RESEÑAS
30.000
NO HABRA FLORES EN LA TUMBA DEL PASADO. LA EXPERIENCIA DE RECONSTRUCCION DEL MUNDO DE LOS FAMILIARES DE DESAPARECIDOS
Ludmila da Silva Catela
Ediciones Al Margen
La Plata, 2001
230 págs.
Por Daniel Mundo
La lógica terrorista de la última dictadura militar impuso y legó nuevas formas de socialización e identificación. La figura del desaparecido, en este sentido, estigmatiza nuestra cultura, al tiempo que representa su enigma. A su alrededor se construyen identidades, en su nombre se entablan disputas y se exigen verdad y justicia. La figura del desaparecido es una figura inquietante: lugar vacío por excelencia, los que la invocan deben preservar su no conclusividad. En los últimos años ha aparecido una serie de libros que le infunden un sentido nuevo, tomando distancia del testimonio inmediato y de la denuncia (formas, por otro lado, fundamentales de presentar al “desaparecido”), para arriesgar reflexiones que le dan vida al acontecimiento histórico del “desaparecido”. No habrá flores en la tumba del pasado, el libro de Ludmila da Silva Catela, se enmarca en esta serie, mostrando la fuerza aglutinante y creadora que esta figura tuvo, tiene y tendrá en la Argentina.
Catela indaga la experiencia que los familiares de desaparecidos vivieron desde los años nefastos de la dictadura, pasando por el breve período de la esperanza democrática, las decepciones dolorosas que esta democracia comportó, hasta llegar a las nuevas formas de indagación y reclamo de justicia que se vienen practicando desde mediados de los años noventa. De un modo delicado y respetuoso, Catela nos hace participar del dolor y la frustración, y también de las alegrías que marcaron y marcan la vida de muchos de los familiares de desaparecidos. Presenta y les da significado a los rituales y monumentos identificatorios, así como también a las presentaciones de hábeas corpus que se hacían durante la dictadura, solicitando inútilmente información sobre el destino de algún familiar; participa en algunas de las clásicas marchas realizadas por las Madres y las Abuelas, y percibe sus diferencias, muestra sus tensiones; reflexiona sobre los escraches practicados por los H.I.J.O.S.; estudia actos conmemorativos o la inauguración de algún monumento, entre muchas otras prácticas que ayudan a mantener viva la memoria. Estas prácticas, como “las fotos, los pañuelos, las siluetas, cualquier soporte de la memoria, sirven en última instancia como signos de la desaparición”.
Desde una perspectiva antropológica, realizando entrevistas en profundidad, el libro focaliza su investigación en la región de La Plata, Berisso y Ensenada. Al acotar su objeto a una región circunscripta y a unos años en particular, el trabajo no pierde universalidad; muy por el contrario, la gana porque se sustenta en fenómenos vividos, en contradicciones y esperanzas de personas reales, y no en ideas abstractas o prejuicios compartidos. Es un libro serio, pero su seriedad (la seriedad que tiene una tesis de doctorado que ganó el premio a la mejor tesis en Ciencias Sociales del Brasil en el año 2000) no le impide romper con los rituales académicos y tener una prosa envolvente, donde para acceder no hace falta ser un especialista.
Los acontecimientos políticos siguen un ciclo vital muy distinto de los hechos sentimentales. Si para éstos podemos considerar válido el refrán que sostiene que el tiempo cura todas las heridas, para aquéllos esta frase popular denota más bien la falta de conocimiento e imaginación históricos del que la enuncia. El paso del tiempo no cicatriza lasheridas, en todo caso permite que éstas dejen de supurar venganza y odio, sentimientos comprensibles en el ser humano, pero que el historiador debe reprimir para calibrar en su justa medida lo que se investiga y testimonia. La distancia histórica, muchas veces, resignifica hechos demasiado sabidos. El libro de Catela toma la distancia suficiente para poder juzgar con imparcialidad sin perder el apasionamiento y el deseo de justicia.