RUGBY › OPINIóN
› Por Diego Bonadeo
La calle con que los rugbiers australianos despidieron y saludaron a sus colegas argentinos al final del partido sintetizó lo que desde nuestro país se vivió como si estuviésemos en Twickenham.
Ganaron los Wallabies como para que los que permanentemente peyorativizan no solamente a Los Pumas si no también al rugby mismo, encaminen sus cuestionamientos berretas en otro sentido. Basta de hablar y de escribir “derrotas dignas... pero”, como si la dignidad o la indignidad pasara por un resultado.
Casi desde los himnos –por no escribir “desde el vestuario”– la selección nacional perdía 0-7, por un grueso error que facilitó la intercepción que terminó con el primer try australiano. Pocos minutos pasaron para que otro error –esta vez por un knock-on de Cordero por pretender jugar rápido un penal–, posibilitara desde el consiguiente scrum el segundo try de los ganadores: 0-14.
Desde allí y hasta el final, la implacable puntería de Nicolás Sánchez y el coraje de todos los argentinos –no solamente los forwards–, aun perdiendo saques que parecían favorables de las formaciones móviles, hicieron ilusionar con una paridad en el resultado, tal como se estaba dando en el desarrollo del partido. Como para enorgullecernos.
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