› Por Mariana Enriquez
Es imposible puntualizar las razones del renovado interés por la ciencia ficción y la narrativa fantástica en Argentina, que se manifiesta en varias encarnaciones y renacimientos. Hace tres semanas, la Fundación Ciudad de Arena fundada por Gabriel Guralnik organizó el Segundo Encuentro de Creadores Argentinos de Género Fantástico en el Club del Progreso, punto final de un año de actividad febril cuyo pico más alto fue un viaje-taller literario a través del desierto a bordo del Tren Patagónico que une Viedma y Bariloche. Muchos de los autores participantes Angélica Gorosdischer, Alberto Laiseca, Ana María Shua, Pablo De Santis entre otros participan de la colección de literatura fantástica que publica Página/12. En el Encuentro estaban presentes los libros del relanzado y mítico sello Minotauro, que este año pobló las librerías de reediciones de clásicos Los libros de Terramar de Ursula K. le Guin, Solaris de Stanislav Lem por ejemplo y novedades como Milenio Negro de J. G. Ballard, Mundo espejo de William Gibson y hasta Fábulas Invernales del argentino Carlos Gardini. Allí también se presentó en sociedad la nueva colección de ciencia ficción y fantástico de la editorial Interzona, Línea C, que acaba de publicar sus dos primeros libros: Plop de Rafael Pinedo (ganador del Premio Casa de las Américas) y Preparativos de viaje de M. John Harrison. >>>
Rodeando
a la realidad
No sé si es la emergencia periódica de un interés
que siempre existió del lector, que quiere tener una evasión eficaz
y enriquecedora, un antídoto contra el empacho de falso realismo que
es la prensa cotidiana, dice Marcelo Cohen, editor de Línea C,
tratando de explicar el nuevo escenario del fantástico en Argentina.
Como reacción sería bastante explicable: los libros más
vendidos en los últimos años indican que la gente se ha volcado
hacia el periodismo. Por otra parte hay un regreso del interés literario
por el realismo, que había quedado desacreditado por el desarrollo mismo
de la historia de la literatura realista. Pero a veces para llegar a la realidad
hay que dar rodeos, y estos rodeos son los que da la literatura fantástica.
Podríamos plantearlo de esta manera: más interesante que la llegada
muchas veces es el rodeo, porque es donde aparecen los enigmas y las hipótesis.
Cuanto más largo y más extravagante el rodeo, mejor.
La flamante colección es sanamente extravagante. La dinámica del
armado lo determinó así. Originalmente, Línea C pretendía
dedicarse exclusivamente a la ciencia ficción, pero en el camino, hubo
que tomar otras decisiones. Yo quería ciencia ficción,
explica Cohen, para no caer en la diletancia y porque soy un amante del
género; creo que es una zona placentera, evocadora, de la rama sentimental
de la lectura, si es que hay otra. Y también porque es una necesidad
para muchos lectores, sobre todo jóvenes, y me da rabia que el que podría
ser lector de ciencia ficción y circular entre el género y la
literatura en general, ese lector que podría ir de ida y vuelta entre
Cristopher Priest, H. P. Lovecraft y los cuentos fantásticos de Henry
James y Franz Kafka caiga prisionero del personaje de devorador de películas
y pochoclo, que sale del cine con tema de conversación metafísica
para cinco minutos. Pero pronto Cohen se encontró con que, sencillamente,
no había tanta buena producción de ciencia ficción. Después
de la última oleada renovadora del cyberpunk, hay una gran desorientación.
Por otra parte, la ciencia ha progresado tan rápido que es muy difícil
pensar en dispositivos que signifiquen algún adelanto. La exploración
de aquello que llamamos intimidad, que está constituida por los elementos
del paisaje que ha hecho la cultura, está literariamente en una leve
crisis. Como si hubiera un cambio de paradigma que no se llega a articular.
Por eso tuvo que invocar a J. G. Ballard, el escritor que explora el desarrollo
futuro de algunos síntomas todavía inadvertidos y acuñó
la frase: La ciencia ficción tiene que dejar de ocuparse del espacio
exterior y el futuro lejano y ocuparse del futuro cercano y el espacio interior,
para empezar a pensar en una colección más amplia quepudiera incluir
la aterradora y cruda novela postapocalíptica de Rafael Pinedo, las sutilezas
de un visionario renovador como M. John Harrison y, próximamente, la
inclasificable literatura de Gene Wolfe, Georg Klein y Stephen Millhauser. Vamos
a publicar poco porque es una editorial chica, y vamos a seleccionar con cuidado,
explica Cohen. Hay demasiados libros; sólo hay que sacar libros
buenos.
Un
mundo extraño
Editar en Argentina, con traducciones propias, puede convertirse
en una empresa tan compleja como caminar y respirar en Saturno. Hay varias cosas
con las que una editorial pequeña debe lidiar. Todas son fastidiosamente
antiliterarias, dice Cohen. Modestamente, Línea C quiere recuperar
el tiempo perdido: durante años, la nueva narrativa fantástica
no llegó a Argentina, y varias generaciones dejaron de leer autores actuales.
Es una pena, porque gran parte de la mejor literatura argentina se ha
hecho de leer literatura contemporánea al autor del caso. Es indudable
que muchos escritores argentinos, desde los más augustos a muchos contemporáneos
míos, han leído eso. Podemos leer lo que nos interesa en otros
idiomas, pero da mucho gusto leerlo traducido.
¿Cuáles son los problemas de querer recuperar esa tradición?
En primer lugar, buscar los libros que no forman parte del catálogo de
los grandes grupos editoriales españoles, o convencer a los agentes de
los autores de probar suerte con una empresa argentina. Hay que explicar
que los países latinos quieren volver a decidir sobre sus preferencias,
que necesitan traducir porque la lengua no es la misma; muchos de los libros
españoles que llegan son difíciles de entender para el lector
porque el castellano se ha diversificado de una manera extrema. Además,
ya no funciona la utopía de una lengua neutra, porque muchos de los escritores
más interesantes escriben en jerga; y la jerga sólo se puede traducir
en jerga. Para explicar, cita el ejemplo de Jonathan Lethem, un autor
neoyorquino con el que Línea C se ilusionó. Pidieron los derechos
para Argentina de su primera novela, Gun, with Ocassional Music, una novela
influenciada por Lewis Carroll, Philip K. Dick, Raymond Chandler. En esa
novela se produce lo que más me interesa de la literatura fantástica,
la emergencia de algo que no estaba, y que de repente pasa a formar parte del
repertorio de nuestros hechos cotidianos. Pero Random House tiene los derechos
de Lethem de por vida. También me pasó con un clásico,
La nube púrpura de M. P. Shiel, una novela que podríamos llamar
del género último hombre. Aunque el autor murió
en los años 30 y en teoría ya no se deberían pagar
derechos, los tiene Javier Marías, que me pidió mucho dinero para
la edición. Sin ponernos de rodillas, pedimos que los derechos para América
latina sean más baratos, pero eso no siempre se comprende.
Todo este trabajo que muchas veces termina en frustración obliga a leer
las cosas más extrañas Línea C está detrás
de una novela de terror francesa de principios del siglo XIX llamada El asno
muerto y la mujer guillotinada y a grandes sorpresas. A M. John Harrison,
por ejemplo, le encantó la idea de ser traducido en Argentina porque
uno de sus libros anteriores, El curso del corazón, fue editado por Minotauro
con una excelente traducción de un argentino y se convirtió en
un pequeño fenómeno de culto. También ayuda a encontrar
autores que, de alguna manera, rozan los límites del género y
lo cuestionan. En este sentido, Línea C se hizo con un libro de Gene
Wolfe llamado Peace. Wolfe es un autor particular: parece que hiciera
género y nunca lo hace, ni siquiera subvierte los géneros.
Se mete, pasea y descubre o visita las zonas nunca visitadas de una literatura
que aparentemente ya está consolidada. Lo fantástico hoy no deja
de ser un nombre muy vago, que puede abarcar desde lo sobrenatural hasta el
género de espadas. En el mundo anglosajón existe la división
entre sci-fi y fantasy, pero incluso esas dos denominaciones son excesivamente
amplias. Wolfe es un escritor de los más grandes e interesantes porque
es una curiosa mezcla de libertad inventiva con rigorconstructivo y gran conciencia
literaria. Su literatura es la que más me interesa porque contribuye
a una definición en marcha de lo fantástico. No es estrictamente
ciencia ficción o fantasy, es un escritor que hace dos cosas que me interesan
de la literatura fantástica: tratar de descifrar el mundo con elementos
de la razón que no son de la razón cartesiana e ilustrada, sino
una razón que hoy sólo está en condiciones de crear la
ficción, y no tiene una confianza desmesurada en la integridad de las
narrativas, por eso sus relatos son absorbentes y satisfactorios pero no aplanados.
Los otros próximos lanzamientos de Línea C son Libidissi, una
novela del alemán Georg Klein protagonizada por una pareja de espías
que entran a una ciudad hipotética para perseguir a alguien que aparentemente
está traficando información (Logró algo así
como la cuadratura del círculo, dice Cohen, una novela fantástica
becketiana y ligeramente kafkiana) y una novela corta de Steven Millhauser
incluida en el libro de relatos In the Penny Arcade llamada August Eschenberg,
sobre un fabricante de autómatas en la Berlín de principios del
siglo XX. Millhauser es un escritor que trabaja con la realización
durante toda la vida de las fantasías de infancia; crea hechos imposibles
mediante esa proyección y estos hechos generan delicia en la misma medida
que fracaso. Tres de sus libros fueron publicados en Chile, no le fue bien,
y después de seis meses de conversaciones lo convencimos, sobre todo
porque él coincidía en que la nouvelle debía publicarse
por separado.
Línea C está en conversaciones con escritores argentinos, pero
todavía no puede dar nombres. Acá no tenemos intención
de dar zarpazos, dice Cohen. Vamos de a poco. A mí me interesan
los buenos libros que obedecen a la tradición de describir otro mundo
sin coquetear con el irracionalismo, de hacer posible algo que antes no estaba.
No me gusta la ciencia ficción aleccionadora, ni la que como cierta
novela histórica da la sensación de que uno va a salir informado.
Me gusta más que sea un trip. Y aunque no disfruto mucho de los constantes
tironeos, creo que estar bien dar pelea. Para mí en esto no va implícito
ningún nacionalismo, está en juego la literatura.
Harrison,
el anatomista
M. John Harrison publicó
su primer cuento a mediados de los años 60 y desde entonces
es uno de los nombres principales de lo que se llamó la Nueva Ola
Británica de literatura fantástica y ciencia ficción.
Pero en los cuentos incluidos en Preparativos de viaje, su narrativa parece
evadir cualquier límite genérico para lanzarse en una búsqueda
de lo extraño profundo y constante, que no necesita de ningún
lugar común. Ni mundos hipotéticos, ni recreaciones de pasados
remotos, ni dispositivos tecnológicos; Harrison explora la intimidad
hasta lo doloroso en textos sobrevolados por sensaciones de pasaje y límite,
de movimiento permanente y efectos disruptivos imprecisos. El primer cuento,
Señoras mayores, transcurre en una Inglaterra onírica y
rural; hay un joven que vive con una mujer vegetariana y solitaria, en
un mundo que puede o no estar al borde de algo. En El
Don, una mujer sola lleva amantes a su habitación de hotel
y Harrison luce su estilo económico y elegante, en ocasiones conmovedor:
A ella le gusta esa cara joven, pero tan cansada que parece puro
hueso, barba incipiente y ojos grises; una cara incapaz de aceptar refugio,
que admite el deseo pero no el desahogo. El caballo de hierro
y cómo conocerlo presenta a un joven que planea diferentes
itinerarios en trenes, según lo determinen un mazo de cartas de
tarot. Pero el mejor Harrison aparece cuando confluye la trama con la
sensación: el cuento Vacío, por ejemplo, con
su detective que busca chicos perdidos y una trabajadora social que le
pide ayuda a regañadientes instala un situación casi de
policial, muy familiar, y la dispara hacia un clima que bordea lo aterrador,
con la aparición de una adolescente que estuvo perdida y en ese
día fuera de casa se asomó a un mundo bello y terrible,
que Harrison nunca termina de definir, porque no le interesa. Lo mismo
ocurre con Anima, donde una experiencia sexual juvenil podría
o no ser un hecho sobrenatural. Harrison parece decir que lo más
extraño, lo más complejo son las anatomías de las
relaciones íntimas, la soledad de una mujer que debe ejecutar el
testamento de su hermano escritor, un hombre que ve la salvaje masturbación
de su esposa, lo que sucede en la casa del vecino. Hay aquí cuentos
más cercanos al género, como La costa del suicidio,
sobre un adicto a los deportes extremos en silla de ruedas, tratando de
atrapar en un juego de realidad virtual lo que ya no puede hacer en su
vida. Pero en el relato es mucho más importante la relación
del lisiado deportista con su mujer y un amigo, en lo que termina siendo
una redefinición del significado de riesgo. |
Pinedo,
el carnal
Rafael Pinedo ganó
el Premio Casa de las Américas en 2002 con esta novela, llamada
Plop porque ése es el ruido que hizo el protagonista cuando nació
y cayó al barro; un ruido que terminó siendo su nombre.
Plop es una novela postapocalíptica pero, por signos y referencias,
ese mundo hecho de restos se ubica en el Tercer Mundo. La escritura de
Pinedo escritor argentino que trabaja en el campo de la informática
es tan concreta como la onomatopeya del título. Y brutal: en este
mundo, se recicla a la gentecuando muere (es decir, se la
despedaza, a veces para ser comida) o se la usa (el verbo
que Pinedo elige para nombrar las relaciones sexuales). De la civilización
sólo queda basura, agua estancada que con sólo tocarla genera
la muerte pueden beber sólo la lluvia, el mito de un
árbol; los grupos de personas, nómades, tienen estructura
tribal y burocrática, con voluntarios, secretarios de servicios,
comisario general. Pero hay muchos, todos diferentes, con diferentes tabúes
y reglas. El destrozo impide cualquier unificación más allá
de la que permite la supervivencia. |
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