CONTRATAPA
El revés de la pelota
La particular historia de la selección de Granada, una pequeña isla caribeña que está conmocionada por la posibilidad de enfrentarse en las Eliminatorias de la ex Concacaf con Estados Unidos, el equipo más admirado de la región por un pasado y un presente que tienen más que ver con la política y las costumbres importadas que con el juego.
Por Juan Pablo Bermudez
“Este encuentro será una especie de David contra Goliat. Cualquier Estado isleño del Caribe sueña con poder enfrentarse a jugadores de talla internacional como Landon Donovan o Marcus Beasley, y ellos lo han conseguido”, dicen algunos medios, eufóricos por el partido que se viene. Donovan y Beasley, para el lector desorientado, juegan en Estados Unidos. Y el “ellos” corresponde a la selección de Granada, un lugar en el que el fútbol resulta todavía un espectáculo raro, que no terminan de entender. Y en el que tal vez se ponga de manifiesto, a favor de Norteamérica potencia, cómo el show del fútbol empieza a ser más importante, en algunos lugares, que el deporte fútbol. Incluso cuando como en este caso la historia entre ambos no refiere buenos momentos sino todo lo contrario.
Granada es uno de los estados más pequeños del mundo: una isla en el Caribe, ubicada muy cerca de Venezuela, de trescientos cuarenta y cuatro kilómetros cuadrados y que alberga a 90 mil personas. Fue colonia británica hasta 1974, cuando logró su independencia después de una huelga masiva, aunque el proceso había empezado unos años antes y fomentado por la propia Corona. El primer presidente fue Eric Gairy, el fundador del Grenada United Labor Party, el primer partido político de la isla y el germen de la idea independentista. Gairy no llegó al poder con el consenso de la población, quien lo veía como un oportunista sin ideología financiado por Estados Unidos. Mucho no se equivocó: Gairy repartió todos los cargos públicos entre sus familiares y creó el Escuadrón Mangosta, una suerte de grupo paramilitar al estilo de los Tonton-macoutes haitianos para disuadir a los opositores, con presos liberados de la cárcel de Saint George, la capital. Pero Gairy fue derrocado en 1979, cuando estaba fuera del país, y asumió el abogado socialista Maurice Bishop. Y ahí empezaron los problemas.
La propia ideología socialista del New Jewel Movemente (el partido de Bishop) resultaba una molestia para Estados Unidos. Por eso inició, fiel a su estilo, una política de “estrangulamiento económico”, casi un bloqueo. A Bishop le vino bien para terminar de concretar su acercamiento a Cuba, cuyo gobierno le construyó el aeropuerto más moderno de la isla, en Point Saline, para fomentar el turismo. En el norte se erizaron: temían que en realidad Cuba utilizara el aeropuerto para trasladar contingentes militares a Africa. Entonces comenzaron a financiar a la oposición y a crear un clima de incertidumbre política y económica. El 10 octubre de 1983, Bishop fue sometido a prisión domiciliaria después de una rebelión militar y fusilado poco después. Y el 25 de octubre finalmente Estados Unidos invadió la isla y le otorgó el poder a Paul Scoon, representante de la corona británica, para que organizara todo y llamara a elecciones. Pero no contaban con la resistencia de los milicianos granadinos y cubanos y las consecuencias fueron terribles. Desde el norte llegaron cinco mil marines (por ese entonces la población de la isla no llegaba a los setenta mil habitantes) y se prohibió el ingreso de la prensa y de cualquier organismo internacional que pudiera probar las denuncias por bombardeos a objetivos civiles como hospitales y manicomios.
De ahí en más, la independencia granadina se reconvirtió en fraude. A su manera, EE.UU. decidía la suerte de la isla apoyando con descaro a un candidato específico en cada elección. Cuando en 1984 fue electo Herbert Blaize como el primer presidente de la era post Bishop, la OEA y la OTAN condenaron la intervención militar en la isla. Estados Unidos ni se inmutó: su respuesta fue otorgarle 18 millones de dólares a Barbados en agradecimiento por el apoyo a la invasión. Si no se los persuadía, se los compraba. Y así, poco a poco, Granada se fue convirtiendo en una sucursal más. EE.UU. hizo y des-hizo a su antojo a través de préstamos y devoluciones del FMI y logró que en 1994 el desempleo llegara al 35 por ciento. Pero también avanzaron sus costumbres, su cultura. Y también ganaron terreno en el fútbol. Obvio: con la pelota en los pies Granada no consiguió literalmente nada (su triunfo más resonante hasta ahora había sido un 4-1 contra Anguila). En las anteriores Eliminatorias mundialistas fue eliminado en la primera serie (la ex Concacaf disputa un sistema de eliminación directa por partido hasta que quedan los seis finalistas que juegan todos contra todos) por rivales como Barbados y Haití. El campeonato local es amateur y el deporte más popular de la isla es el críquet. Por eso es entendible la euforia desatada luego de la victoria ante Guyana (5-0 y 3-1) y el avance de ronda. Y también podría ser entendible la excitación por enfrentarse a EE.UU., una selección mundialista después de todo. Lo raro es la admiración, porque el propio técnico del seleccionado, Alister Debellotte, decía antes del primer partido que lo mejor de superar la primera ronda era que se enfrentarían con EE.UU., “el equipo más importante de la región”. “Pero está México”, contrarrestó el periodista con lógica futbolística. “No, con EE.UU. es algo distinto, es como enfrentarse a los padres.”
Ni siquiera se podría recurrir a aquel viejo refrán sobre el reinado de los tuertos en el país de los ciegos, porque como en todo continente hay un lote de equipos más fuertes que los otros y, en la Concacaf, EE.UU. no marca más diferencia que Costa Rica y, por momentos Honduras y Jamaica, y es bastante menos que México. Pero no puede ser de otra forma en una isla en la que lo que se vende, lo que se ve y lo que se consume es norteamericano, y en la cual un partido de la Liga profesional estadounidense, el fútbol menos parecido al fútbol que se juega en el planeta, tiene más importancia que la final de la Eurocopa. Para que se entienda mejor: para el partido que se jugará en Saint George se habilitó el Estadio Nacional, donde se juega al críquet, porque mientras a los partidos de la liga van entre 2 mil y 4 mil espectadores, al eliminatorio contra “los padres” se calcula que asistirán unas 25 mil personas. Caso único en el mundo: casi el 30 por ciento del país adentro de una cancha.
Al fin y al cabo, Granada es uno de esos países en los que se juega al fútbol porque el planeta entero lo hace, pero no por convicción. Y en donde se pone de manifiesto cómo hay lugares vírgenes de fútbol en los que avanza el negocio en detrimento del deporte. Los granadinos admiran al único país del mundo que se atreve a modificar el nombre del fútbol (soccer) y que modifica sus reglas para entretener a los espectadores y venderles más hamburguesas. Sin mencionar, claro, que admiran la cultura que les impusieron en una invasión. Suerte que en la Argentina el fútbol es tan lindo, tan apasionado, tan centenario.