CONTRATAPA › LA SOMBRA DE LOCCHE LE HACE UNA FINTA AL OLVIDO
En septiembre del ‘39 nació en Tunuyán, y también en septiembre, pero de 2005, no pudo esquivar la muerte. Su ausencia todavía provoca una profunda nostalgia.
› Por Guillermo Blanco
“A veces sigo a mi sombra /
a veces viene detrás /
pobrecita, si me muero /
con quién va andar”
Enrique Santos Espinoza.
Era Chaplin con galera y con bastón; El Zorro escapando por los tejados tras ridiculizar al Sargento García; David con su honda; Garrincha, Corbatta, el Loco René y el Negro Ortiz provocando oooleess. Y si en vez de un par de guantes el destino le hubiera puesto en sus manos una raqueta, acaso la Gran Willy hoy sería un plagio de Vilas.
Nicolino fue guapo siempre, aunque sólo apeló al ataque cuando se lo exigió la necesidad deportiva y desde el rincón Francisco “Paco” Bermúdez guiaba el camino. Y lo hizo como un paréntesis en el inigualable ejercicio artístico de la defensa. Y se lo vio tirar alguna mano como una evidencia más de esa ironía constante que solía mostrar, con tanta firmeza sobre la lona y una asombrosa y repentina sorpresa para sacar las manos.
No fue necesario el título mundial logrado en Japón ante Paul Fujii el 12 de diciembre del ’68 en Tokio para que Locche quedara incorporado a lo mejor de la memoria. Tampoco sus seis defensas welter junior ni su resignación en Panamá ante Alfonso “Peppermint” Frazer el 10 de marzo del ’72. Como en fútbol los Carasucias del ’57, Rojitas en Boca, los húngaros del ’54, los holandeses de los ’70 o los actuales catalanes, Nicolino fue en lo suyo un referente vital para demostrar a las nuevas generaciones que antes hubo vida y de la buena.
Una vez le hizo una finta a la muerte cuando se dio una piña automovilística. Antes y después habrá coqueteado con el fuego, negándose a sí mismo la innegable evidencia de que con el tabaco no se juega. Y él ultimo pucho se le consumió el 7 de septiembre de 2005, en una cama de Las Heras. Vaya uno a saber en qué esquina de Tunuyán, donde había nacido el 2 de septiembre del ’39, lo habrá agarrado el primero.
Como una constante en otros grandes, él también sucumbió ante la tentación. Y ya de grande se dejó arriar hacia el morbo cuando lo hicieron subir a un ring patagónico en medio de una muy bien servida cena, mientras un puñado de comensales hambrientos de quien sabe qué ocultas miserias gozaba con las hilachas de sus fintas entre bocado y bocado.
Pero como todo lo bueno, el Intocable atravesó el umbral de los elegidos, se hizo clásico y más allá de aquella anécdota hoy sigue siendo máximo referente de un arte que ya no se ve en los cuadriláteros, pero revive en su historia. Para verlo sólo basta con apretar el control remoto hasta llegar al alma haciendo zapping. Si la imagen de la pantalla se bambolea, no hay que preocuparse. Será la sombra solitaria de un hombre de pantalón corto que mueve la cabeza esquivando piñas, mientras la cadera interpreta la mejor danza; la vista, la mirada más penetrante y la popular, el coro más celestial.
¡Ni-co-lino! ¡Ni-co-lino!
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