Dom 18.07.2004
libros

Cosas de familia

Seix Barral
Buenos Aires, 2004
317 págs.

por Marina Mariasch

Al abrir un libro, el lector probablemente busque algún tipo de aventura, entendiendo aventura como algo que determina al aventurero a salirse del contexto de su vida. Hablar de aventura en relación al matrimonio puede suponer una contradicción. El matrimonio parece estar lleno de clichés y la aventura implica transgredir sus límites. Sin embargo, cuando un lector abre un libro, no necesariamente encontrará la aventura en lo arriesgado de las acciones que puedan llevar a cabo los personajes del texto. La aventura del lector tiene lugar cuando se encuentra con una escritura que de alguna manera, sutil o espectacular, traiciona lo esperable. Eso probablemente configure aquello que puede llamarse la experiencia de la literatura: toparse con una disposición de las palabras tal que nos provoque sorpresa.
Por eso da igual si los personajes son solteros o casados, rebeldes o sometidos, judíos o gentiles, aburridos o divertidos. Al menos, no son esa clase de rasgos de los personajes lo que hacen que un libro sea o no interesante. Por eso, para pensar en el reciente libro de Marcelo Birmajer, Ultimas historias de hombres casados, no importa que los personajes ya hayan dado el sí ante el juez. Ni que el protagonista de la mayoría de los relatos, que funciona como un alter ego del autor, también apueste al matrimonio y además sea escritor, argentino, joven y judío.
Y sin embargo existe un atractivo del orden del morbo o de la curiosidad cuando se habla de “historias de hombres casados”. La sola convivencia de las palabras “historias” y “casados” en una misma frase provoca efervescencia. Sugiere “ocultas”, “prohibidas” y “misteriosas” como adjetivos para esas historias.
Marcelo Birmajer opta por trabajar, en dos niveles distintos pero complementarios, lo deceptivo. Por un lado, parte de un título seductor para luego dar lugar a historias en las que el dato de ser casados que ostentan sus personajes no siempre es relevante. Y cuando lo es, sus historias, en muchos casos, distan poco de ser acontecimientos triviales, cotidianos. Sus hombres casados se reducen casi a uno solo, de cuarentaipico, cuya moral entra en duda pero nunca se quiebra.
Hay algo de ingenuo en la manera en que el protagonista de los cuentos de Birmajer vive el matrimonio. Más cauteloso que en las anteriores Historias de hombres casados, el personaje parece moverse dentro del matrimonio como si su estructura fuera definitiva e incuestionable. El hombre es más o menos feliz –se acerca y se aleja de la felicidad cuanto es posible hacerlo dentro del marco del matrimonio–, pero esa mediocridad no parece molestarle. Las situaciones que corrompen la institución o la hacen tambalear aparecen como sorpresas y se procuran esquivar como a los pecados. La moral que rige es la moral de la clase media. Las pequeñas aventuras son vividas como grandes transgresiones. Birmajer trabaja sobre ideas instaladas en el imaginario social (una mujer fea puede brindar mayor placer sexual que una linda porque ante todo está agradecida, los payasos despiertan temor, etc.).
Pero además Birmajer –con el aval de la amable sonrisa de Bioy Casares– logra un efecto muy singular en el plano del lenguaje, al operar con lo que el sentido común entiende por literatura. El libro nos enfrenta con lo que, en los parámetros de la clase media aspirante a culta, se supone que debe esperarse de lo literario. Y eso puede proporcionar al lector unreconfortante alivio y constituir uno de los principales motivos por los cuales este libro (y los otros de la misma serie de Birmajer) son tan convocantes: parecen reconfirmar una idea preconcebida de la literatura. Tal vez los misterios del matrimonio sean posibles. Pero sólo si se los recorre evitando sus lugares comunes, aquellos giros del lenguaje conyugal que repiten esquemas, tipologías y maneras.
Las aventuras –también cuando adoptan la forma de libros– nos obligan a salirnos de lo cotidiano, a repensar nuestro lugar en el mundo, a explorar nuevos territorios. Los relatos de Birmajer provocan otro tipo de sensación: la de llegar a un lugar conocido, la de volver a casa materna. Aunque ese confort puede transformarse en incomodidad.

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