El gol de Julio Baptista apenas comenzada la final de la Copa América en Maracaibo se escuchó como un estruendo en la “miniciudad” que alberga a los deportistas que participan de los Panamericanos. Los brasileños vieron el partido reunidos en sus habitaciones, ya que todas ellas cuentan con televisión.
En cambio, los atletas argentinos, literalmente vecinos en la villa –ya que se alojan a solo cien metros de los anfitriones–, sin televisores disponibles en sus cuartos, se congregaron en dos grandes salas ubicadas en la planta baja de sus edificios y sufrieron con estoicismo una derrota a priori impensada.
El brasileño Alexander Saldanha, velista y nieto del ex entrenador del scratch, el ya fallecido Joao Saldanha, dijo con una rebosante sonrisa en los labios: “Tendríamos que ir a darles una serenata a nuestros hermanos argentinos durante estos días”.
Con el silbato final del paraguayo Amarilla, los atletas se asomaron por las ventanas de sus departamentos para gritar y celebrar al grito de “¡Brasil, Brasil!”.
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