Dom 08.08.2004
libros

ENTREVISTA

Fragmentos de autobiografía

El próximo martes a las 18.30 se presenta en el Centro Cultural España (Florida 943) El observatorio editorial, el libro de crónicas y ensayos de Jorge Herralde, el celebrado fundador de Anagrama. A continuación reproducimos algunos tramos de la entrevista que abre el volumen y un fragmento del prólogo escrito por Rodrigo Fresán.

POR NURIA AZANCOT

Este año, Anagrama celebra sus primeros 35 años. ¿Cómo ha cambiado el mundo del libro español, del franquismo a los últimos años de Aznar pasando por la transición?
–El paisaje editorial ha sufrido (y no es mala palabra) una transformación radical. En las primeras décadas del franquismo la etiqueta editor independiente no existía porque todos lo eran y daban su nombre a la editorial: Janés, Caralt, Noguer, Seix-Barral, Plaza. Con alguna excepción como Lara, que empezó como Lara, quebró, y reemprendió su suerte como Planeta, o Destino, por lo de la unidad de destino en lo universal de sus orígenes falangistas. Luego en los ‘60 hubo la irrupción de las editoriales izquierdosas, sin apellidos, por ser un equipo editorial o por el rechazo al culto de la personalidad, todo muy sixties: Ciencia Nueva, Cultura Popular, Cuadernos para el Diálogo, Ediciones 62, Anagrama. Y en destacadísimo lugar, la admirable Alianza. En resumen, un paisaje variopinto y atomizado. Los catálogos reflejaban el gusto y el estilo de los editores y sus equipos, a veces caprichosos y amateurs, pero también a menudo admirables como en el caso de Janés, la Seix-Barral de Carlos y en menor medida Luis de Caralt.
Un síntoma interesante: había entonces, básicamente, tres premios de novela. Dos literarios: el Nadal, indispensable en los ‘40 y los ‘50, y el Biblioteca Breve de Seix-Barral, que lo desbancó del liderato en los ‘60, y uno comercial ya desde sus inicios, el Planeta.
En los ‘70 un grupo de ocho editoriales –Barral, Lumen, Tusquets, Laie, Ediciones 62, Fontanella, Cuadernos para el Diálogo y Anagrama–, culturalmente vanguardistas y políticamente progresistas, empezamos una muy estimulante aventura colectiva, la fundación de Distribuciones de Enlace y la creación de una colección común, Ediciones de Bolsillo. Pese a los numerosos percances de la censura, contra Franco editábamos, si no mejor, sí contra un adversario que era inequívocamente el malo de la película y que estaba empezando a agrietarse.
Saltando tres décadas y situándonos en el siglo XXI, aparece la teocracia del mercado y la concentración editorial, con grandes grupos transnacionales y multimedia, como el imperio Planeta y sus muchos sellos y sus conexiones en prensa y televisión, el grupo Santillana y su vinculación con Prisa, dos potencias como Bertelsmann y Mondadori unen sus fuerzas en lengua española bajo el sello Random House Mondadori, mientras el otro gran grupo, Anaya, propiedad de la arruinada Vivendi, comprada por Lagardère, espera el veredicto de Bruselas [con posterioridad a esta entrevista, Bruselas se pronunció en contra de la incorporación de Vivendi al grupo Hachette]. Y, a menor y más incierta escala, Ediciones B del Grupo Z.
Volviendo a los premios literarios como síntoma significativo y estrictamente español, nos encontramos con su proliferación manicomial, a la caza de los quince minutos de gloria. Planeta, por ejemplo, debe tener varias docenas repartidos entre sus editoriales. Aunque más que manicomial el problema es estructural. Y como subproducto de los premios: ahora, una de las funciones principales de las agentes literarias (como en el fondo bien saben mis queridas amigas) es facilitar el tráfico de autores de premio a premio.
La respuesta ha sido larga, pero la pregunta era para ponencia o curso monográfico.
¿Qué balance personal hace de lo vivido y sufrido estos años como editor?
–Para mí ha resultado apasionante, no podría concebir un mejor empleo del tiempo, con sus aceleraciones y sorpresas permanentes, sus montañas rusas. La deliberada y obstinada construcción de un catálogo, el cuidado artesano por el libro y a la par su más enérgica promoción, la continua relación con material tan sensible como los autores. Con satisfacciones mayúsculas como haber contribuido en los ‘80 al lanzamiento internacional de lamarginada literatura española, o los numerosísimos y celebrados galardones otorgados a autores de la casa. O la singular felicidad, que tan bien conocen mis colegas, de descubrir en un manuscrito desconocido la voz de un auténtico escritor. Y etcétera, etcétera.
Fue el primero en denunciar la muerte súbita de los libros... ¿a qué se debe que la situación se haya agravado? También alertó sobre el fenómeno de la concentración editorial... ¿por qué cree que al final la cuenta de resultado no les acaba cuadrando a los grandes grupos?
–La muerte súbita de los libros es el corolario inevitable de la concentración editorial, de la sobreproducción, de intentar rentabilizar al máximo el espacio de librerías, cadenas, grandes superficies, de los contenedores varios de libros. El resultado de la huida hacia adelante estaba cantado. Se ha derrumbado con estrépito Vivendi, uno de los grupos mayores del mundo, mientras que otros grandes grupos han debido reducir novedades, despedir personal, pagar menos anticipos, etcétera. Cuando se acaba la ingeniería financiera, la contabilidad creativa y otras presuntas sofisticaciones, aparece la verdad más chata: en la caja no hay un duro. Y entonces no hay más remedio que actuar en consecuencia: cirugía urgente, incluso serrucho “Matanza de Texas”, como hace poco en Espasa.
¿Qué cree que va a pasar en los próximos años con esos problemas (la vida cada vez más reducida de los libros, la concentración, la distribución, los niveles de lectura...)?
–Aunque el efecto rodillo de los grandes grupos haya laminado tantos jóvenes proyectos (incluso propios), pienso en determinadas editoriales independientes, con un perfil, un catálogo y un proyecto editorial reconocible, apostando por la calidad, que han atravesado sin percances estas últimas etapas. Desde veteranos como Tusquets, Pre-Textos, Siruela o Anagrama hasta El Acantilado, Lengua de Trapo, Trotta, Antonio Machado o Minúscula.
Y en Barcelona hemos tenido un caso ejemplar, de laboratorio: el Grup 62 se empeñó hace unos pocos años en querer jugar en otra liga, sin conocimientos ni recursos. En el 2003, con un nuevo equipo directivo, se ha impuesto drásticamente la sensatez, con resultados muy esperanzadores: del principio del placer al principio de realidad.
¿A quién cree que podrá confiarle la editorial cuando ya no se sienta con fuerzas?
–Ésta es una pregunta para la caja negra.
¿Lo peor siguen siendo los colegas?
–Buen número de los colegas objetivamente “peores” viven aterrorizados ante un posible despido (o un despido más, quizás el definitivo). Pero, en fin, convengamos que algunos colegas no sean lo peor, sino el sistema, aunque se aprecien al menos las “buenas maneras”, a veces olvidadas. Cursillos de urbanidad, ya que no de ética imposible.
Ha reunido escritos y artículos, pero, ¿por qué no se plantea escribir sus memorias, sin censuras?
–Aunque disfruto mucho con las memorias de mis colegas –leí las de Barral y ahora las de Salinas (esperando impaciente la segunda parte, cuando empieza su vida de editor)–, no me apetece sentarme solemnemente a escribir mis memorias (y no sólo por la falta de tiempo). Me divierte más ir escribiendo a ratos perdidos (o más bien bajo presión) crónicas profesionales y discontinuos fragmentos de autobiografía.

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