Lunes, 19 de diciembre de 2011 | Hoy
CON LA OBLIGACIóN DE PASAR RáPIDAMENTE AL OLVIDO AL POBRE 2011
Sin títulos internacionales por primera vez desde 1998, con una competencia interna de escaso vuelo, con los grandes en problemas y River yéndose a la B, con la amargura de la Copa América y el retroceso en el seleccionado, la crisis se agudiza.
Por Daniel Guiñazú
El primer vistazo al fútbol argentino del 2011 mete miedo. Por primera vez desde 1998 no se ha conseguido ningún título internacional a nivel de equipos y seleccionados. Boca, el campeón del Torneo Apertura, les sacó una ventaja record de 12 puntos en 19 fechas a sus escoltas. De los otros grandes, River se fue al descenso como nunca antes en su historia y San Lorenzo entra al 2012 en zona de promoción y con riesgo cierto de entregar la categoría. La Selección nacional no pudo pasar, de local, los cuartos de final de la Copa América, cambió de cuerpo técnico a mitad de año (Alejandro Sabella por Sergio Batista), perdió con futbolistas de entrecasa ante Brasil la Supercopa Nicolás Leoz y en las Eliminatorias, cayó de visitante frente a Venezuela con línea de cinco en el fondo y apenas pudo empatarles en el Monumental a los bolivianos.
Y si el repaso se centra en las juveniles, la Sub 20 y la Sub 17, jugando muy feo ambas, quedaron eliminadas en los cuartos de final de los mundiales de Colombia y México respectivamente. La Sub 20, inclusive, perdió por 1-0 la final de los Juegos Panamericanos de Guadalajara ante México. Si lo único importante fueran los resultados, el balance anual arroja un rojo que asusta.
Pero aun si hubiera habido un éxito aislado en medio de tantos desencantos, el año igualmente habría sido irrescatable. La calidad de las competencias locales viene cayendo en picada, cuesta encontrar partidos que valga la pena ser recordados, es difícil completar un listado de los diez mejores jugadores de la temporada y los pocos buenos que han surgido ya tienen armadas sus valijas para seguir sus carreras en destinos económicamente más redituables.
Un único dato ayuda a entender lo mal que se está jugando al fútbol en la Argentina: el promedio de gol por partido del último Torneo Apertura ha sido inferior al de las primeras 15 fechas de la Liga italiana, siempre la más defensiva de todas las del primer mundo. Mientras que aquí no se llega a los dos goles de promedio (1,97), en el país del catenaccio han logrado superarlos (2,34). En España están aún más arriba (2,64); en el reciente Brasileirao treparon hasta los 2,67 y en Inglaterra ya merodean los tres (2,92).
Sin embargo, nadie parece haberse percatado de que se está muy cerca de tocar fondo. Y devorados por el día a día del negocio, jugadores, técnicos, dirigentes y no pocos periodistas recurren al engaño de las frases hechas para salir del apuro y esquivar el análisis: “Está todo más parejo”; “Cualquiera le gana a cualquiera”; “El campeonato argentino es el más competitivo del mundo”; “Es preferible ganar que jugar bien” y la que sintetiza el pensamiento de la mayoría: “Lo único que importa es ganar como sea”.
Si una sensación ha gobernado la escena del fútbol argentino en este 2011 es la del miedo. Miedo tienen los jugadores de no poder conservar sus puestos y por eso, no se atreven con la pelota en los pies y no encaran para que no les reprochen el haberla perdido. O hacen un gol y se meten todos atrás para cuidar la ventaja. Miedo tienen los técnicos de dejar sus cargos ante la primera racha adversa y por eso, mandan a cerrar los partidos con planteos ultraconservadores o apuestan a ganar con una pelota parada. Y miedo también tienen los dirigentes de que esos hinchas inflexibles para los que lo único que vale es la victoria, los acosen en las redes sociales o en las audiciones partidarias o les hagan un banderazo en la puerta de sus casas. Por eso, ni bien les sopla el primer viento en contra, golpean las puertas de los vestuarios y piden la renuncia del cuerpo técnico. El único proyecto en pie es ganar el próximo partido. No hay otro.
El problema es que ese miedo también está corroyendo los cimientos del fútbol argentino. Y que ha llegado hasta las divisiones inferiores, en las que ya no resulta tan importante la formación y el pulido de las jóvenes promesas, sino la obtención de resultados rápidos. Como si valiera más salir campeón de séptima, octava o novena que abastecer de buenos jugadores a la Primera.
Parece ya no haber maestros allá abajo donde con mano de expertos y paciencia de orfebres se tallaban los grandes cracks o los buenos y muy buenos jugadores. Sólo hay empleados sin vocación docente. Ex jugadores únicamente interesados en congraciarse con sus empleadores, los dirigentes. Y en regalarles campeonatos que tienen el mismo valor que la nada y jugadores aptos para ser vendidos. O para obedecer a rajatabla, las ocurrencias del técnico de turno.
Mientras todos los actores del hecho futbolístico no se remuevan de encima esa pátina grasosa del miedo, mientras no vuelva a ponerse el acento en el juego y no en el resultado, el fútbol argentino seguirá sin poder levantarse y andar. Y continuará ofreciendo campeonatos sin gracia como este último Apertura, en el que un equipo sólo ordenado y con algunas ideas claras como Boca, barrió a todos sus rivales como si se tratase de una superpotencia. O actuaciones tan descafeinadas como las que tuvieron los equipos argentinos en las copas continentales, donde apenas Vélez pudo avanzar a las semifinales de la Libertadores y la Sudamericana. O una Selección confundida, que pasó de querer imitar al Barcelona con Batista a jugar con cinco defensores ante Venezuela.
Es cierto que las ventas masivas e indiscriminadas de sus mejores jugadores, para financiarse, les impiden a los clubes estabilizar sus planteles y hacer una apuesta más decidida por lo deportivo. Pero esto no sucede sólo en la Argentina. Es un fenómeno común a todo el fútbol latinoamericano y que lejos de aminorarse, se acentúa cada vez más. El fondo del problema no pasa por los equipos que nunca terminan de armarse y que no pueden retener a sus figuras. Pasa por el estado de confusión que invade la cabeza de los que deben tomar decisiones, dentro y fuera del verde césped. Y por un miedo atroz que provoca el efecto exactamente inverso al buscado. Obsesionado por ganar a como dé lugar, nunca el fútbol argentino ha perdido tanto como ahora.
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