BOXEO › OPINIóN
› Por Daniel Guiñazú
Omar Narváez le dio un cierre triunfal a un fin de semana pugilístico que había empezado de la misma manera el viernes con la consagración de Jesús Cuellar como nuevo campeón interino de los plumas de la Asociación. En la medianoche del domingo, y ante su gente querida de Trelew, el chubutense volvió a ofrecer otra clase magistral de boxeo. Ganó por nocaut técnico en el 10º round al japonés Hiroyuki Hisataka y retuvo por octava vez su corona de los supermoscas de la Organización.
Si la idea de Osvaldo Rivero, el manager de Narváez y promotor de la velada, era traer un rival propicio para el lucimiento del campeón, esa idea se cumplió ampliamente. Hisataka (52,150 kg) fue la nada misma o poco menos. Pasivo, sin la mínima decisión que debería mostrar un retador para ir en procura de una corona, el japonés flotó sobre el ring del Gimnasio Municipal de Trelew. Impotente en ataque y vulnerable en defensa, del 6º round en adelante recibió una soberana tunda. Narváez (52 kg) le pegó de todas las formas posibles, todos los golpes posibles en todos los lugares posibles hasta que, al minuto y 26 segundos del décimo asalto, el árbitro panameño Julio César Alvarado, tardíamente, detuvo una pelea que hacía rato había perdido su sentido.
Siendo un zurdo como es, Narváez dio un concierto con su derecha. La conectó recta, voleada, cruzada y ascendente a la cabeza de Hisataka, y la hundió en gancho a los planos bajos. La izquierda también hizo daño. Pero la diestra inspirada del chubutense fue la mano que marcó los tiempos y los ritmos del combate ante el estoicismo del japonés (acaso su único mérito), que aguantó de pie toda la metralla que recibió.
A los 38 años, y aunque su mejor tiempo parece haber quedado atrás, lejos parece Narváez de verse atrapado por las sombras del ocaso. Es cierto que la cuidada selección de sus adversarios contribuye a potenciar sus enormes virtudes y a esconder sus carencias. Pero todos los campeones escogen con quiénes exponerse y con quiénes no, y el chubutense no es la excepción. Más a esta altura de su carrera en la que, felizmente, su talento no lo entrega de a cuentagotas: lo ofrece con los puños llenos. Y con la generosidad de los grandes maestros.
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