X-MEN
Juan Raro
Olaf Stapledon
Minotauro
Buenos Aires, 2004
236 págs.
Por Esteban Magnani
Las novelas que plantean la vida de personajes que poseen una inteligencia superior a la del promedio, incluido el lector y el escritor, son un desafío que pocas veces sale bien. En el caso del clásico de la ciencia ficción de los años ‘30 Juan Raro –reeditado ahora por Minotauro–, el inglés Olaf Stapledon intenta romper esa limitación para explicar cómo es que un niño sabe más matemáticas que un profesor, aprende un idioma en pocos días o se comunica telepáticamente, por no hablar de su propia comprensión de la religión y el futuro de la humanidad. Cabe aclarar que los casi 70 años de ciencia ficción subsiguientes a esta novela tampoco lograron resolver el problema, por lo que juzgarla duramente sería lo mismo que afirmar: “La Odisea tiene algunas escenas de guerra algo inverosímiles...”.
Juan Raro es más que un genio; es un Homo Superior, que señala hacia la evolución del hombre, pero que es incomprendido por sus contemporáneos. Frente a las limitaciones de los Homo Sapiens para comprender a este superhombre, el autor utiliza un narrador que se empeña en buscar explicaciones y a un protagonista que algunas veces condesciende a darlas, pero que resultan frustrantes. Entre medio de este juego de insinuaciones, de comienzos de explicaciones interruptas por las limitaciones del narrador/autor/lector, el protagonista sale a ver el mundo, se encuentra con otros Homini Superiores y decide construir una sociedad con los mejores, lo que permite al autor narrar algunas aventuras que se interrumpen con nuevas explicaciones de Juan. Así las cosas, el protagonista por momentos es sólo un medio para que el autor manifieste sus preocupaciones acerca de los grandes problemas que afronta la humanidad. En ese sentido, Stapledon parece creer, en clave socrática, que la razón llevará a la virtud, que vamos bien, pero estamos mal. Muy mal (y ni siquiera había explotado la bomba; ni la de Hiroshima, ni la de Nagasaki ni las del 11 S y M).
Esta novela es uno de los puntos de partida del camino de la ciencia ficción hacia el interior de los hombres; y su autor, uno de los precursores en la materia. De alguna manera, Olaf Stapledon –quien no tenía antepasados escandinavos sino que sus padres estaban leyendo una historia sobre el rey de Noruega a poco de parirlo– recuerda y anticipa a Más que humano (1953) de Theodore Sturgeon, quien desde la orilla de la ciencia ficción construyó un personaje siguiendo un recetario gestáltico. En el caso de Stapledon, que era Doctor en Filosofía, la novela le sirve para hablar sobre sus preocupaciones y plantear una sociedad mejor. Ya desde su primera novela, publicada dos años antes que Juan Raro y llamada La última y la primera humanidad, Stapledon muestra su interés por el futuro evolutivo de la humanidad, evidentemente frustrado por su actualidad.
En definitiva, la ciencia ficción está para eso, para hablar de un mundo que no existe, pero que podría existir. El desafío es lograr una construcción verosímil, algo que esta novela intenta con aciertos, pero también con caídas.