OPINION
Ni saltarlo ni rodearlo
Por diego bonadeo
Aunque los avances de la tecnología –la biomecánica, por caso, dicen los que saben– hayan hecho milagros y también estragos, pesar por kilos y medir por centímetros las cualidades de deportistas de algunas actividades ha sido, desde casi siempre, una paparruchada, o, por lo menos un despropósito. Así, por ejemplo, quienes han pretendido transpolar al fútbol recetas más o menos exitosas del básquetbol, se han encontrado habitualmente con que no es lo mismo un “dosquince” que gana rebotes en los dos tableros que un “unonoventa” que solamente cabecea centros.
Sin embargo, hay algunos ejemplos que, en este caso en el rugby, merecen algunas puntualizaciones más detalladas. En la década del ‘60 convivían en la Primera División del Atlético de San Isidro dos casos paradigmáticos. Su tercera línea centro (número ocho), no por nada apodado el “Corto”, se apellidaba Calónico y era por aquel entonces, quizá junto a Héctor Silva, el mejor de todos en su puesto en el rugby vernáculo. No medía más de 1,70 y bien podría haberse dicho que era más fácil saltarlo que rodearlo, y no precisamente por exceso de grasas, a diferencia del hooker de aquel equipo, luego devenido sedicente periodista, Nicanor González del Solar, una especie de cintura cósmica del sur del deporte nacional.
Pero también en el CASI de los ‘60 jugaba uno de los más grandes centros tres-cuartos de la historia, Alejandro Travaglini que, por altura –uno noventa y pico–, bien podría haber sido el “ocho” y Calónico el centro. Claro que más por alturas de uno y otro que por sus destrezas rugbísticas.
Se ha anunciado el retorno a las canchas de Jonah Lomu, el enorme –por todo– wing izquierdo neocelandés, convaleciente todavía de un trasplante de riñón, una de las moles más emblemáticas del rugby mundial de la década del ‘90, notoriamente más contundente que su antecesor en los All Blacks, John Kirwan, otro grandote. Con todas las características de peso y altura como para jugar de forward, Lomu marcó decenas de tries arando hacia los in-goals con sus tackleadores a la rastra.
Pero quizá tanto como por su peso y por su altura, ganaba por su tranco. Para escribirlo en términos pedestres, que de esto se trata, era muy difícil “juntarle las patas”. Ni saltarlo, ni rodearlo, ni juntarle las patas. Dicen que Lomu vuelve en el 2005. Ojalá.