FúTBOL › OPINION
› Por Facundo Martínez
Es mérito de Sorin el haber convencido a sus entrenadores de que en realidad él es un jugador de toda la cancha. Arranca de tres, la sigue de once o sorprende de nueve, se va por la punta y manda el centro y, por qué no, lo va a cabecear también. A fuerza de una tremenda voluntad, que sin duda lo diferencia de muchos otros jugadores que vistieron la celeste y blanca, el defensor apuesta siempre al factor sorpresa, y algunas veces, que incluso pueden ser muchas, acierta.
Sorin es jugador que mira siempre para adelante y casi nunca para atrás. En sus corridas vertiginosas puede llegar al gol, aunque generalmente llega muy exigido e impreciso. Pero el principal problema es que lo hace dejando siempre a sus espaldas espacios que sus compañeros se ven obligados a cubrir, sobre todo cuando el defensor termina cruzándose de izquierda a derecha y, por la diagonal trazada, retrasa su llegada, su vuelta al inicio.
Si la Selección presenta en Alemania una formación con línea de cuatro, tal como se supone, sería valioso que Pekerman le pidiera a Sorin ubicuidad y sentido de la oportunidad. Se sabe que si el factor sorpresa se vuelve sistémico, deja de ser imprevisto y los rivales pueden sacar provecho de ello, de los espacios que se abren detrás del Sorin volante o delantero. Dicen los que saben que un equipo se fortalece cuando los jugadores saben de pie a rabo lo que tienen que hacer dentro del campo. La mesa en el comedor, la cama en la habitación y la heladera en la cocina, es decir: las cosas en su lugar. Y algún desorden, sí, de tanto en tanto, para que el rival se lamente de no poder verlo todo.
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