FúTBOL › OPINIóN
› Por Diego Bonadeo
Con ocho goles a favor –cuatro a Ecuador y cuatro a Brasil– los fundamentalistas de los resultados seguramente darán vuelta la página y evitarán toda discusión respecto del juego.
Es que el partido que la Selección Argentina les ganó a los ecuatorianos –equipo flojísimo, por lo menos el 2 de junio en la cancha de River– por las Eliminatorias, fue manejado a voluntad con un Messi brillante.
Si se dice y escribe “un Messi brillante”, ¿qué calificativos quedan entonces para, lejos el mejor de todos, una semana después, contra Brasil? Pese a las ya consabidas flaquezas defensivas y con la complicidad futbolera de Di María, el “10” actual de la Selección llegó a niveles que uno no recuerda haber visto.
Pero una vez más, la obcecada ignorancia del entrenador Alejandro Sabella privó a Messi, al equipo, al partido y, en fin, a los disfrutadores del fútbol, de la presencia desde el principio de Sergio Agüero. Para completar el dislate, cuando todavía faltaba un rato, sacó a Di María. A las omisiones en las convocatorias a Riquelme y Pastore, se suman estos recientes despropósitos.
Menos mal que sigue habiendo algunos diferentes.
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