CONTRATAPA › OPINIóN
› Por Daniel Guiñazú
El gesto obsceno de Diego Simeone, tomándose los genitales mientras daba su vuelta olímpica personal acompañado sólo por sus tres hijos, dio la pauta de la tensión emocional que debió atravesar antes de ganar su segundo título de campeón. Después de haberse quedado al margen de la Copa en aquella noche infausta ante San Lorenzo, Simeone entendió que no podía fallar otra vez. Que ganar el Clausura era imprescindible. Y que para eso resultaba prioritario cerrar las puertas y las bocas del vestuario, concentrar energías, consolidar el frente interno y tender puentes hacia el corazón lacerado de la gente. En ese contexto debería leerse el gesto de devolverle a Ariel Ortega el lugar en el equipo que le había negado, amparándose en la necesidad de protegerlo ante sus problemas personales.
Hizo todo eso Simeone con pulso firme. Y como el campeonato fue el corolario del esfuerzo, los hinchas, que hasta ayer lo habían tratado con frialdad e indiferencia, le devolvieron un aplauso más cálido y hasta se atrevieron a corear su apodo con tibieza. Hay, todavía, un trecho largo que recorrer antes de afirmar que se ha formado una pareja. Pero, a partir de este momento, el técnico y la gente se pondrán mejor cara, se mirarán sin tantas reservas, se harán promesas de futuro cariño.
Por otra parte, el balance individual de Simeone cierra con ganancia. Lleva dos años dirigiendo al otro lado de la raya. Y ya se llevó dos títulos. Con Estudiantes, le ganó una final a Boca, luego de una arremetida memorable. Con River, se sobrepuso a una eliminación copera que cerca estuvo de abochornarlo. Y todo eso sin renunciar a su idea de fútbol ni dejar de arriesgar casi nunca, mas allá de algún cambio conservador. Queda, después del champán de los festejos, una deuda que deberá saldar pronto: sumarle más fútbol a la solidez de un equipo en el que el todo fue más importante que la suma de sus partes. El River del Cholo salió campeón ganando con más sufrimiento que deleite. El desafío, ahora, será aportarle algo de belleza sin quitarle ese esfuerzo que Simeone nunca estará dispuesto a negociar.
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