ADIEU
La dicha en movimiento
Escritora y celebridad, Françoise Sagan hizo coincidir su muerte con los cincuenta años de la aparición de Bonjour Tristesse. Una última semblanza de la escritora que conducía descalza su automóvil rumbo al casino o al hipódromo.
Por Sergio Di Nucci
Tanto en su vida como en sus novelas –observó un crítico francés–, los cigarrillos están para ser fumados, el alcohol para ser bebido, las drogas blandas o duras para ser consumidas. En la primavera de 1954, la sorpresa y el escándalo hicieron de Françoise Sagan la escritora más famosa de Francia y una instantánea leyenda internacional. A los dieciocho años era James Dean en femenino y suscitaba un culto al aura romántica de la adolescencia. Bonjour tristesse había ganado el Premio de la Crítica y se volvió best-seller mundial con un millón de copias vendidas y traducciones a 20 idiomas. La nitidez del estilo y la lucidez de la narradora exacerbaban la inteligencia, la seducción de la juventud modelo años ‘50. Sagan expresaba sentimientos perturbadores en un lenguaje puro (que sería trasladado al cine por Otto Preminger). Una foto de época la muestra junto a François Mauriac, quien había recibido el Nobel. El novelista católico padeció un escándalo sexual y comprendió su corazón, en una modernidad que no ofrecía ni fe ni felicidad. A los franceses conservadores indignaba y atraía una joven que había conocido precozmente la heterosexualidad más carnal; los liberacionistas se asombraban de que saliese triste de aquella experiencia. Es el tema de su novela, cuyo bellísimo título es un verso de Paul Éluard. Cecilia, la protagonista, empieza creyendo que es “perfectamente feliz” porque tiene amante, auto, dinero, un padre seductor y cómplice. Pero descubre la pasión cuando Ana, su mejor amiga, se convierte en la amante de su padre. Las últimas líneas del libro la reclaman: “¡Ana, Ana! Repito el nombre en voz muy baja, largo tiempo, en la oscuridad. Algo sube en mí, y yo lo saludo por su nombre, con los ojos cerrados: Buenos días tristeza”. Pero Ana está muerta, porque Cecilia la hizo morir. En la novela siguiente, Una cierta sonrisa (1956), la protagonista Dominique, cansada a los diecisiete años de un amante que considera provinciano, busca otro mayor y con más prestigio. Cuando esa relación fracasa, se rehúsa todo romanticismo: “Nuevamente estaba sola. Tenía ganas de repetirme la palabra: sola, sola. ¿Pero qué? Era una mujer que había tenido un hombre. Una historia simple. No tenía que hacer morisquetas”.
Cincuenta años después de Bonjour tristesse, Sagan murió cuando la primavera llegaba al Hemisferio Sur. Había publicado decenas de libros elogiados por Roland Barthes y por Adolfo Bioy Casares: novelas, relatos, teatro, memorias. Había vivido una vida de excesos, y por eso había sido feliz. Conducía el auto descalza, casi sin usar el volante: le costó accidentes de los que salió airosa. Con el dinero, más tenía, más tiraba por la ventana... y las ventanas estaban siempre abiertas. Le gustaban el casino y el hipódromo. El Festival de Cannes, del que presidió el jurado, recuerda sus gastos como un record nunca superado. Tenía muchos falsos amigos y muchos más verdaderos enemigos. Su sinceridad era una aristocrática invitación a la guillotina, como los peinados en la corte de Luis XVI.
En la vida no hay nada más grave y menos triste que los excesos y el amor. Ella así lo supo.