Vamos los pibes...” Cuando apenas faltaba un minuto y el descenso ya estaba consumado, el grito surgió desde la popular y no tardó en propagarse por la platea. No hubo insultos, tampoco abundaron las lágrimas. Es que, más allá del dolor que significa perder la categoría, todo Huracán –sus jugadores, su técnico, los hinchas– sabía, desde hace varias fechas, que no había otro destino posible. Como ya había ocurrido en 1986 y en 1999, el equipo de Parque Patricios, el de Onzari, de Masantonio, de Baldonedo, de Houseman, se fue a la B.
Ni bien Oscar Sequeira pitó el final, el arquero Mariano Andújar se deplomó en su área. El pibe, que había debutado ante Unión y que había sido el héroe en la victoria ante Banfield, se tuvo que comer un descenso en su tercer partido en Primera. Y casi lo mismo se puede decir de Daniel Pranich, Juan Zalazar, Sebastián Lipo o casi el resto de sus compañeros, todos nombres que la historia recordará en el equipo que se fue a la B Nacional, pero que la realidad marca que tuvieron muy poca responsabilidad en la debacle. Por eso, los hinchas supieron reconocerlo con ese aplauso cerrado del final. “La gente sabe a quién aplaude”, reconoció el técnico Jorge Célico. Hasta los de Boca parecieron entender la situación, ya que casi no se mofaron de la desgracia ajena.
Los números dejan en claro que el descenso de Huracán es indiscutible. Fue último en el Apertura con once puntos, marcha en la misma posición en el Clausura con seis, y de los 34 partidos que disputó entre ambos torneos apenas ganó tres. En toda la temporada obtuvo 17 unidades, 16 menos que Estudiantes, el rival más próximo en la tabla acumulada. Con semejante campaña, no cabía otra posibilidad que el descenso. “Por lo menos no nos mandaron los cuervos”, se consolaba un plateísta mientras aplaudía a sus pibes.