ENTREVISTA
La dama de Shangai
› Por Mariana Enriquez
Wei Hui es bellísima. Usa vestidos rojos de raso, medias de red, tacos altos, y es dueña de un inglés fluido. Sentada en el hotel Plaza, donde se aloja en Buenos Aires, cuenta que salió a bailar, buscando alguna disco que ofreciera música electrónica, y su traductora le diseña un mapa para que visite el Barrio Chino de Belgrano. Es muy rica y afortunada, además, y lo sabe. Su primera novela, Shangai Baby, que publicó en 1999, ya fue traducida a veinticinco idiomas y editada en cuarenta países. Tiene vendidos los derechos cinematográficos. En la Feria del Libro de Buenos Aires se convirtió en un éxito. Todo esto después de lo que puede considerarse una desgracia, porque Shangai Baby fue prohibido en China, y se quemaron públicamente 40 mil ejemplares, por ser considerado un libro decadente, esclavo de la cultura occidental y más que incorrecto. Wei Hui, de 29 años, es hija de un oficial del ejército, y como tal fue educada en los mejores centros de estudio de su país: egresada de la Universidad de Fundan, logró trabajos como periodista, editora y hasta un puesto de publicista que le generaba ganancias extraordinarias. Hasta que la prohibición del libro en China empezó a traerle verdaderos problemas.
¿Cómo supo que Shangai Baby sería prohibido?
–Recibí la información de mi editor. Les llegó un documento oficial que decía que el libro era muy decadente, no querían que la nueva generación de China fuera representada así. Nadie me amenazó personalmente, sólo les dieron órdenes a mis editores, que se vieron obligados a abrir el depósito editorial y entregar los libros a la hoguera pública.
¿Ahora puede publicar en China?
–No. Los medios no pueden mencionar mi nombre ni mi libro. Tengo el teléfono intervenido y también mi e-mail. No sé cuándo voy a volver a publicar; es probable que lo haga en el exterior. Quiero volver a China, sin embargo. Vivo en Nueva York, pero extraño Shangai. Es mejor para mí ir y venir, moverme.
Shangai Baby es un libro muy cosmopolita...
–Pero realista. Shangai es especial. Shangai no es lo mismo que China. Como Nueva York no es lo mismo que Kansas. Siempre fue moderno, con mucho estilo, muy occidentalizado. Escribí el libro hace tres años: hubo algo de rebelión. En ese momento saqué rabia y fuego, usé elementos de la cultura occidental, como la generación beat, o pintores locos como Dalí: fueron mis armas para atacar el viejo sistema cultural chino, que es tan aburrido, especialmente desde 1949, cuando se instaló un sistema de censura muy estricto.
¿Cuán fuertes fueron las acusaciones políticas que recibió en aquel momento?
–Me acusaron de esclava de la cultura occidental. También dijeron que traicioné a la patria, y a los hombres chinos que representan la cultura oriental. Hubo elementos políticos que se metieron mucho en el debate. Lo que más les molestó fue que en la novela una mujer china tuviera sexo con un hombre occidental. Consideraron que era un símbolo de entrega. China cambió mucho y los hombres chinos se quedaron atrás, porque las mujeres crecieron: se sienten amenazados, sin poder. Para colmo empezaron a aparecer muchos hombres de negocios occidentales: grandes compañías invierten en el país, y estos hombres están muy bien pagos, viven en grandes departamentos, son reyes, con privilegios. Y los chinos se sienten muy mal. De verdad que odian el libro, sobre todo por el tratamiento de la sexualidad femenina: odiaron que una joven escriba de este modo, tan abierto y explícito: es muy agresivo para ellos. No soportaron una visión hedonista sobre el sexo. Las escritoras en general igualan el sexo con el sufrimiento. En mi libro el sexo se disfruta.
¿Sigue tan fascinada con la cultura occidental hoy, que puede vivirla?
–No. Estoy leyendo muchos autores chinos clásicos. Aquí en la Argentina veo esta crisis económica, y a mucha gente decepcionada, me parece, por el capitalismo y los valores de la cultura occidental. Hay algo malo en lo occidental, algo que ya no me atrae como cuando era más joven. Llegué a Nueva York el 10 de septiembre, un día antes del ataque a las Torres Gemelas. Para mí fue un shock: escapé de China y llego a este lugar donde ocurre este desastre. Tengo que confesar que cuestioné mi fascinación por lo occidental. Encontré muchas crisis y problemas. Creo que mi próximo libro va a ser muy oriental. Quiero volver a los valores orientales, la sabiduría de la paz en el alma, el budismo zen que dice que una persona debe estar en armonía con el ambiente, que el universo debe ser armonioso. El budismo no estimula el conflicto ni el odio. Creo que lo oriental puede ayudarnos. La civilización occidental está en crisis, y sirvió para que yo tuviera mi propia crisis y pudiera analizar lo que siento y mi sistema de valores. Estamos en un momento histórico genial para un escritor, poder ser testigos de todas estas contradicciones.
¿Los jóvenes chinos la consideran una escritora de culto?
–Tengo muchos fans. Soy casi una heroína. Fui famosa en China después de la prohibición. Y ahora soy como una leyenda porque desaparecí y vivo en el exterior. Mucha gente me escribe cartas que me ayudan, especialmente de mujeres jóvenes: les interesa que alguien hable del deseo, de su sexualidad. Pero, aunque no quiero juzgar a mi generación, puedo decir que me preocupan. Están perdidos: no creen en un Dios o en un sistema. Creen en el dinero, en lo material, en el hedonismo. Cuando empecé a escribir el libro, no esperaba convertirme en un icono de algo en lo que ni siquiera sé si estoy de acuerdo, o qué es. Nunca pienso en conceptos a la hora de escribir: para mí es más simple. Mi motivación es ser honesta. La honestidad para un escritor chino es muy difícil: los escritores tienden a querer quedar bien con el gobierno. Y yo quise escribir una historia real. Eso es todo.
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