DIEGO ARMANDO MARADONA, ENTRENADOR DE LA SELECCIóN ARGENTINA
Después de coquetear con la muerte durante años, transformó 2008 en su mejor año: radiante, feliz en su vida privada, y ahora al comando del equipo que más amó a lo largo de su campaña deportiva.
› Por Juan José Panno
Hace unos cuatro años, dijo un reconocido cardiólogo en una charla informal: “Vi una radiografía, anda con un certificado de defunción en el bolsillo”. Por aquellos tiempos, Diego Armando Maradona no podía salir de los laberintos de la droga y el alcohol, y navegaba por la vida sin rumbo. Pero ya se sabe que Maradona vuelve, siempre vuelve. Hoy se lo ve bien, radiante, feliz en su vida privada y chocho con el chiche de la Selección Nacional. En el balance de su 2008 cierran todos los números, empezando por los de fútbol: es el técnico de la Selección, está en la cresta de la ola –el lugar en el que más cómodo se maneja– y ya planifica cómo va a festejar cuando lleguen los éxitos, convencido de que irremediablemente van a llegar.
En la crónica del año maradoniano hay que buscar el punto más alto a fines de octubre. Antes había adquirido un gran protagonismo, acompañando de cerca a la delegación argentina que participó de los Juegos Olímpicos de Beijing. Después revolucionó a la India cuando lo fueron a esperar más de 50 mil personas a su llegada a Calcuta en una visita para inaugurar una escuela de fútbol y rezar en la tumba de la Madre Teresa. Entre los Juegos y la visita a la India se produjo su designación como DT de la Selección. A esta altura suena muy graciosa la frase que pronunció cuando fue abordado por un nutrido grupo de periodistas en Ezeiza que lo consultaron sobre el rumor de que lo estaba esperando Julio Grondona para arreglar su incorporación. “¿No me estarán haciendo una cámara oculta?”, preguntó sin ironías, a su llegada de un viaje a Georgia. Había ido a jugar un partido amistoso. Todos los cables dieron cuenta de que, en el hotel de superlujo donde se alojó junto con su novia Verónica, había mandado retirar las botellitas de alcohol de la heladera. Parecía un mensaje destinado a los que debían encontrar un reemplazante para Alfio Basile.
Los hijos de Grondona convencieron a papá Julio de que Diego era la persona indicada y metieron por la ventana a Carlos Bilardo. Mientras los integrantes del Comité Ejecutivo seguían pintados y los medios hacían especulaciones sobre las posibilidades de otros entrenadores (Clarín aseguró que Miguel Angel Russo había sido elegido el mismo día de la renuncia de Basile) Grondona, los enfants terribles, Maradona y el doctor sellaban un pacto de urgencia.
Faltaban detalles. Tanto faltaban que hasta hoy siguen los tironeos por la incorporación de Oscar Ruggeri. Maradona no quería a Bilardo, pero lo aceptó. Y cuando se enteró de que Sergio Batista tenía ambiciones de ser el futuro DT de la Selección, le bajó el pulgar y apuntó a Mancuso y a Ruggeri. Mancuso entró, pero a Ruggeri le echó flit el mandamás de la AFA, cobrándole algunas deudas pendientes. Pero ahora parecen haberlo ablandado a Grondona y pronto Ruggeri va a suavizar todas las barbaridades que dijo en el momento en que lo sacaron de la cancha.
Maradona dice que la Selección la forman Mascherano y diez más (de hecho se apuró a darle la capitanía, mientras el jugador elogiaba a compañeros con mayor trayectoria) y, aunque no lo dice públicamente, también piensa que en la conducción del seleccionado hay que hablar de Diego y diez más. Entre los diez aparecen Bilardo, el bueno del profe Fernando Signorini (un ferviente admirador de Menotti), Lemme, Mancuso, los hijos de Grondona, Batista, Brown y posiblemente Ruggeri. “Las decisiones las tomo yo”, dijo más de una vez para marcar el territorio, pero cree que Bilardo puede hacer buenos aportes tácticos y Ruggeri puede motivar a jugadores que, según Basile, “han perdido la mística”.
No deja pasar una y salió al cruce de las recientes declaraciones del ex entrenador de la Selección. “Conmigo eso no va pasar”, dijo en sintonía con Grondona, quien le apuntó a la cabeza al ex DT: “Si se perdió la mística fue por culpa del entrenador y no de los jugadores”. Esas palabras sonaron lindo en los oídos de Diego, que siempre ha defendido a los jugadores, en cualquier circunstancia, acaso porque se sigue considerando un par.
Cuando el equipo salió a la cancha para jugar contra Escocia en Glasgow, el 19 de noviembre, habló de los sonidos de los tapones contra el piso y de la envidia que sentía por no poder jugar y divertir a la gente. Ese día Argentina le ganó 1-0 a un modestísimo equipo escocés, con un gol de Maxi Rodríguez. El equipo había funcionado bastante bien en el arranque, pero después se cayó mucho y dio la misma pálida imagen de los últimos encuentros con Basile. Los medios, en general, se centraron en la primera mitad del período inicial, donde se había producido lo más interesante. Tal vez imperó el deseo inconsciente de que a Maradona (y al equipo, por añadidura) las cosas le salgan bien. En realidad ése es el deseo de todos los que admiran al ex crack. Eso pesa más que los temores que engendra un cuerpo técnico tan heterogéneo.
El 2008 fue un año redondo para Maradona, que además está a punto de ser abuelo. Que el 2009 también lo sea.
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