Lanús y Boca protagonizaron un partido que se fue más en amagues que en situaciones concretas. Amenazaron con armar un partidazo, con mucha dinámica y con chances de gol frente a los dos arcos. Con jugadores que pintaban para comerse la cancha. Con mucho nervio, como si hubiese mucho más que tres puntos en juego. Y de a ratos parecía que iba a ser de esa manera. Pero en el repaso general, cuando el 2-1 para el equipo de Alfio Basile ya se tornó inmodificable, el resumen muestra que hubo pocas ocasiones de gol, que Caranta y Abbondanzieri trabajaron poco, que las calificaciones no superan los siete puntos y que el partido fue demasiado tranquilo, con pocas infracciones y apenas cinco amonestados.

Y en la impresión del juego, Lanús también amagó con ser mucho mejor que Boca. Su mayor dinámica en la mitad de la cancha, los electrizantes arranques de Salvio y Blanco y su imagen más compacta en todas las líneas, así lo insinuaban. Sin embargo, nunca terminó de concretar esa sensación. Es cierto que dominó más tiempo que su rival, que su juego siempre lució más armónico y que en el balance mereció, como mínimo, el empate. Pero también es verdad que le faltó animarse un poco más y faltarle más el respeto a un Boca que no daba ninguna garantía cuando promediaba la segunda etapa, con muchos jugadores que parecían cansados. Siempre parecía que Salvio, Blanco, Ledesma o luego Biglieri iban a desbordar a Ibarra, Morel o más tarde a Monzón. Pero lo concreto es que nunca lo consiguieron con claridad, como para generar un desequilibrio real.

El mérito de Boca estuvo en tener paciencia, trabajar el partido, quitarle ritmo al juego frenético que pretendía imponer Lanús y a no desesperarse cuando era superado por su adversario. Con esos argumentos encontró la manera de empezar a garantizarse el empate. Y cuando Palermo tuvo su chance, no la desaprovechó. Por eso, el triunfo cayó para el lado de los de Basile, cuando todo amagaba con ser un empate.