CONTRATAPA
› Por Eric Nepomuceno
Desde Río de Janeiro
Brasil será el escenario del Mundial del año que viene. Y no hay una única semana sin que aparezcan denuncias de sobreprecios en las obras de los estadios, o del incumplimiento de plazos en obras de estructura como aeropuertos y carreteras, para no mencionar la cuestión de las telecomunicaciones.
Es normal: el país que suele nacionalizar al mismísimo Padre Eterno –“Dios es brasileño”, dicen todos– sigue creyendo en milagros, y a la falta de alguno confía ciegamente en su capacidad de seducción. Es decir, las cosas quizá no salgan como deberían, pero como somos simpáticos, alegres y cálidos, al final todo se arregla.
El fútbol es, en Brasil, pasión nacional. Y quizá por eso pasen cosas raras y todos hagamos como si no tuviesen la menor importancia.
Basta con ver el caso de la Confederación Brasileña de Fútbol, la CBF, una entidad privada sobre la cual el Estado no tiene injerencia, pese a aportar buenos millones de dólares al año. Su actual presidente se llama José Maria Marin. En esa condición preside el comité local de organización del Mundial del año que viene. Es un viejo conspirador del mundo del deporte. Pero antes ha sido otras cosas.
Fue, por ejemplo, diputado provincial en San Pablo, en tiempos de la fase más negra de la dictadura militar que duró de 1964 a 1985. Era afiliado a la Arena (Alianza Renovadora Nacional), el partido del gobierno. A fines de 1975, siendo parlamentario, denunció la infiltración del comunismo en la televisión Cultura, la emisora pública provincial, y pidió medidas urgentes. Las obtuvo: detuvieron a Vladimir Herzog, director de periodismo de la emisora, muerto en la tortura. A Marin le pareció un mal inevitable. Todo –las prisiones ilegales, las torturas– lo era.
Ese es el jefe máximo del fútbol en Brasil. No por nada Dilma Rousseff, la presidenta, quien también fue presa y torturada por la dictadura, se niega a recibirlo. No por nada Romario, quien fue una estrella máxima del fútbol y ahora es diputado federal, encabeza una campaña pública para destituirlo.
Y más: hay pruebas concretas de sobreprecios no sólo en obras contratadas por la CBF para el Mundial del año que viene. La misma sede de la entidad ha sido comprada por 35 millones de dólares, el doble del valor de mercado.
Marin asumió la presidencia de la CBF hace un año. Su antecesor es otra flor del lodo. Se llama Ricardo Teixeira. Ha sido presidente por 23 años y llegó a la vicepresidencia de la Federación Internacional de Fútbol, la FIFA, que entre otras atribuciones organiza los mundiales y controla el deporte en todo el planeta.
Una auditoría de la FIFA comprobó que Teixeira se hizo con –por lo menos– 45 millones de dólares en coimas, para favorecer licencias de partidos a empresas fantasma. Esa cantidad es la que se logró demostrar. A juzgar por el tipo de vida que lleva Teixeira en Florida, donde reside desde su renuncia a la CBF, en marzo del año pasado, ha sido mucho más.
Luego de haber renunciado, fue contratado por la CBF como consultor, con un salario de 80 mil dólares al mes. Como consultor, indicó la empresa que agencia los partidos amistosos de la selección brasileña, y sobre cada juego gana un porcentaje que nadie sabe exactamente de cuánto es.
Teixeira vive con la mujer, Ana Carolina, de 36 años, y una hija adolescente, en Boca Raton, a unos 65 kilómetros de Miami. La casa, para los precios locales, es relativamente modesta: vale unos dos millones de dólares. Pero los fines de semana son pasados en Sunset Island, en Biscayne, Miami, donde es vecino de gente como Shakira, Lenny Kravitz y Ricky Martin.
Su casa, que antes perteneció a la tenista rusa Anna Kournikova, tiene 615 metros cuadrados y fue comprada por siete millones y medio de dólares. En el garaje descansan un Porsche y dos Mercedes-Benz.
Kournikova, bastante más sexy que Teixeira, un gordinflón petiso, era una moradora pública. Teixeira es discreto, pese al barco Azimut, de 67 pies de largo y que vale unos 2 millones de dólares, anclado delante de un jardín de 1800 metros cuadrados.
Sale poco de la casa. Poco se le ve. Tendrá, por supuesto, sus razones para una vida tan discreta. Mientras sigue operando, y teniendo una influencia muy fuerte en el mundillo del fútbol de Brasil. La misma FIFA que lo sancionó sigue oyéndolo, y pagando fuerte por oírlo.
Desde marzo de 2012, Teixeira no vuelve a Brasil. No quiere correr el riesgo de tener el pasaporte retenido y prestar cuentas a la Justicia. Tampoco volvió a Suiza, donde los Tribunales lo denuncian por haber cobrado otros 13 millones de dólares de propina de unos proveedores de la misma FIFA en la que era vicepresidente.
Sí, sí, es cierto: hay corrupción en el fútbol en todo el mundo. Pero alguna vez se harán los cálculos de lo que se robó –y se roba– en el Mundial del año que viene. Que no haya ninguna duda: seremos campeones también en esa modalidad.
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