La derrota del seleccionado de vóleibol masculino en cuartos de final frente Brasil dolió como duelen las derrotas, pero por poco tiempo. No solo porque horas después se anunció la continuidad del entrenador Julio Velasco al frente del equipo para el ciclo que concluirá en los Juegos Olímpicos de Tokio en 2020, sino porque el equipo nacional hizo un gran torneo en Río en Janeiro, con triunfos claves sobre Irán (3-0), Rusia (3-1) –oro en Londres 2012–, Cuba (3-0) y Egipto (3-0), y una sola caída ante Polonia –que llegó a Río de Janeiro como campeón del mundo–, lo que les permitó clasificarse en la primera posición del Grupo B.

En cuartos de final falló la suerte. Al seleccionado nacional le tocó Brasil, potencia, clásico rival, que si bien se había clasificado último en el Grupo A siempre es un equipo de temer y resultó finalista junto con Italia, equipo al que ya le ganó el oro en Atenas 2004, y que venía de ganar la medalla de plata en los últimos Juegos. Un equipo con todas las letras, que suele estar entre los tres primeros del mundo al menos desde que asumió la conducción Bernardo Rezende, hace quince años.

Por eso, nada tiene para lamentar el equipo de Velasco, que no solo se renovó sino que además experimentó en los últimos dos años un crecimiento notable y logró que los equipos más importantes del mundo lo miren con otros ojos, con más respeto. Como reconoció tras la derrota el armador y capitán Luciano De Cecco, al seleccionado le “tocó bailar con la más fea”, pero aún así se fue de Río con la frente alta y el orgullo de haber realizado una tremenda labor.

Velasco, antes de oficializar su continuidad, le puso las palabras justas a la gesta de sus dirigidos: “Hay que estar orgulloso de este grupo, del crecimiento. Dieron todo. Nos falta un poco. Esto nos tiene que servir para darnos ánimo para la World League dentro de un año, el Mundial en dos y los Juegos Olímpicos en cuatro. El crecimiento individual y colectivo ha sido claro”. No cabe ninguna duda.