FúTBOL › EL CLIMA DEL PARTIDO CONTAGIO A LAS TRIBUNAS
Un poco de pasión y algunos papelitos
› Por Facundo Martínez
El de ayer era uno de esos partidos especiales, que se pueden ver relajados, sin pasar sobresaltos, regalando sonrisas, porque todo lo que puede pasar, lo mejor y lo peor, no provoca el más mínimo movimiento. Es que tanto dentro de la cancha como también en las tribunas, resultó prácticamente imposible eludir el dato radical de que no había nada, absolutamente nada en juego. Y el fútbol, se sabe, es un deporte algo severo en este sentido.
Se podría impugnar semejante quietud, y más después de una previa cargada de especulaciones con respecto al equipo que arrancó frente a los peruanos, porque el encuentro de ayer ofrecía sí la posibilidad de observar nuevos desempeños, como los de Messi y Battaglia, quienes lógicamente debían dejar todo en la cancha y algo en la cabeza del entrenador, que está buscando, como él mismo comunicó, “el plantel ideal para ir al Mundial”.
El hecho de que la Selección llegara a este encuentro clasificada, y que jugara frente a Perú, sin ninguna chance de ir a Alemania 2006, hizo quizás que la presión que acompañó al equipo argentino en sus otras presentaciones de eliminatorias ayer estuviera ausente, tanto como los papelitos que acompañan la salida del equipo, que tampoco se vieron.
El partido no ayudó para mejorar el cuadro, tampoco los impulsos mínimos que arrancaban desde las cabeceras del estadio, donde hinchas de River y de Boca producían pequeños adelantos de lo que será el superclásico del próximo domingo. Demasiado previsible.
Sin embargo, hubo algunos pequeños momentos que justificaron el alboroto general, además de los dos goles. Uno fue después de que la voz del estadio nombrara a Messi y a Riquelme, los más ovacionados, y, en menor medida, a Lucho González y a Tevez, que arrancó entre los suplentes. Los otros fueron los cantitos que aseguraban que “vamos a ser campeones otra vez, como en el ‘86”, o pedían “oh, Argentina vamos, ponga huevos que ganamos”. No duraban mucho tiempo los cantos. Lo que sucedía en la cancha atentaba contra el buen ánimo.
Pasó el primer tiempo sin pena ni gloria, dejando apenas unos buenos piques de Messi que, aunque en estado embrionario, hicieron recordar a Maradona jugador. Por lo demás, se sabe que si adentro de la cancha no pasa nada, tampoco suceden cosas trascendentes en las tribunas. Para romper el tedio, de tanto en tanto, los hinchas rompían el silencio con algún cantito como ése que dice que “el que no salta es un inglés” y todo eso, que a esta altura provoca más tedio que saltos.
Un jugador peruano tirado sobre el pasto del Monumental al que le costaba elongar los músculos de sus piernas; la terna de árbitros paraguayos calentando en el centro de la cancha; unos muñecotes acompañados por una seudo murga bailando sobre la pista de atletismo; y el empeñoso aliento de un grupito de simpatizantes peruanos que, dicho sea de paso, no festejaban tanto jugadas elaboradas como sí los puñetazos del arquero Butrón para despejar la pelota, le dieron algunas pálidas pinceladas de color a un partido que, haciendo cuentas, no dejó mucho, o mejor dicho, dejó de todo un poco: un poco de Messi, un poco de Riquelme, un poco de pasión, unos pocos papelitos...
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