Lun 08.08.2016
libero

Historias insólitas de los Juegos Olímpicos

El periodista Luiciano Wernike, un exquisito e insaciable buceador de historias curiosas del deporte vuelve a deleitar a sus lectores. Historias insólitas de los Juegos Olímpicos es el título de su último libro, que editó Planeta. Se rescatan aquí tres historias que tienen como protagonistas a mujeres.

Feminista

Pocas semanas antes del comienzo de los Juegos de Estocolmo, 1912, una activista australiana, llamada Rose Scott inició una campaña para que se boicotee el torneo de natación femenino, que debutaba con dos pruebas: cien metros y posta 4 x 100, ambos en estilo libre. “La presencia de las mujeres jóvenes bien formadas y en traje de baño, no va a atraer a espectadores por amor al deporte, sino voyeurs”, aseguró la activista. El Comité Olímpico de Australia no hizo caso a la iniciativa de Scott y envió a Estocolmo a sus mejores nadadoras, Fanny Durak y Mina Wylie. El 12 de julio, poco importó a las chicas que sus torneadas anatomías pudieran avivar llamas en los ojos de algún mirón y surcaron a toda velocidad la pileta del estadio Djurgardsbrunnsviken. Dyray y Wylie se apdoerron del oro y la plata, respectivamente, en la prueba individual. Lejos de las quejas feministas, sus oídos sólo se llenaron de aplausos.

Mamá campeona

La sueca Magda Julin dejó boquiabiertos por partida doble a los espectadores que el 25 de abril de 1920 se acercaron al Palais de Glace de Ánvers para disfrutar del campeonato de patinaje femenino sobre hielo. Primero, por su exquisito desempeño que le valió la medalla dorada; segundo, porque estaba embarazada de cuatro meses. Julin no fue la única mujer que intervino con un retoño en su interior. De hecho, la alemana Cornelia Pfohl no participó preñada en un Juego sino en dos: en Sydney 2000 ganó la medalla de bronce embarazada de su primera hija y en Atenas 2004, de su segundo niño. Cornelia actuó en el concurso de arquería un deporte que no ponía en riesgo su gestación. En la capital griega, la germana tenía un embarazo de treinta semanas, y se despidió sin acceder al podio· “Decidi competir porque me sentía muy bien y me habían fanatizado que no habia problemas. Jamás hubiese aceptado si me decían que había riesgos”, proclamó la tiradora.

Otro caso interesante lo protagonizó la estadounidense Juno Stover- Irwin, quien intervino en la prueba de saltos ornamentales de Helsinky 1952, con una gravidez de casi cuatro meses. Su estado no le impidió capturar una presea de bronce. Cuatro años más tarde en Melbourne, sin pancita, la norteamericana desplegó una rutina más atreveida y se quedó con la medalla de plata.

Puso el pecho a la adversidad

Las intensas braceadas de la alemana Hildegard Schrader no sólo la colocaron al frente de la carrera final: los agitados movimientos también destrozaron uno de los breteles de su malla, justo a la mitad de la prueba, frente a un público muy numeroso que el 9 de agosto de 1928 habia colmado el estadio de natación del Parque Olímpico de Amsterdam para ver la definición de los 200 metros, entre la germana y Marie Baron, el crédito local. Con un seno al descubierto, la bella Hildegard dejó a un lado todo pudor femenino y se concentró en dar su máximo esfuerzo. Su determinación y osadía tuvieron como premio la medalla de oro. La platea masculina, en tanto, se olvidó por un momento del duelo nacional y aplaudió de pie el vistoso espíritu olímpico de la alemana que relegó a la holandesa al segundo puesto Schrader se impuso con un registro de 3m12s6, un segundo y cuatro décimas por encima del record olímpico que ella misma había registrado el día anterior durante la semifinal. “Si no hubiera sufrido una falla en mi vestuarios hubiera ido mas rapido”, admitó ruborizada la vencedora, ¿Qué prueba ganó la blonda Hildegard? No se indicó antes porque parecía obvio: 200 metros, estilo pecho.

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