Lunes, 12 de mayo de 2008 | Hoy
FúTBOL › EL CLIMA EN LAS TRIBUNAS DEL MONUMENTAL
Recibimiento entre frío y hostil, despedida con un tibio apoyo. Pocas banderas de reprobación, menos público del acostumbrado. Miles de corazones con la banda roja volvieron a casa latiendo más fuerte.
Por Daniel Guiñazú
La levantada de River en la segunda etapa, forjada en el vestuario por los cambios que hizo Diego Simeone en el entretiempo, y capitaneada en el verde césped por Ariel Ortega, cambió el clima del atardecer en el Monumental. De la frialdad y la apatía del principio, con un público que todavía murmuraba su bronca por el papelón copero del jueves a manos de San Lorenzo, se pasó a la austera celebración del final. Del maíz que plateístas irónicos de la tribuna San Martín baja le lanzaron al equipo en el mismo momento de su salida a la cancha, como irrespetuosa nota de opinión, se llegó a una despedida que reconoció con tibios aplausos ese repunte que transformó la caldera del 1-2 en un paisaje que el 4-2 final tornó mucho más grato.
Algo debe quedar en claro: la gente de River no fue ayer a prender fuego el estadio ni a bañar de insultos a los jugadores y a Simeone. Salvo dos, no hubo banderas invertidas en señal de queja futbolera, ni tampoco cánticos rabiosos en contra de nadie que no fuera el presidente Aguilar. A cada instante puso su amor por los colores por encima del dolor que la nueva frustración les había marcado en la cara y en el corazón. Pero llevará no poco tiempo recomponer una relación que ha quedado rota sin remedio.
La melancolía otoñal de la previa, los aplausos recatados cuando por los altoparlantes se anunció la formación del equipo, los silbidos tímidos que asomaron cuando se los nombró a Cabral y al propio Simeone y los estribillos que salían como si estuvieran atragantados en miles de gargantas se convirtieron en un bramido renovado cuando, a los 26 minutos del primer tiempo, Piatti puso el 1-0 para Gimnasia y, a los 41, Neira volvió a adelantar al lobo de La Plata. En esos momentos, los insultos y los pedidos de huevos a los jugadores transformaron las penumbras del estadio en una prolongación no deseada de la inolvidable noche del jueves.
Simeone leyó rápido el mensaje frenético que bajaba de todos lados. No había lugar para nada que no fuera una victoria. Y puso al Burrito Ortega, a quien la hinchada había empezado a pedir a los 35 minutos, en parte por convicción y en parte para descomprimir la presión que se acumulaba en cada rincón del Monumental. Le salió bien la apuesta. El jujeño se hizo cargo de la resurrección millonaria. En una ráfaga de apenas cuatro minutos, de los 49 a los 53, River canjeó la bronca del 1-2 por la satisfacción de un 3-2. Y con retazos de su antigua magia, más las apariciones de Abelairas, más las gambetas de Alexis Sánchez, más las subidas de Ferrari, más la actitud renovada del resto, convirtió los peces en panes. O la bronca de muchos en los aplausos también de muchos. Miles de corazones con la banda roja volvieron a casa latiendo más fuerte. No está mal a la hora de dar comienzo a la reconstrucción.
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