FúTBOL › UN REPASO A TODOS LOS CAMPEONES DE LA HISTORIA DE SAN LORENZO DESDE LA OPTICA DE ESTE NUEVO TITULO
Aquel equipo del ’33, así llamado por la procedencia de sus futbolistas, acercó la primera estrella al firmamento azulgrana, que luego rellenaron equipos como el de Farro, Pontoni y Martino, el que giraba en torno de Sanfilippo, los Matadores del ’68, el bicampeón del ’72, el cuadro que Zubeldía armó en 1974 o los que se pusieron los cortos en 1995 y 2001.
› Por Daniel Guiñazú
San Lorenzo llegó grande al profesionalismo. En el ciclo amateur había conseguido los títulos de 1923 y 1924 de la Asociación Amateurs y el unificado de 1927 de la Asociación Amateurs Argentina. Y no tuvo que esperar demasiado para dar su primera vuelta olímpica en la era rentada. En 1933 ya había salido campeón con un equipo formado en su mayoría por jugadores nacidos en el interior. Y que por eso recibió un bautismo periodístico que hasta hoy perdura: “Los Gauchos de Boedo”. No jugaba gran fútbol. Pero le sobraba poder de gol. Diego García y el elegante brasileño Petronilho do Brito habían armado una pareja muy efectiva de atacantes centrales y la velocidad de los piques de Gabriel Magán abrían paso rápido por la derecha. En verdad, San Lorenzo estuvo todo ese campeonato a la expectativa, por detrás de la lucha por el primer puesto entre Boca y Gimnasia. Al final terminó asomándose a una gloria que no le era propia y ganando el título en la última fecha, luego de que Boca perdiera 3-1 ante River en el estadio de Alvear y Tagle y los Gauchos superaran 2-0 a Chacarita en la vieja cancha de Villa Crespo.
Si al campeón de 1933 no le sobró nada, al de 1946 le sobró todo. Armando Farro, René Pontoni y Rinaldo Martino bordaron domingo a domingo un fútbol sublime, fino y rotundo a la vez, como lo demuestra su marca de 90 goles en 30 partidos. Farro era la laboriosidad, aquel que llevaba y traía el juego como insider derecho. Pontoni, la sutileza, el lujo que rodeaba de buen gusto futbolero cada jugada. Y Martino, la definición, potente o elegante, según se necesitara. En la segunda rueda, ese San Lorenzo fue arrasador. Ganó 12 partidos de 15 y repartió goleadas como si fueran rosas: le hizo 7 a Central, 6 a Atlanta y 5 a Lanús, Platense y Racing. Después de salir campeón, se fue a pasear su fútbol orgulloso a España y Portugal. Y volvió con las maletas llenas de olés.
El tercer título vino montado, trece años más tarde, sobre los goles de José Francisco Sanfilippo. Pocas veces un jugador fue tan determinante a la hora del éxito. Y ésta fue una de ellas: Sanfilippo fue más que San Lorenzo, promedió más de un gol por partido. Hizo 31 en 30 en una época en la que las defensas empezaban a superar a los ataques. Y esa efectividad demoledora le dio a San Lorenzo un plus que no tenía ninguno de los otros equipos. Sin ser una expresión brillante, el Ciclón le sacó 7 puntos a Racing, 12 a Independiente y 13 a Boca y a River, y hasta se dio el lujo de consagrarse con cuatro fechas de anticipación. Todo gracias a un goleador extraordinario.
Los Matadores, aquel formidable equipo que ganó invicto el Metropolitano de 1968, debería ser considerado entre los mejores equipos del club y de la historia. Pero su ciclo breve y fugaz (duró apenas 24 partidos) impide señalarlo con más énfasis. De todos modos, costará apagar su recuerdo por su fútbol lanzado, alegre, chispeante pero poderoso a la vez (señaló 49 goles), una bofetada a los esquemas cerrados y conservadores que imperaban por entonces. El brasileño Elba de Padua Lima “Tim” dirigía con sencillez e ideas claras. Usaba las tapitas metálicas de las botellas de Coca-Cola para dar la charla táctica en el vestuario. Pero podía darse ese lujo; los jugadores (Villar, Albrecht, Rendo, Telch, Cocco, Pedro González, Fischer, Veglio) eran extraordinarios. Sobre la base de ellos, Tim armó un cuadrazo que le sacó en la zona 12 puntos al Estudiantes de Zubeldía, Bilardo y Verón, casi su contratacara futbolística. Pero por esas rarezas de un reglamento enrevesado, tuvo que definir el título precisamente ante Estudiantes en el Monumental y sufrir hasta el final: recién pudo ganar 2-1 con un gol del Lobo Rodolfo Fischer en tiempo suplementario.
A la próxima vuelta olímpica no hubo que esperarla tanto. Llegó apenas cuatro años después, en 1972, y por partida doble. Ese San Lorenzo bicampeón que armó Juan Carlos Lorenzo se llevó el Metropolitano y el Nacional sin regalar belleza. Con muy buenas individualidades (Heredia, Ayala, Telch, Chazarreta). Pero apelando a los recursos que su técnico siempre supo insuflarles a sus equipos: solidez, funcionamiento y disciplina táctica. Por algo lo llamaban “la computadora”. Al Metro lo obtuvo con seis puntos de ventaja (49 a 43) sobre Racing. Al Nacional lo consiguió en una calurosa tarde de diciembre, tras vencer en la final en cancha de Vélez a River 1-0 con un recordado gol de Luciano Figueroa en el alargue.
El del Nacional ‘74 fue un campeón por descarte. Nadie daba nada por ese equipo que dirigía Osvaldo Zubeldía y en el que ya deslumbraban los desbordes por la izquierda de Oscar Ortiz y los taponazos del Gringo Héctor Scotta. Los candidatos eran otros en la rueda final: Boca, Independiente, Central. Uno a uno se fueron cayendo, y como ese San Lorenzo mantuvo su regularidad y fue creciendo en silencio, cinco triunfos, un empate y una derrota bastaron para dar otra vuelta olímpica en la cancha de Vélez luego de superar 3-2 a Ferro. En medio del delirio, nadie podía suponer que en ese mismo momento empezaba el ciclo más oscuro de la historia azulgrana. Y que ocho años después, San Lorenzo estaría jugando en Primera B, con su viejo Gasómetro convertido en un montón de tablones y fierros en desuso.
Fue por eso que se disfrutó tanto aquel título del Clausura ’95, el primero en la era de los campeonatos cortos. Pasaron 21 años para volver a ser campeón de Primera. Una nueva generación de hinchas quería conocer cómo era eso. Y tuvo que sufrir hasta lo último. Si Gimnasia le ganaba esa noche del 25 de junio a Independiente en el Bosque, el título quedaba en La Plata. Pero como el lobo perdió aquel partido increíble con aquel célebre gol de Mazzoni, la victoria 1-0 en Rosario, ante Central, con un gol de cabeza de Esteban González, desató una locura en tonos azules y rojos. Costará olvidar el llanto del Bambino Veira.
Si ese campeonato vino envuelto en el sufrimiento, el último de esta lista, el del Clausura ’01, fue puro placer. Aquel equipo del chileno Manuel Pellegrini parecía liquidado en la sexta fecha tras una derrota ante River 3-1 en el Nuevo Gasómetro. Todos lo daban por acabado. Pero a partir de ahí despegó una racha impresionante. Ganó a puro fútbol y ataque los 12 partidos que le quedaban y sumó 47 puntos, record hasta ahora en campeonatos cortos. Esa fue la penúltima fiesta de San Lorenzo. La última sigue girando. Y tardará en apagarse. No se sale campeón todos los días de la forma en que lo consiguió el Ciclón de Ramón.
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