Dom 20.06.2004
libros

RESEñA

No sé lo que quiero pero lo quiero ya

Acerca de la felicidad
Un análisis de tres
escritos de Herbert
Marcuse
Alicia Entel

Prometeo libros
Buenos Aires, 2004
164 págs.

Por Martín De Ambrosio

Hace más de dos mil años, a un individuo llamado Aristocles que pasó a la fama bajo el mote de Platón (porque tenía anchas espaldas), se le ocurrió que una cosa era el mundo percibido a través de los sentidos y otra muy distinta el mundo que, gracias a variadas dosis de introspección, podía ser captado a través de la intelección. Esta división, sensible versus inteligible, fue adoptada con fervor por una secta, la secta cristiana, que mientras luchaba por una hegemonía que lograría después de algunos siglos, se conformaba pensando que el verdadero mundo –como enseñaba Platón– o la ciudad divina –como enseñaría Agustín– poco tenían que ver con el Imperio Romano.
Luego (¿ironías del destino?) esa filosofía, que servía como consolación cuando no se tenía el poder, sirvió para mantener a la feligresía en orden e insistir en que las felicidades vendrían en la futura estancia en el Cielo, para ganarse el cual se necesitaban apenas algunas décadas de piedad terrenal. Dos mil años después (la fuerza de las ideas y de los Estados mediante) esta diferenciación entre sensible e inteligible se ha tornado incuestionable: ha sido naturalizada con distintas connotaciones.
La certeza de que esta dicotomía presente en la cultura occidental tiene una fuerte impronta política y es el fruto de alguna alienación primigenia es el punto de partida de este libro en el que Alicia Entel (profesora titular de Teoría de la Comunicación en la UBA y autora de La ciudad bajo sospecha, entre otros) analiza tres escritos del filósofo alemán Herbert Marcuse, aquel miembro de la Escuela de Frankfurt que a diferencia de Max Horkheimer y Theodor Adorno no regresó a su país después de 1945 y prefirió nacionalizarse norteamericano. Menos conocidos que sus obras principales, Eros y civilización y El hombre unidimensional, los textos de los que Entel da cuenta brillantemente (y de los que se incluye una antología) exploran las posibilidades teóricas, pero también prácticas, de sacarse de encima ese antiguo lastre y acercar un poco la felicidad a la humanidad aquí y ahora.
En ese sentido, el más bello y a la vez más utópico es “La nueva sensibilidad”, texto que contiene todo un programa a desarrollar (no en vano señala Entel que Marcuse fue faro de referencia para el Mayo francés y para el movimiento hippie). Como todo texto utópico y con pretensiones fundacionales, por momentos puede resultar naïve o voluntarista al bregar por un nuevo “principio de realidad”, pero lo que se mantiene inalterable es la capacidad de análisis que permite sospechar –con una pequeña traspolación– que la New Age y todos esas florecientes movidas actuales del Alma continúan con la fragmentación de la sociedad y son funcionales al verdadero status-quo.
Idealista, como digno alemán, Marcuse se muestra sin embargo en beligerancia con algunas taras de ese idealismo que ayuda a aceptar lo existente con los brazos más o menos cruzados y que –peor– se opuso sistemáticamente a una filosofía materialista que se ocupó por conseguir la felicidad, “mientras que el idealismo entrega la tierra a la sociedad burguesa y vuelve irrealizables sus propias ideas al conformarse con el cielo y con el alma”. La nueva sociedad marcusiana no negaría los principios científicos y técnicos, ni se daría de cabeza contra laracionalidad, pero debería alumbrar una nueva moralidad: la moralidad estética.

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