A los 60 minutos se consagró: centro frontal al área, cabezazo excepcional al ángulo izquierdo de Marcelo Ojeda y se hizo del certificado de goleador. Lucas Viatri consiguió su gol soñado, ese que le dio a Boca el triunfo en el superclásico. Sin embargo, pese a que cumplió, no fue el jugador que más brilló en el superclásico. Gabriel Paletta finalmente fue el que se llevó todos los aplausos. El defensor fue la figura del encuentro, ya que siempre dio la sensación de seguridad y solvencia. Sacó absolutamente todo. De arriba y de abajo. Y cuando lo exigieron con la pelota en los pies no pasó ningún sobresalto. Por eso, y por mucho más, Paletta es la nota más alta de este Boca, justo en un momento en el que era muy cuestionado.

Los otros baluartes del ganador hay que buscarlos en dos jugadores que, cuando están encendidos, son la columna vertebral de este equipo. Porque, con su marca, Sebastián Battaglia es el pulmón de la mitad de la cancha; y, con su calidad de juego, Juan Román Riquelme es el cerebro. Lo del 10, ayer, fue de menor a mayor, pero mientras apareció hizo todo exquisito. Tacos, pisadas, cambios de frente; manejó cada contragolpe como un relojito y supo esconder la pelota en los momentos en los que había que calmar el partido. Todo un derroche de talento.

Sin embargo, lo de Battaglia, que pudo pasar inadvertido, no se queda atrás. Hace todo el trabajo duro y a la vez fino. Controló con tranquilidad cada ataque de River y corrió de una manera incansable durante gran parte del encuentro. Fue quien ordenó y empujó al equipo en el momento en que se pensaba que se iba a complicar todo tras la expulsión de Hugo Ibarra. Y cada vez que tuvo la pelota en sus pies lo hizo con claridad, aunque en el primer tiempo estuvo un poco impreciso.

Javier García y Julio César Cáceres también fueron cruciales para construir tanta solidez. El arquero, porque supo responder cuando lo exigieron, pese a que en el comienzo se lo vio muy nervioso y dio algunos rebotes que pudieron complicar seriamente el desenlace del partido. El paraguayo, porque fue la rueda de auxilio de Paletta y no se complicó en ninguna de las salidas. Además anuló totalmente a Salcedo y ayudó a controlar a Falcao.

En cambio quedó una sensación de inconformidad con lo que hicieron Fabián Vargas, Jesús Dátolo y Nicolás Gaitán. Porque no fueron constantes: tuvieron chispazos. El juvenil jugó muy suelto en el primer tiempo, en el que estuvo muy movedizo, barriendo todo el frente de ataque. Hasta se animó a pegarle de afuera al arco y complementarse de una manera inteligente con Riquelme, con quien se supo entender. Lo que pasó es que de a poco se diluyó y terminó siendo sustituido.

Con Vargas y Dátolo sucedió algo parecido. Corrieron mucho, mostraron todas sus ganas, pero no pesaron en la creación de juego del equipo, que es lo que se les pide. Dátolo porque, si bien mostró todas sus ansias, a veces jugó poco en conjunto y sólo terminó siendo importante en el trabajo de presión en la mitad de la cancha. Y el colombiano, porque por momentos estuvo como desconectado y pasó inadvertido.

Quedarán en rojo las actuaciones de Hugo Ibarra y Claudio Morel Rodríguez. El marcador de punta derecho, debido a que se hizo expulsar tontamente por pelearse con el juez de línea y porque pudo comprometer seriamente a su equipo. Y el lateral izquierdo, porque jugó un mal partido. Se complicó una y otra vez en las salidas, estuvo impreciso y para colmo se volvió loco en el principio de la tarde con Buonanotte, el ratito en que el chiquitito estuvo encendido.

Calvo (quien entró por Gaitán) realizó una tarea satisfactoria y también contribuyó a la solidez del equipo. Se mostró seguro todo el tiempo y tuvo un quite en el área que pudo ser crucial. Noir y Chávez jugaron poco, pero le dieron dinámica a su equipo, aprovecharon cada contra y hasta brindaron la posibilidad de que Boca pudiese convertir algún gol más.