MESSI, EL PRIMER RETRATO AUTORIZADO SOBRE EL FUTBOLISTA QUE SE PUBLICA EN EL MUNDO
El siguiente es un fragmento del libro escrito por el periodista catalán Guillem Balagué, donde busca desentrañar quién es el verdadero Messi, y su lucha humana y profesional para llegar a la cima.
“Yo ya tenía el dato de que iba a la Selección mayor antes del partido con España en el Mundial de Holanda, aunque podía jugar un año más en el Sub-20. Lo cito en mi habitación, me siento en mi escritorio, lo siento allá y le digo: ‘Me llamó el maestro’. Me mira y prosigo: ‘El maestro es Pekerman. En el próximo partido de la Selección mayor vas a ser citado. Pero primero tenemos que hablar de este Mundial. Este es un secreto entre vos y yo, ¿eh? Y si sabe el técnico que yo lo dije, me mata’. Puso una sonrisa y se fue. Tenía esa comunicación, es de pocas palabras. Yo me comunicaba mucho con dibujos. En el Mundial 2006 me acuerdo de que le dibujé un auto de Fórmula Uno: tenía que dar muchas vueltas todavía. No era el momento de él para ganar la carrera. El no lo aceptaba, pero lo escuchaba y se guardó el dibujo.”
(El profesor Gerardo Salorio)
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El periodista argentino Luis Calvano recuerda encontrarse con Messi en su primera convocatoria de camino al campo de entrenamiento. Fue en Budapest, en la previa del partido de su debut, el de la expulsión. Leo había sido el primer futbolista en llegar desde Europa y andaba medio solo. “Yo caminaba detrás de él. Ibamos rumbo al campo de juego del estadio Puskás –recuerda Calvano–. Ahí se cruzó con otros jugadores, que habían ido directo a la cancha desde el aeropuerto y no desde el hotel como Leo, porque los vuelos se demoraron. Me dieron ganas de presentarlo, porque un par lo pasó de largo sin saber quién era. El caminaba como siempre: cabizbajo, pegado a la pared. El primero que lo reconoció fue Luciano Figueroa, quien lo abrazó y empezó a presentar al resto que iba llegando.” En ese primer entrenamiento pasó por las pruebas tácitas y colectivas de siempre para los nuevos: no recibió la pelota de sus compañeros, debió aceptar la jerarquía, se puso al final de la cola en las comidas. Quien supera eso puede considerarse, a todos los efectos, internacional argentino. “Ya en la práctica, Messi refunfuñó varias veces porque no le daban la pelota, mientras Pekerman le pedía que, en vez de enojarse, se mostrara”, continúa el periodista. Se estaban jugando todos, no sólo Messi, su presencia en los últimos partidos de Eliminatorias antes de la Copa del Mundo, que se iba a celebrar nueve meses después. Pero la sospecha generalizada era que, tras su excepcional Mundial juvenil, Leo no podía faltar.
Desde muy pronto, el presidente de la AFA, Julio Grondona, había reconocido que el talento de la Pulga lo iba a convertir en figura de la Selección. La rápida organización de los dos amistosos Sub-20 adelantándose a España marcó el camino del apoyo institucional. Si a Diego Armando Maradona Grondona tuvo que aprender a manejarlo, Leo iba a ser su hijo predilecto, su creación. “Yo quiero que éste sea el equipo de su hijos”, le comentó a Jorge Messi en una ocasión. “Argentina será tu equipo y te harán capitán”, le anunció a Leo.
Efectivamente, tras su debut de noventa y pocos segundos en el verano de 2005, la Pulga fue habitual en las convocatorias de José Pekerman, que consiguió clasificar a los suyos para el Mundial de Alemania. Los tíos de Messi, siendo éste un niño, le solían decir, “en joda”, que iba a jugar esa Copa del Mundo. “Así quedó la fecha, pero en chiste, nunca me imaginé que iba a jugar uno y menos tan rápido”, contó Leo años después.
Como ocurre en el mundo anglosajón y quizá como remanente de aquella cultura, en la psique argentina el brazalete de la Selección albiceleste tiene mucho peso, es el faro del grupo. En ese Mundial el capitán era Juan Pablo Sorín. Y mientras la capitanía cuente con el apoyo de los veteranos y de los jugadores de más peso, el del brazalete es el ganador de cualquier enfrentamiento.
Así se explica en la Argentina la ausencia de Juan Sebastián Verón en las convocatorias premundialistas y en la plantilla final para Alemania: “La pelea entre Juan Sebastián Verón y Juan Pablo Sorín en medio del partido entre Inter y Villarreal –vista por millones de televidentes de todo el mundo– desnudó una herida interna bien profunda en la Selección Argentina –se leía en Clarín en abril de 2006–. Una que deja adentro a Sorín –incluso es el capitán– y bien afuera a Verón. Todo mientras desde el entorno del jugador del Inter aseguran que Sorín es el principal responsable de la no presencia de Verón en las últimas convocatorias...”
Verón había sido muy influyente con el seleccionador Daniel Passarella y el referente absoluto con Marcelo Bielsa, incluso cuando el capitán era el central Roberto Ayala. Pero el volante central dejó de ser convocado desde la Selección de Pekerman y éste, a diferencia de Bielsa, que dejaba votar a los futbolistas, escogió a Sorín ignorando las presiones de algunos de los veteranos para que cediera la cinta a Ayala. Así de político es el asunto.
Y las jerarquías están para ser respetadas. Leo Messi sabía lo que ocurría, pero lo miraba todo desde la distancia de su grupo, el de los nuevos: junto a Oscar Ustari, fue el único menor de veinte años en acudir a aquel torneo.
Lejos del césped, se movía un paso por detrás del resto, medio invisible. Sabía que, como le había ocurrido en el vestuario del Barcelona, debía pasar por la habitual fase de aprobación general. El paso adelante que había dado en el Barça se convertía, de momento, en un paso atrás con Pekerman. Estaban ahí para aprender y esperar su turno.
“Júntese con el equipo, Leo”, le recomendaba Pekerman, pero Messi prefería sentarse con Ustari, Pablo Zabaleta o incluso Javier Mascherano, con quien congenió al instante. “La primera vez que lo vi fue justo antes del Mundial”, recuerda el hoy jugador del Barcelona. Pese a estar lesionado, Pekerman pidió a Mascherano que se juntara con el grupo en Suiza, donde Argentina iba a disputar un amistoso contra Inglaterra. “En ese viaje pasamos varios días juntos. Primero nos vimos en su habitación de hotel; la verdad es que no salía mucho de su habitación. Era tan callado, tan introvertido... Teníamos amigos en común y eso ayudó con la conversación. Pero al ser nuevo, le costaba más.” A Leo lo avergonzaba pensar que se metía en el medio, no quería molestar. “Yo también era joven, tenía veintidós años –continúa Mascherano–. El, dieciocho. A partir de ahí crecimos juntos y nos hicimos buenos amigos.”
Y mientras tanto se definía el conjunto final de un modo muy argentino: Pablo Aimar había realizado una buena temporada en el Valencia, pero quedó afuera por una meningitis aguda en abril de 2006 que lo dejó muy débil. Como consecuencia de ello, faltó a una concentración de la Selección en mayo, en la población española de Boadilla. Pekerman había decidido en un principio no convocarlo para el Mundial y justificaba su ausencia por sus problemas físicos. Los cabecillas, liderados por Juan Román Riquelme, se pusieron firmes y su “consejo” fue finalmente aceptado por el seleccionador. Así, Aimar, el único referente reconocido por Leo, fue llamado para el torneo; iban a compartir vestuario.
“Cuando fui creciendo y entendiendo más, fui estudiando los movimientos que hacía, cómo jugaba. Lo seguía”, ha reconocido Leo, que tiene en casa todas las camisetas que ha podido conseguir de Pablo Aimar (Benfica, Valencia, Selección). En esa temporada que acababa, Leo esperó a Pablo para pedirle la del Valencia. “Debería ser yo el que las coleccionara”, dice hoy el ex River.
Leo, incluido en el conjunto final, también llegaba al Mundial muy justito. Tras desgarrarse contra el Chelsea en marzo, volvió a recaer en abril, y (Frank) Rijkaard no lo vio en forma en mayo para la final de la Liga de Campeones. No tenía ritmo de competición, pero no quería estar en la Selección para acompañar. Deseaba ayudar, dar lo que incluso no tenía derecho a dar a su edad y con su estado físico.
Unos días antes de viajar a Alemania, en un amistoso de la Selección con un combinado Sub-20 en el estadio Monumental, Pekerman le hizo jugar la última media hora del partido para ver en qué forma se encontraba tras setenta y nueve días parado. Era también una manera de destensarlo: el seleccionador trataba de ese modo su obvia ansiedad por participar. Acabó el partido con normalidad. Se dirigió al túnel abatido, a toda prisa. Y se puso a llorar.
* Nominado al Sports Year Books Award en el Reino Unido.
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