BOXEO › CASTRO SE IMPUSO POR NOCAUT TECNICO AL COLOMBIANO HERRERA EN MAR DEL PLATA
La victoria del santacruceño generó una sensación extraña, ya que su rival no le opuso resistencia y hasta se cayó en el segundo round sin que el golpe de Locomotora llegara a destino.
› Por Daniel Guiñazú
En otro contexto, la victoria de Jorge “Locomotora” Castro por nocaut técnico en el segundo asalto ante el colombiano José Luis Herrera habría emocionado limpiamente. Habría podido hablarse de proeza. Y hasta habría resultado inevitable la referencia a la energía física y espiritual del santacruceño y al milagro de haber vuelto a pelear y a ganar luego de 20 días pasados en coma profundo, ahí nomás de la muerte, arrasando en cinco minutos al mismo hombre que nueve meses antes lo vapuleó sin contemplaciones en el ring del Luna Park. Habría sido hermoso narrarle a la gente una historia llena de fe y de coraje sobrenaturales. Pero nada de eso es posible. Fue muy extraño, llamativamente raro, todo lo que sucedió el sábado por la noche en el Patinódromo de Mar del Plata.
Castro, que acusó incomprobables 80,100 kg en el pesaje del viernes en el Casino y que subió al cuadrilátero portando varios más en su cintura adiposa y en su abdomen prominente, no tuvo oposición. Pudo pasarlo por encima a Herrera (81,700kg) porque el colombiano no lanzó un solo golpe en todo lo que duró el combate. Como si estuviera de antemano resignado a un destino inevitable de derrota, como si hubiera partido de algún sitio una orden de que Castro no podía perder, Herrera flotó sobre el ring sin hacer nada de lo que había hecho en la primera pelea, y haciendo todo lo contrario de lo que tenía que hacer para ganar. Si en Buenos Aires peleó sin complejos, en Mar del Plata estuvo atado y vacío. Si en el Luna Park su izquierda recta y su derecha cruzada lo habían hecho flamear a Castro, en el Patinódromo nunca le dio salida a ninguna de esas manos. Y si aquella vez soportó a pie firme los ramalazos desesperados de Castro, esta vez se fue a la lona a la primera de cambio. Lo único que atinó Herrera fue a retroceder y escaparse. No le sirvió de nada. Ni siquiera para disimular la vergüenza.
Quiérase o no, esta inesperada pasividad de Herrera condiciona el juicio sobre la actuación de Castro. Una cosa es ganarle a un boxeador que presentó combate y que terminó sobrepasado por la superior fortaleza de su contrincante. Y otra, muy diferente, imponerse a alguien que sólo hizo acto de presencia sobre el ring. Por eso, el estado real de Castro sigue siendo una incógnita. No pudo saberse si su derecha había recuperado su antigua potencia, si sus reflejos reaccionaban con más rapidez, si había más oxígeno en sus pulmones. En una palabra, si su condición física era mejor que aquella tan deplorable que presentó en el Luna. La pasividad del colombiano, las libertades que le entregó a Castro para que trabajara con soltura y sin riesgos, su decisión de no hacer nada y de irse rápido de la pelea le solucionaron todos los problemas.
Si alguna duda quedaba de cuál era la actitud de Herrera, todo lo que sucedió en el segundo round lo pone en claro. Primero demoró más de la cuenta en salir de su rincón ante el tañido de la campana, y el árbitro Luis Guzmán le inició con acierto una cuenta de protección. Y después se dedicó a caerse cada vez que Castro le llegaba con un golpe. La última de las cuatro fue alevosa: Locomotora le lanzó un gancho de zurda al hígado que no llegó a tocarlo e, igualmente, se tiró sobre la lona, a la espera de que Guzmán le ponga fin a su parodia, mientras desde el ring side y las populares se quejaban por el espectáculo ofrecido.
Ajeno a todo, mientras tanto, Castro celebraba con emoción su reencuentro con la victoria, su nocaut número 89 (record absoluto para el boxeo sudamericano) y anunciaba que quiere hacer una pelea más antes de fin de año (¿tal vez el bueno contra Herrera?) y luego cerrar su campaña histórica con una exhibición a beneficio en el Luna Park, nada menos que ante Diego Maradona. Después de todo lo que le ha pasado, Locomotora tiene derecho a soñar con un adiós a su medida, siempre y cuando sea de verdad. Nada de lo que sucedió en Mar del Plata debería tomarse deportivamente en serio, si no fuera que el boxeo, una vez más, quedó manchado con el tizne desagradable de la duda.
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