TENIS › LA EMOCIóN DEL GRAN CAMPEóN EN LA ENTREGA DE PREMIOS
Como en la final del Abierto de Australia, Federer se largó a llorar, pero esta vez las lágrimas eran de felicidad. “Fue muy difícil, pero es mágico”, aseguró el suizo. “Me diste una lección de cómo jugar al tenis”, lo elogió Soderling, su adversario en la final.
› Por Sebastián Fest
Desde París
Roger Federer y las lágrimas son ya inseparables. Aquel cuerpo sacudido a espasmos por el llanto de la derrota en enero en Melbourne reflejó hoy una plácida felicidad lacrimógena al conquistar el trofeo que lo obsesionaba: Roland Garros. “Fue muy difícil, pero es mágico”, dijo el suizo de 27 años. “Puedo estar tranquilo, por fin gané Roland Garros”, añadió el número dos del mundo, que se había estrellado en las finales de 2006, 2007 y 2008 ante el español Rafael Nadal.
El título conquistado en París fue el desencadenante de una cascada de emociones en Federer. Primero se arrodilló y se tomó la cabeza, conmocionado, casi sin poder creer que por fin lo había logrado. El público en el estadio Philippe Chatrier estalló en una ovación contundente, mientras la lluvia mojaba a todos y se confundía con las lágrimas que aún bañaban el rostro del suizo.
Pero fue en la ceremonia de premiación donde Federer terminó por desmoronarse. El himno suizo tocó su fibra más íntima y a los pocos segundos de iniciado una lágrima, lenta, comenzó a caer desde su ojo derecho. Quizá recordaba que sólo 12 meses antes, en ese mismo escenario, Nadal lo había fulminado 6-0, 6-3, 6-1 en la final.
Si no le importó llorar en Australia, cuando admitió que la situación lo estaba “matando”, menos le importaría ayer, con su rival en la final, el sueco Robin Soderling, definiéndolo como “el mejor jugador de la historia”. “Roger, me diste una lección de cómo jugar al tenis”, admitió Soderling. Y Federer dio una lección de cómo comportarse ante un gran momento. Tras su triunfo, y bajo una lluvia fría, dedicó más de media hora a dar entrevistas a la televisión, a posar para los fotógrafos o a conversar con voluntarios.
Al llegar por fin al interior del estadio quiso ir al baño, pero debió esperar. “¿Pueden abrir la puerta, por favor?”, pedía el que muchos ven como el mejor jugador de todos los tiempos. El estadounidense Andre Agassi le entregó el trofeo, algo nada casual, porque el ex número uno del mundo había sido, en 1999, el último en concretar la hazaña de ganar los cuatro torneos de Grand Slam. “Parece que el destino te lo tenía preparado, es increíble”, le dijo Agassi a Federer, según revelaría luego el propio suizo.
Federer estaba asombrado por lo sucedido con la irrupción espontánea de “Jimmy Jump” (el español que ya interrumpió grandes acontecimientos deportivos como la final de la Eurocopa 2004 entre Grecia y Portugal, quien se le acercó para ponerle sobre los hombros una bandera del FC Barcelona y maniobró para colocarle un gorro típicamente catalán, conocido como barretina). “No es la primera vez que me pasa”, dijo Federer recordando ocasiones anteriores en torneos como Montreal y Wimbledon. “Pero es la primera vez que me tocan”, admitió el suizo, que se mantuvo frío y evitó entrar en problemas.
El amor no estuvo ausente. “Mi hermosa esposa”, dijo un meloso Federer mirando al palco en el que Mirka Vavrinec, que en pocas semanas dará a luz, aplaudía la hazaña. Y luego se sentó en medio del estadio, en los escalones de la tarima de premiación. Abrazó fuerte el trofeo de los mosqueteros sin dejar de sonreír. Llovía ya en serio, pero a Federer no le importaba mojarse ni llorar: el tenis nunca había sido tan dulce para él.
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