RESEñA
El efecto K
ME GUSTARIA SER UN ANIMAL
Ezequiel Alemian
Siesta
Buenos Aires, 2003
96 págs.
POR IGNACIO MILLER
“La obra se transmite como una historia o una anécdota inscripta en la realidad, como un diario de viaje o un trabajo sobre un terreno urbano en el cual se dispersa y desmiembra. Reivindica el poder de la anécdota como formadora de la unidad mínima que condiciona nuestro devenir, como espacio de pensamiento, de la sociabilidad y de la individualidad, enfrentando la tendencia a la globalización. Si uno interviene, incluso de manera muy acotada, ingresa nuevamente en la tentación del control.” De acuerdo: la cita es un poco larga y la sentencia expresada en ella, con su léxico y sintaxis tan académicos, suena afectada y distante. Está extraída de “Arte poética II”, uno de los textos que integran Me gustaría ser un animal, donde, formando parte de dos párrafos puestos en bastardilla, se presenta como una voz que, aunque incorporada al texto, no es del todo la del texto: en otras palabras, donde funciona, precisamente, como una cita. Allí, la cita, a la vez que propone una tesis que, de modo consecuente, será ejemplificada a renglón seguido con una anécdota, también resume e indica la forma en que quiere ser leído todo el libro: como una serie de fragmentos, de atisbos, de pensamientos, de posibles relatos... en fin, “como un diario de viaje o un trabajo sobre un terreno urbano, (etcétera)”.
Me gustaría ser un animal está conformado, casi en su totalidad, por prosas breves, con excepción de algunos apartados que, siguiendo de manera coherente con la idea del diario o cuaderno de apuntes, exploran, por decirlo así, otras formas de expresión: el dibujo (“Ruta 205, km 42”), la composición de tono “vanguardista” (“Folisofía”), o el poema que bien podría pensarse como la letra de una canción (“El enigmático Sr. No”). En lo que hace a las prosas, éstas son, por lo general, de carácter cuasinarrativo y, si es posible reconocer en ellas una influencia central, ésta sería la de Franz Kafka. De ello dan cuenta no sólo la elección de la prosa breve de carácter fragmentario como forma literaria, que se inscribe en una tradición de la que Kafka fue uno de tantos cultores, sino también las diversas referencias a la obra y a ciertas constantes del universo literario del autor de Contemplación diseminadas a lo largo de las páginas de este libro.
Sin embargo, allí donde Kafka no teme confiar en aquello sobre lo que escribe y mostrarlo todo –hasta el punto que, como se ha apuntado muchas veces, en su obra no hay nada oculto sino que todo está expuesto con una claridad y precisión exasperantes–, Alemian tiende, en ocasiones, a escamotear y ocultar y, contrariando su precepto, a intervenir demasiado, de forma que la reflexión sobre los hechos suele interponerse entre los hechos mismos. Como resultado, muchas de las prosas de Me gustaría ser un animal, si bien muestran la indudable capacidad de Alemian para captar detalles, derivan hacia una acumulación de frases, de las que se tiene la incómoda impresión de que oscilan entre la alusión críptica y el chiste privado. En contrapartida, en aquellos casos en los que Alemian se entrega con menos reparos a los “hechos”, el resultado es sensiblemente mejor: es lo que ocurre en “Duna” o “¡Era yo!”, donde diferentes voces se limitan sólo a contar alguna anécdota mínima, o en “Está bien, buena suerte”, que expone el discurso melancólico de una suerte de abúlico moderno.
El deseo de ser un animal, a la vez que remite a la prosa breve de Kafka en particular a “El deseo de ser un piel roja” (mencionado por Alemian), apela además a uno de los motivos más recurrentes en la obra del escritor judío-checo: aquel que Deleuze-Guattari denominaron “devenir-animal”. Y,en este punto, es difícil resistirse a la tentación de pensar que el deseo inconfesable de Alemian sea ser, al menos por un momento, aquel aburrido abogado de Praga.