Dom 26.05.2002
libros

Y el mundo será Tlön

Los Textos recobrados 1931-1955 que, al final del año pasado, incorporaron al formato libro los textos de Borges que permanecían dispersos (varios de ellos, modestamente, recuperados por Radarlibros) permiten ingresar a su obra por una puerta que conecta la realidad con la ficción (sin que se sepa muy bien qué es cada cosa, hoy menos que nunca).

Por Ariel Schettini

Que la obra de Borges continúe acumulándose, aumentando, reproduciéndose ilimitadamente, es algo que no puede sorprender a nadie. Estaba en las mismas palabras de Borges, en sus personajes, en sus mundos, esa especie de multiplicación continua de la literatura. Fue él mismo quien creó una especie de monstruo voraz y reconfortante que va alimentándose de todo lo que ve, que se disuelve en todo lo que toca, que contamina todo lo que se dice: a ese monstruo él lo llamó literatura.
De modo que en la incesante edición de sus obras, parceladas y etiquetadas de modos diversos, hay que ver algo más que un mero ardid editorial para seguir vendiendo una de las pocas marcas de rentabilidad asegurada y riesgo mínimo de la literatura argentina. Hay que leer una especie de sueño realizado o de puesta en práctica de aquello que las palabras mismas de Borges nos auguraban y se auguraban para sí: la literatura como una garantía de eternidad (no de las personas, sino de la imaginación). Ahora el monstruo, a pesar de sí mismo, se llama Borges.
Y es que cuando Borges se burlaba de quienes llamaban a sus textos una “obra” no se trataba de un gesto de falsa humildad, sino de una descripción estricta de su trabajo, que está completamente escrito contra la idea de “obra” (y mucho más contra la idea de Obra completa), porque no se puede entender sino a partir de la recombinación, el fragmentarismo, la repetición, el collage (de otros, de sí mismo) y la idea romántica de que la literatura no es más que un diálogo, como un reactivo puesto sobre las palabras para que produzcan otra cosa más.
No hay más que ver la diversidad de los temas tratados en estos Textos recobrados 1931-1955, sólo comparable con el capricho con el que se dictan sentencias sobre los libros más inverosímiles o las películas más olvidables, que llevados por la prosa de Borges parecen interesantes (cuando no necesarios). En el mismo libro se dice que la película King Kong tiene un problema de ángulo de la cámara, se discute la relación entre Nietzsche y el antisemitismo, se recorren los avatares del género gauchesco o de la literatura policial y se narra un compendio de la literatura portuguesa desde sus orígenes hasta fines del siglo XIX; hay notas, conferencias, poemas, traducciones. Y no porque sea una compilación de otros es más o menos caleidoscópica que los propios libros de Borges.
Ese efecto “Aleph” de su literatura fue explicado por él mismo cuando trata de definir la figura retórica “enumeración caótica”: se trata de construir un grupo de imágenes que por efecto de la yuxtaposición más o menos azarosa genere la percepción de una serie cósmica, y esa relación entre el orden y el desorden puede muy bien ser trasladada a la yuxtaposición de lo fragmentario que provoca una idea de totalidad. Allí donde hay miscelánea, Borges muestra enciclopedia.
Pero esta compilación también nos permite ver otra faceta de Borges, acaso menos estudiada y, posiblemente, menos exitosa: Borges como intelectual. Si podemos decir que el intelectual es aquel personaje que, separado de sus tareas específicas y profesionales, interviene efectivamente sobre el campo social, es en estas notas de diarios y revistas donde es posible encontrar a ese Borges.
Su preocupación por el antisemitismo creciente en nuestro país como mímesis del europeo, sus incesantes burlas al nacionalismo chauvinista argentino, las consideraciones sobre la trama urbana de subterráneo en Buenos Aires, el uso del sombrero o la censura teatral, permiten leer en estos Textos recobrados 1931-1955 el origen de aquel Borges que conocimos viejo y famoso, que se permitía opinar, rotundamente y a su antojo, sobre el fútbol, la dictadura militar, la democracia, la moda, la arquitectura de Buenos Aires, etcétera.
Ese aspecto de Borges (tan diferente en este punto a su amigo Bioy, por establecer una comparación nítida), muchas veces queda opacado por la luminosidad de sus ficciones y ensayos literarios. Aunque Borges lo protegió y lo alimentó en incursiones en revistas frívolas y probablemente lo usara como garantía de su popularidad y de su llegada a un público que excedía al de sus lectores. Eso lo volvió un personaje, y lo convirtió, paradójicamente, en uno de los más grandes mitos. Miró la realidad argentina y su vida cotidiana con las mismas técnicas con las que inventó ficciones, y con ello definió a los argentinos. Pero entender ese pasaje entre ficción y realidad como en “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius” era parte de sus destrezas; y también ello se sigue reproduciendo.
Como si hicieran falta pruebas para sostener el argumento, puede leerse en la “Nota del editor” (pág. 8) de estos mismos Textos recobrados, la frase: “No hemos podido obtener la nota de cine ‘Cromwell: el poderoso’ de la revista Urbe (sic), 1930, cuya traducción al francés fue publicada en...”.
Esto quiere decir, entonces, que hay un capítulo de la vasta enciclopedia “Borges” que aparece y desaparece de acuerdo con su conveniencia y su voluntad. Evidentemente, hay un lugar donde sí existe, donde sí fue publicada, pero es de acceso imposible. Aunque el editor de los Textos recobrados no lo diga, todos lo sabemos: es en Tlön donde esta obra puede recuperarse, y explica algo secreto de la obra del mismo Borges que jamás vamos a entender. Porque vuelve sobre su magia como un gato sonriente que puede aparecer, desvanecerse y vuelve para decirnos algo más que se había olvidado, pero que queda en su memoria.

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