FúTBOL › OPINION
› Por Juan José Panno
Domingo a la tarde, sol radiante, semáforo, improvisado artista tratando de ganarse algunas chirolas con una actuación que se extiende en el reducido lapso del cambio de rojo a verde. No traga fuego, no hace acrobacia, no manipula naranjas ni palos; hace jueguito. Tiene una pelota hecha con medias viejas y hace jueguito. Morocho el tipo, flaquito, de unos treinta y pico de años, pinta de insai derecho de antes. Tiqui, tiqui, tiqui, una dos, treinta veces, del empeine, taco, muslo, tiqui, se entusiasma cuando algunos aplauden y casi se olvida de dejarse tiempo para pasar la correspondiente gorra y recoger el fruto de su talento.
Ocurrió ayer a las tres de la tarde en Palermo, en el Monumento de los Españoles. ¿Podría alguien imaginar la misma escena en la Via Veneto de Roma, en la Fulanenstrasse de Hamburgo o en la Avenida Menganovic de Zagreb? ¿Podría ocurrir en España? ¿En Polonia? ¿En Japón? No. Sólo aquí. Tal vez también en Uruguay, que viene a ser lo mismo que aquí, y en Brasil. Ayer mismo. Un rato después del cruce con el malabarista futbolero uno encontró, haciendo zapping, en el National Geographic un campeonato de belleza en Manaos en el que se elige a la Reina de las Peladas (los potreros, en la traducción criolla). Las candidatas son apadrinadas por equipos de fútbol y con la competencia de hermosura se desarrolla paralelamente el torneo de toque y gambeta. Reina del Potrero. Sólo, puede ocurrir en estas tierras.
Entonces cuando uno se enfrasca en el análisis teórico de la posible formación que decidirá Pakerman, recuerda la imagen del tipo que hacía jueguito en el semáforo, se enciende la lamparita y aparece la idea clara: eso es lo que hay que hacer, jugar, respetar la esencia, soñar. Soñar, para el caso, con la posibilidad de meter muchos más goles en los arcos contrarios, eso sí, siempre más que los que reciba Abbondanzieri. O sea, para decirlo de una buena vez: ma sí, que pongan a Riquelme, Tevez, Messi, y si cuadra también Palacios y Aimar y Lucho de cinco. Todos al frente, a jugar, muchos petisos, con el perdón de Grondona, jugando por abajo, tiqui, toqui. Una locura, claro, pero Brasil seguramente preferiría cruzarse siempre con equipos equilibrados y no con imprevisibles como éstos. Una locura, sí. ¿Y qué? Si alguien pasó por el semáforo de Palermo entenderá.
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