DESVENTURAS DE HINCHAS
Mirando la tele apagada
› Por Facundo Martínez
La tarde de ayer fue realmente oscura para todos aquellos que habíamos planeado ver el partido entre Independiente y Boca por televisión. El apagón generalizado era implacable. Por la radio se escuchaban los ecos de las primeras jugadas; en esta redacción cada cual mantenía su posición frente al televisor, a la espera de un milagro tecnológico. Que poné el dos, que cambiá al veinte, que debe ser el cable; nada, no había caso. Escuchamos el gol del Mellizo Guillermo mientras mirábamos la pantalla con lluvia, es decir la señal del sin señal; pero igual mirábamos. La puesta era conmovedora.
Luego comenzaron los llamados telefónicos. Eran de amigos. Nos informaban que en algunas zonas había vuelto la luz y la señal de cable —aquí funcionaba el generador de energía, pero de la señal ni noticias–. Entonces alguien sugirió que saliéramos del diario en busca de un bar. Y eso hicimos. Rápido y desesperadamente, con Juan Forn y Rep, comenzamos a recorrer la ciudad en auto. Primero pasamos por TyC, pero allí la situación era también desoladora. Decidimos ir más hacia el centro, por la 9 de Julio hasta Santa Fe, y todo estaba igual: bares sin luz, gente sentada en las mesas de las veredas; un signo inequívoco en la infructífera búsqueda.
Pasaban los minutos, las calles de Buenos Aires hacia el norte, y la realidad seguía mostrando su cara triste y apagada. Para colmo, nos paró un policía, que solícito en orientar nuestra mala puntería, nos intentó convencer de la inutilidad del efímero emprendimiento –No hay luz hasta La Quiaca –nos dijo, más o menos. Y después nos mangueó el diario que llevábamos apoyado sobre el tablero del auto y se dejaba ver a través del parabrisas, y nos dejó continuar camino. Paramos en dos hoteles, de esos de muchas estrellas, pero lo que buscábamos y tenían era sólo para huéspedes. Una pena. Pero comenzamos a sentir que estábamos cerca.
Callao, giro a la izquierda en Vicente López, un par de cuadras más, pero tampoco había suerte en la Recoleta. Mucha gente en la calle, bastantes camisetas de Independiente y de Boca, pero todo de oído. Seguimos, un poco frustrados, resignados, con ganas de volver de una maldita vez a la redacción... Ibamos a intentarlo una vez más, o dos; tomamos por Las Heras y ¡sorpresa!, verde, rojo y amarillo en los semáforos. Luz, lucecita y una pizzería colmada de hinchas. Me bajé del auto y cruce la avenida al trotecito para certificar si los que miraban el televisor desde el lado de afuera del local eran sólo curiosos circunstanciales, pero no, pasaba que adentro no cabía ni una mosca, mucho menos una llama norteña ni un caballo petizo, como los que alguno de los presentes había dejado amarrados a una parada de colectivos.
Del partido nada, apenas la voz ronca de un relator de FM –¡estos estéreos modernos con CD pero sin AM!–, que además era demasiado rojo, de Independiente, por supuesto. Finalmente, el paraíso. Un bar, uno de esos cafés medio finolis, atiborrado pero no tanto de televidentes. Entramos, relojeamos el territorio y casi volvimos a sentir la absurdidad de la tarde de ayer. Pero el ánimo de las gentes del lugar, todos miraban el televisor, era tan festivo –como un recreo después de la contienda– que enseguida nos encontramos compartiendo distintas mesas, por cierto bien ubicadas, a unos pocos metros de las imágenes que se transmitían desde Avellaneda. Apenas pudimos ver los últimos veinte minutos. Tres chances de Boca, que se celebraron entusiastamente, y el gol de Pusineri, que gritó un poco menos de la mitad del lugar.
Tuvimos que consumir y pagar antes de que finalizara el partido. Así lo dispusieron los encargados del boliche, temerosos tal vez de que en el bar sucediera lo mismo que sucedió luego entre los jugadores en la cancha, peleas y todo eso. Lo que sí pasó es que algunos se retiraron del recinto sintiéndose medio campeones y que otros lo hicieron apesadumbrados, quizáspensando en comprar velas para pasar la noche, por si el corte continuaba en sus respectivos barrios, cualesquiera fueran.
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Mirando la tele apagada
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