UNA SEMANA EN LA QUE LOS VIOLENTOS VOLVIERON A SER NOTICIA
Siete días atrás, desde estas páginas se informaba de la valentía del nuevo presidente de Independiente para atacar el problema de la barra brava y del plan de Boca para luchar contra la suya. La actualidad nos superó con dos nuevos asesinatos.
› Por Gustavo Veiga
Hace una semana, en este mismo suplemento, nos preguntábamos por enésima vez qué hacer con las barras. Dinámica, furiosa, la actualidad nos pasó por encima. Aquella nota se refería a la valentía en soledad con que el presidente de Independiente, Javier Cantero, encaró el problema en su club y al plan de contingencia que tiene Boca para su política de seguridad, con una receta distinta: se lo pidió al fiscal Carlos Stornelli, amigo de Rafael Di Zeo y líder de un sector de la Doce partida en dos. Un par de muertos –uno de Nueva Chicago y otro de River–, el ataque a un hospital público y la obscena complicidad de la dirigencia (política, sindical, futbolística) y de la policía nos colocan de nuevo ante la misma pregunta: ¿qué hacer con las barras?
Las respuestas no parten desde donde deberían partir. De arriba hacia abajo. Desde la clase política o la propia AFA, impactadas por el búmeran de violencia, como si el tumor de la patota organizada afectara a un cuerpo ajeno. No quieren que el espejo les devuelva la cara del monstruo que contribuyeron a crear. No saben cómo tratar el problema. Las mafias en camiseta, por el contrario, saben qué hacer con la misma violencia. Es su herramienta coercitiva y la emplean a piacere. Ya no les queda sitio por profanar: los quinchos de un club, la Feria del Libro, la maternidad del Hospital Santojanni. Ni sectores por atacar: los maestros porteños, los médicos de guardia, los estudiantes de la FUBA.
Agustín Rodríguez, barra de Nueva Chicago, un término que ya abarca demasiado (en rigor era integrante de la facción Los Perales) y Sergio Martín Stambuli, de la Banda del Oeste, uno de los grupos en que se dividen los Borrachos del Tablón, fueron asesinados con escasas horas de diferencia. Las motivaciones de ambos crímenes, a priori, parecen distintas. Al primero lo mataron en una pelea interna entre bandas del club; al segundo, presuntamente, por razones ajenas al mundo de la pelota. Rodríguez recibió un fierrazo mortal en la cabeza; Stambuli un tiro en la nuca. Sus cadáveres terminaron sobre una calle del barrio de Mataderos y una zanja de un pueblo vecino a Luján. En este caso, un medio local, Luján Mundo, tituló: “Lo que nos faltaba, apareció muerto un barra de River en Carlos Keen”. No importan el lugar o las circunstancias, pero el segundo crimen se cargó a la extensa cuenta del fútbol, un fútbol que consume con avidez este tipo de estadísticas.
La página losborrachosdeltablon.wordpress.com detalló que “con la muerte de otro conocido barra millonario, MARTIN EL TURCO DEL OESTE STAMBULI, el blog explotó con 7010 visitas”. Un número sólo superado por el día en que descendió River u otras peleas famosas motivadas en la interna de la patota. Al asesinado se lo evoca por su valentía, cuando se cita que enfrentó “a la 12 mano a mano” en Mar del Plata hace diez años. También dice el sitio que trabajó en el Renaper (Registro Nacional de las Personas), un organismo donde se conchabaron en otros tiempos varios barras. Es el mismo blog donde en la sección “La cruda verdad”, dedicado a la barra boquense, se recuerda a la tragedia de la Puerta 12 –ocurrida el 23 de junio de 1968 en el Monumental– con la reproducción de un canto de guerra apologético: “Hay que matarlos a todos, mamá, que no quede ni un bostero”.
Estos niveles de violencia virtual sirven de decorado a otros, como los que truncaron ahora las vidas de Rodríguez y Stambuli, o antes las de Gonzalo Acro y Roberto “Pimpi” Camino, el ex jefe de la barra de Newell’s. A menudo los protagonistas zanjan sus diferencias a balazos. La mayoría lo hace por el reparto de un botín que creció con los años. Un dato que da vueltas por ahí señala que 23 de las 32 muertes ocurridas en los últimos cinco años tienen su origen en las internas de las barras bravas. No en las peleas con otras hinchadas. Eso indicaría que se robusteció la motivación económica de los violentos. Su propósito es controlar la caja.
Mientras tanto, y como diría Antonio Fusca, el presidente de Chicago en uso de licencia por tiempo indeterminado (la pidió con apenas 37 días de gobierno), “la seguridad me chupa un huevo”. Con esa frase, dicha en primera persona, no pareció lacerarse. Ex barra y amigo del vicepresidente de la Legislatura porteña, el peronista PRO Cristian Ritondo, el dirigente había recibido al sector del barrio Los Perales momentos antes del asesinato del joven Rodríguez. La vertiginosa sucesión de hechos violentos que siguieron al encuentro con los barras es conocida.
A Fusca lo golpearon, amenazaron de muerte y le robaron un par de celulares. El grupo de Los Perales se trenzó en el polideportivo del club con sus rivales del barrio Las Antenas. Hubo destrozos en las instalaciones. Aldo Barranza, líder de esta última facción, recibió un puntazo en el abdomen. Sobrevino la persecución de Rodríguez, que terminó muerto en una esquina de Mataderos. Y como epílogo de este raid delictivo, el ataque en el Hospital Santojanni, donde los compañeros del asesinado intentaron vengarlo. Las cámaras de seguridad del edificio lo documentaron.
Acaso cuando a Rodríguez le daban el golpe mortal en su cráneo el miércoles 18, el cuerpo de Stambuli ya había sido arrojado en el zanjón de Carlos Keen, un pueblito turístico muy próximo a Luján. Mohamed Jacinto Taha, un libanés amigo del Turco, le resultó sospechoso al fiscal Oscar Reggi, quien pidió su detención. Las primeras noticias señalaban que el asesinado había ido –junto con su amigo imputado– a cobrar una suma de dinero y fueron recibidos a balazos. Información que en apariencia no se relacionaba con problemas de barras.
De qué sirve separar la crónica policial de la deportiva si sus personajes tienen una misma matriz de violencia. Hace décadas que la pasión por la camiseta dejó de unir o dividir voluntades sólo futboleras. En la cultura del aguante ahora importa más cómo y cuándo se pacta matar al otro, qué prebendas pueden obtenerse del club que se declama defender y las desnaturalizadas invocaciones a un honor simbólico. Todo ocurre en un territorio donde se esfumaron los límites. Puede ser tanto en la sede de un club como en la sala de partos de un hospital público. La guerra ya no es la continuidad de la política por otros medios. Von Clausewitz diría que es la continuidad del fútbol. O del fútbol concebido como un tema político.
(Versión para móviles / versión de escritorio)
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux