Miguel, y como 30 mil atrás...
Dos periodistas de Líbero corrieron la Carrera de Miguel, en homenaje al desaparecido atleta tucumano Miguel Sánchez. Llegaron entre los mil primeros pero, lo más importante, guardaron energía para relatar sus vivencias. Son éstas.
› Por Martín Piqué
Ya pasaron unos veinte minutos y el entusiasmo inicial deriva en una lenta desesperación. “Ay, no llego, me parece que no llego”, repiten en silencio cientos de “atletas”. O mejor dicho, improvisados corredores que han llegado hasta aquí porque ésta no es una carrera más. Es un homenaje a Miguel Sánchez, un fondista que nació en Tucumán, vivió en un barrio de Berazategui, militó en la Juventud Peronista, corrió la San Silvestre de San Pablo, Brasil, y fue secuestrado y desaparecido como toda una generación. El ruido seco que produce el asfalto empieza a resultar insoportable, y muchos competidores se debaten entre distintas estrategias para no largar. Algunos prefieren mirar al horizonte, otros bajan la mirada para no ver lo que falta, unos pocos se refugian en la radio y los más entusiastas tienen resto como para motivar: “Vamos negrita, no aflojés”.
Son muchos los que optan por el silencio. Y entonces los novatos descubren que las carreras de resistencia son, ante todo, una batalla interior. “Tengo que llegar”, piensan muchos que, como yo, quieren convencer a su cuerpo con los argumentos del honor. El debate interno dura hasta que el aire renueva los pulmones, o un tema interesante nos distrae del dolor y el cansancio. Un tema que puede ser una pregunta que aparece, inexorable, cuando se contempla la escena de la que uno forma parte. Muchísimos hombres y mujeres que llevan musculosas, shorts y zapatillas para correr –esos modelos running, que son bien caros–, a los que se ve organizados en equipos, preocupados por su tiempo y que evidentemente se conocen de otras competencias. Y que parecen tomar esta carrera como una más de tantas que hay al año. “¿Vas a ir al ‘Buenos Aires Run’?” Ante esa imagen –la prueba que organiza Nike–, la pregunta obvia es: ¿hasta dónde esta carrera es un homenaje a Miguel?
La pregunta resuena en la mente de este cronista devenido atleta para esta ocasión, que se va rezagando de la vanguardia más preparada y se resigna a contemplar el paisaje high-class de Puerto Madero. Las construcciones, el río y los lofts que se ven por todos lados no alcanzan, ni siquiera, para disimular la desagradable experiencia de oír el quejido y la respiración de un competidor que pasa presuroso al lado de uno. Pero esta carrera tiene sorpresas, y de las buenas. Una remera que se aleja y que dice “No a la guerra imperialista en Irak”. Otra camiseta que reclama “por las democracias en el mundo” y tiene el rostro de Miguel Sánchez pintado a mano. Un grupo de corredores que avanzan todos juntos, en línea horizontal, y cuyas remeras forman la frase “Miguel presente”. Sí, a pesar de todo, está presente. Como en las palabras entrecortadas de Elvira, su hermana, antes de que el locutor oficial anunciara el comienzo de la prueba.
Aunque muchos no los ven, varios participantes que transpiran las calles exhiben una voluntad de hierro. Por ahí anda Martín Sharples, al que le falta la pierna izquierda y corre con una prótesis, que luego se revelará como un militante por los derechos humanos y un excelente orador contra el poder. Fabián Pasiesnik, que es ciego, corre a un ritmo impresionante y nadie se da cuenta de que no ve nada. Los camioneros de la zona portuaria, que compiten con bromas y piropos a las chicas que llevan calzas ajustadísimas, detienen sus chistes para saludar con gritos a una mujer rubia que avanza con su silla de ruedas.
La carrera de 10 kilómetros –en realidad, fueron 9250 metros– se va quedando sin corredores hacia los 45 minutos de la largada, a medida que retorna el grueso de los participantes. La elite había llegado mucho antes: el ganador de la prueba entre los varones, Antonio Kiffel, tardó 29 minutos y 23 segundos, mientras que la mujer que salió primera, Agueda Di Gregorio, lo hizo en 34 minutos y 59 segundos. Lejos de esas marcas, el resto de la gente no se priva de controlar sus tiempos, que fueron obtenidos digitalmente por medio de un chip que debía colocarse en el calzado. Entre los ansiosos por ver sus números estaban unos cuantosperiodistas, como este cronista, que quedó 598º y tardó 51 minutos y 39 segundos, o el colega Gustavo Veiga, que recibió con dignidad su 738º puesto con 57 minutos y 37 segundos. Otros colegas, de esos que suelen prometer mucho en las redacciones, ni siquiera aparecieron en las listas porque no cumplieron con su anuncio de que participarían de la carrera.
Pero las frivolidades se terminaron con la entrega de premios, donde quedó clara cuál es la razón más importante de la competencia. Subieron al escenario Elvira, la hermana de Miguel, y otros familiares de desaparecidos, como las Madres de Plaza de Mayo, Vera Jarach y Lita Boitano, más Julio Morresi –el padre de Claudio–, que integra un organismo de derechos humanos. Desde el escenario, Elvira Sánchez agradeció por el homenaje a su hermano, a quien secuestró un grupo de tareas de la dictadura el 8 de enero de 1978. “La carrera de Miguel es la carrera de todos. Es por los derechos humanos y por la paz –dijo Elvira, emocionada–. No a la guerra. Cada uno de ustedes representa a mi hermano.” Hubo muchos aplausos. El jefe de Gobierno porteño, Aníbal Ibarra, resaltó el “contenido político” de la carrera. “Este es un homenaje a todos los treinta mil desaparecidos. Y como queremos la paz, repudiamos la guerra brutal que Estados Unidos e Inglaterra están llevando a cabo en Irak”, subrayó Ibarra y se ganó algunos aplausos.
Por el escenario se lo veía al periodista italiano Valerio Piccione, quien ideó la “Corsa di Miguel” cuando se enteró de que un atleta argentino que había corrido la San Silvestre figuraba entre los treinta mil desaparecidos. El 12 de enero se realizó en Roma la cuarta edición, y en la Argentina ya se hicieron dos, en el 2001 y la de este año, que fue realizada por las secretarías de Derechos Humanos y Deportes del Gobierno de la Ciudad. Como informó el sábado este diario, en el 2002 la competencia no se hizo por desinterés de la Secretaría de Deportes que conduce el hoy candidato Daniel Scioli. Ayer, uno de los fanáticos de la carrera y admirador del atleta desaparecido, Martín Sharples, aseguró que el año pasado intentó convencer a Scioli de que organizara la prueba y éste le contestó que “no había presupuesto”. Sharples, que milita por los derechos humanos en Berazategui, cargó sin medias tintas contra Scioli. Recibió abrazos y mucha gente se acercó para felicitarlo por sus palabras.
En ese cierre más combativo pareció resumirse el espíritu del encuentro. Un deportista-militante o militante-deportista como Miguel habría sonreído al escuchar las críticas al Gobierno. Ayer, veinticinco años después de su desaparición, su figura fue recordada haciendo lo que a él más le gustaba. Para quienes lo homenajearon, Miguel representa, por su tenacidad y rebeldía ante el destino, a todos aquellos militantes “que se construyeron a sí mismos”. Aquellos que provenían de hogares humildes, y que se cultivaron a sí mismos sin un afán egoísta. Simplemente, para ser mejores en la lucha.