Australia 2009. “Para mí es una sensación inolvidable. Lo que me ha pasado en este torneo en los últimos años es algo que ni en los mejores sueños podía imaginar. Sólo puedo darle gracias a la vida, porque creo que soy un gran afortunado”, dijo un emocionado Nadal tras tres horas y 40 minutos de batalla.
Luego, el español evitó caer en las comparaciones entre él y el suizo. “Yo estoy muy feliz con lo que soy, con lo que he sido, con lo que estoy consiguiendo. Me siento muy afortunado por lo que he conseguido hasta el día de hoy, quiero seguir trabajando para ser competitivo hasta que la cabeza y el físico den”, afirmó. Y completó: “No me planteo ser el mejor tenista de la historia. Pero no hay por que engañarse: con diez Grand Slam estoy en ese grupo de privilegiados”.
Fue Federer quien tomó la iniciativa en el comienzo, metiéndose en la cancha a controlar el juego, tal como había pronosticado Nadal. En minutos resolvía con una volea impecable para adelantarse 3-0 en una cancha con poco polvo y muy veloz. “¡Roger, Roger!”, gritaba el público en un Philippe Chatrier de atmósfera pesada debido a la tormenta de la noche anterior y las cargadas nubes que lo amenazaban. Y en el estadio faltaba uno de los tableros con el marcador, fulminado por un rayo.
Federer mantuvo el nivel hasta adelantarse 5-2. Nadal llamó al fisioterapeuta para que le acomodara uno de sus vendajes, que le molestaba al correr. Y entonces llegó el momento clave del encuentro. Federer, jugando como en sus mejores tiempos, dispuso de un set point para 6-2 y lanzó un drop de revés que se fue por milímetros. El suizo lamentaría aquel punto, porque finalmente Nadal se acercó a 5-3 al defender su servicio con un revés cruzado fulminante. Y un revés de Federer, éste nada fulminante, se estrelló en la red para quedar 30-40 y su saque, que perdió en el siguiente punto. Nadal sacó e igualó en cinco. Sus errores bajaban en la misma medida en que Federer comenzaba a producirlos.
El español comenzó a tomar el control del partido. Ya no era Federer el que acortaba los puntos y mandaba, ahora era Nadal el que movía al suizo de lado a lado. Había equilibrio y los puntos eran espectaculares.
Federer volvió a ceder su saque y entonces la final cambió decididamente: ahora mandaba Nadal. Lo hacía con su derecha, que funcionaba como un látigo tras “dormir” en el inicio del partido. Y fue con una derecha cruzada, corta, que definió el set 7-5 en 62 minutos.
Federer comenzó el segundo con 0-40 en el servicio y Nadal terminó quebrándolo con una derecha sutil tras atraerlo a la red. El suizo comenzó a desesperarse ante un Nadal cada vez más poderoso. Desde aquel ya lejano set point en contra, el español había encadenado siete juegos consecutivos. ¿Final terminada? No, porque con Nadal sacando 4-3, el suizo jugó un gran punto. Aguantó desde el fondo, probó todos los tiros posibles y definió con un soberbio revés paralelo para situarse break point. No pudo definirlo allí, pero sí en la tercera oportunidad que tuvo para situarse 4-4 y su saque y revivir el “¡Roger, Roger!” en un estadio largo rato apagado. Aunque Roger no estaba para dar alegrías, porque cedió su servicio enseguida. Poco después Nadal dispuso de un set point, no pudo aprovecharlo, los paraguas se abrieron y la final se interrumpió.
En cuestión de segundos los dos protagonistas se encontraron espalda contra espalda en un estrecho pasillo y ante las puertas de sus respectivos vestuarios de emergencia. Ni se miraron, había demasiado en juego. El suizo se metió en su vestuario y el español se quitó la camiseta afuera sin atender una banana que reclamaba un bocado.
En 12 minutos estaban de regreso. No hubo peloteo previo en una cancha mojada y más lenta ahora. Nadal quedó set point, pero Federer salvó ése y otro para que Nadal se equivocara y le diera la igualdad en cinco.
El suizo estaba renovado, y ganó con autoridad su saque para situarse 6-5. Duró poco su entusiasmo, porque Nadal ganó el tie break por 7-3 tras una sucesión de errores del suizo, en especial de derecha, que perdía otro set que podría haber ganado.
En el tercer parcial se mantuvieron saque a saque hasta el 3-2, cuando Nadal quebró y se adelantó 4-2, pero Federer le devolvió la gentileza y se acercó a 4-3. El partido siguió igualado hasta el 5-5, cuando Federer recuperó su mejor tenis y se llevó el tercero por 7-5.
Federer tuvo una gran oportunidad con Nadal sacando 0-40 en el inicio del cuarto set, la dejó pasar y volvió, al rato, a fallar groseramente derechas clave. El suizo seguiría luchando, pero la final ya no era suya. Otra derecha larga y Nadal que cierra los ojos y se desploma seis minutos después de las siete de la tarde parisina sobre las rodillas, abrumado por la leyenda que ya es.
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