APLAUSO, PLAQUETA Y MICROFONO
› Por Facundo Martínez
El de ayer fue un día especial para los hinchas de Boca, el día de la despedida de Guillermo Barros Schelotto, ídolo indiscutido y máximo ganador en la historia de Boca, con 15 títulos: 9 torneos internacionales (2 Copas Intercontinental, 3 Copas Libertadores, 2 Sudamericanas y 2 Recopas Sudamericanas) y 6 torneos locales. “Sé que no me van a olvidar y yo tampoco me olvidaré de ustedes”, se despidió el Mellizo, micrófono en mano desde el centro del campo de juego de la Bombonera. Y, antes de que las lágrimas le ganaran, aceleró el gesto para sacarse el buzo que lo abrigaba y quedar frente a los hinchas con la camiseta de Boca, el siete en la espalda, y los brazos en altos en señal de agradecimiento.
Más allá del reconocimiento y el cariño de la gente, la despedida del ídolo no fue para él la soñada: no hubo último partido con la camiseta de Boca (¿qué mejor para el jugador?), apenas unos minutos en el último superclásico. Eso finalmente precipitó su decisión de emigrar al fútbol estadounidense, al Columbus Crew, un club modesto, con un estadio también modesto (inaugurado en 1999, con capacidad para 30.000 espectadores), y que tiene apenas 13 años de vida. Un club al que la comunidad de Ohio reconoce más por sus actividades caritativas que por su fútbol y sus logros.
Saludó el Mellizo desde el centro del campo de juego de la Bombonera, que lo despidió con una gran, gran ovación. Pero antes se encargó de dejar claras las cosas, que se iba porque no lo tenían en cuenta, porque con Miguel Russo encontró prácticamente las mismas oportunidades que tuvo con Alfio Basile. También dijo que le hubiera gustado jugar más minutos frente a River, más que los cuatro que le dio el actual entrenador, quien en el comienzo de la temporada le había prometido un lugar de lujo entre los suplentes, ya sea como delantero o como volante, y en realidad lo terminó relegando detrás de Marioni, Boselli y hasta Mondaini.
Una plaqueta recibió de Boca, a un costado del campo de juego, rodeado de su mujer, hijos, padres y hermanos, entre ellos Gustavo, el otro mellizo con quien en 1997, procedentes de Gimnasia, desembarcaron en Boca; con ellos llegó también Martín Palermo, con quien Guillermo trabó una amistad tal que no dudó en invitarlo a sumarse a su nueva aventura americana. “Guillermo va a volver”, cantó ayer la Doce mientras el ídolo levantaba las manos y saludaba. “Inventé frases para despedirte, pero todas ínfimas para un ídolo como vos”, “lo que siento por vos sólo se entiende con el corazón”, decían algunas de las banderas que los hinchas le prepararon para la despedida. En otra, colgada en el palco de Diego Maradona, el admirador ausente, se podía leer: “Guillermo, nunca te irás...”.
En la memoria del hincha boquense quedará el recuerdo de su primer gol a River en el superclásico del Clausura 2000, o el del 3-0 del superclásico del Clausura 2001, o los dos que marcó en el superclásico del Clausura 2003, o quizás el del 1-0 del Clausura 2005, que Boca termina ganando 2-1, o esos quince minutos del Clausura 2006, cuando el equipo de Basile perdía 0-1 en la Bombonera y con su ingreso provoca la expulsión de Tula y un penal sancionado a Julio César Cáceres que Palermo convierte para el 1-1. El Mellizo Guillermo jugó 299 partidos con la camiseta de Boca y marcó 87 goles, tantos quizás como los que contribuyó a gritar.
Fue durante la era Bianchi donde el Mellizo encontró su máximo esplendor y se adueñó de la siete, esa camiseta que ahora tontamente algunos quieren sacar de circulación. Formó una dupla letal con Palermo para obtener el bicampeonato 1998-99, y aunque las lesiones disminuyeron sus chances en los torneos internacionales de 2000 y 2001, en 2003 volvió a un gran nivel para la obtención de la Copa Libertadores que le permitió acceder a la final con el Milan, en Tokio, de la que disputó los primeros 45 minutos.
Con Basile no tuvo tantas chances y hasta llegó a exigir jugar en reserva para no perder ritmo de juego. Boca despidió ayer a un profesional de esos que no abundan en el fútbol de hoy, no sólo al jugador más ganador de su historia, sino a un jugador que puso todo su empeño para entender desde el arranque que un jugador, por habilidoso que sea, no vale más que el conjunto.
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