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Lunes, 28 de enero de 2008

TENIS › DJOKOVIC VENCIO 4-6, 6-4, 6-3, 7-6 AL FRANCES TSONGA Y OBTUVO EL ABIERTO DE AUSTRALIA

Novak, el tercer hombre del tenis

El serbio, hijo de un pizzero, imitador de sus colegas del circuito y fanático de Maradona, logró su primer título de Grand Slam y dejó en claro que puede meterse en la pelea con el suizo Roger Federer y con el español Rafael Nadal por el primer lugar del ranking mundial.

 Por Sebastian Fest
desde Melbourne

“¡Aquí voy a estar yo, aquí, aquí, con todos ellos!” No había pasado ni media hora de su éxito en el Abierto de Australia, y Novak Djokovic ya saboreaba las consecuencias de la gloria. El serbio recorría un pasillo tapizado con fotos de los anteriores campeones del torneo, y rozó con sus dedos las de Stefan Edberg y Mats Wilander, feliz por haberse unido al exclusivísimo club de ganadores de Grand Slam. Ayer se convirtió en el jugador número 50 de la era profesional del tenis en conquistar un grande, en el primer serbio en lograrlo, y en el campeón más joven de la historia del torneo, desplazando al estadounidense Jim Courier.

Era su revancha tras haber perdido en septiembre la final del US Open. Revancha en dos actos. El primero, en semifinales, demoliendo al suizo Roger Federer, su vencedor aquella vez en la definición de Nueva York, y cortándole así la posibilidad del “Golden Slam”. El segundo, en la final, porque supo cumplir con el papel de hombre más experimentado, pese a que con sus 20 años tenga dos menos que el francés Jo-Wilfried Tsonga, su rival de ayer.

Djokovic, hasta ahora el “tercer hombre”, es ya toda una realidad. Con Federer y el español Rafael Nadal simultáneamente fuera de la final –algo que no sucedía en un Grand Slam desde hacía tres años–, el éxito de Djokovic abre la perspectiva de un muy atractivo 2008. La lucha por el uno ya no es sólo cosa de dos.

El serbio debía cumplir con su papel de favorito y supo dominar su juego y sus nervios para hacerlo. “Yo sabía que tarde o temprano, con mi estilo de juego, podría tomar el control del partido, tal como hice”, explicó tras el choque. “Todavía estoy aprendiendo, no siempre puedes controlar las emociones en el court. Este partido fue muy importante para mí, porque yo era el favorito y sabía que se esperaba que ganara”, explicó el nuevo campeón.

Djokovic es la principal figura de un tenis serbio que asombra al mundo. Ana Ivanovic y Jelena Jankovic son las figuras entre las mujeres, firmes en la lucha por el número uno. Y entre los hombres Djokovic cuenta ahora con el apoyo de Janko Tipsarevic, dueño de un juego de devastadora calidad que a punto estuvo de tumbar a Federer en la primera semana del torneo. “Me imagino lo que está pasando en las calles de Belgrado, somos un país pequeño, sin tradición importante en el tenis”, se entusiasmó Djokovic. “Esto es increíble, es algo por lo que esperé toda mi vida, ojalá les dé motivación a mis hermanos.” Sus hermanos son Marko –que ya juega en juveniles– y Djordjae, que fueron incansables ayer en la primera fila junto al padre, Srdjan, y la madre, Dijana, que hace unos años intentó negociar pasaportes británicos para toda la familia, asunto olvidado ya en medio de la explosión de patriotismo serbio que rodea todos los actos del jugador.

Djokovic sabe parecer espontáneo, pero no lo es: cada acto, cada frase, está calculada al milímetro. Pocos como él a la hora de controlar su imagen. Todo un mérito en un circuito en el que las estrellas no siempre hacen de la buena educación una norma. Sus imitaciones de jugadores son ya leyenda en YouTube, para disgusto de muchos de sus colegas. Fanático del fútbol, idolatra al argentino Diego Maradona, al que le extendió una invitación para que este año vaya a visitarlo a cualquier torneo del mundo.

Nació en Belgrado, pero pasó mucho tiempo de su adolescencia en Kapaonik, un centro de esquí en Serbia en el que su padre tiene una pizzería y panquequería. No quiere nombrarlos, pero dice conocer jugadores a los que no les gusta el tenis: “A veces veo a algunos que juegan sólo por dinero”. Su ambición de ser número uno es gigantesca. “Pero no me suicidaré si no lo logro”, aseguró en una entrevista con la agencia DPA previa al torneo más importante de su vida.

El año pasado en Nueva York cenó con Robert De Niro, contó en su box con el apoyo de la rusa Maria Sharapova –llegó a hablarse de un noviazgo– y sintió por primera vez que era una estrella. “Trato de mantener un balance, de ser normal.” Pero Djokovic no es normal, porque está tocado con la varita mágica del tenis. A diferencia del 99,99 por ciento de la humanidad, él sabe que puede ser el mejor en su especialidad. Y en pos de ese objetivo no desprecia ninguna ayuda. Ayer, mientras su familia saltaba y se abrazaba en la tribuna, Djokovic se arrodilló y besó el piso azul que lo elevó a la gloria. En las tribunas, un cartel sostenido por fans serbios le marcaba la misión: “¡Vamos Nole! Serás número uno pronto, por la voluntad de Dios”.

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“Esto es increíble, lo estuve esperando toda la vida”, comentó Djokovic.
 
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