Dom 19.12.2004
libros

Plan de evasión

› Por Mariana Enriquez


Es imposible puntualizar las razones del renovado interés por la ciencia ficción y la narrativa fantástica en Argentina, que se manifiesta en varias encarnaciones y renacimientos. Hace tres semanas, la Fundación Ciudad de Arena –fundada por Gabriel Guralnik– organizó el Segundo Encuentro de Creadores Argentinos de Género Fantástico en el Club del Progreso, punto final de un año de actividad febril cuyo pico más alto fue un viaje-taller literario a través del desierto a bordo del Tren Patagónico que une Viedma y Bariloche. Muchos de los autores participantes –Angélica Gorosdischer, Alberto Laiseca, Ana María Shua, Pablo De Santis entre otros– participan de la colección de literatura fantástica que publica Página/12. En el Encuentro estaban presentes los libros del relanzado –y mítico– sello Minotauro, que este año pobló las librerías de reediciones de clásicos –Los libros de Terramar de Ursula K. le Guin, Solaris de Stanislav Lem por ejemplo– y novedades como Milenio Negro de J. G. Ballard, Mundo espejo de William Gibson y hasta Fábulas Invernales del argentino Carlos Gardini. Allí también se presentó en sociedad la nueva colección de ciencia ficción y fantástico de la editorial Interzona, Línea C, que acaba de publicar sus dos primeros libros: Plop de Rafael Pinedo (ganador del Premio Casa de las Américas) y Preparativos de viaje de M. John Harrison. >>>

Rodeando a la realidad
“No sé si es la emergencia periódica de un interés que siempre existió del lector, que quiere tener una evasión eficaz y enriquecedora, un antídoto contra el empacho de falso realismo que es la prensa cotidiana”, dice Marcelo Cohen, editor de Línea C, tratando de explicar el nuevo escenario del fantástico en Argentina. “Como reacción sería bastante explicable: los libros más vendidos en los últimos años indican que la gente se ha volcado hacia el periodismo. Por otra parte hay un regreso del interés literario por el realismo, que había quedado desacreditado por el desarrollo mismo de la historia de la literatura realista. Pero a veces para llegar a la realidad hay que dar rodeos, y estos rodeos son los que da la literatura fantástica. Podríamos plantearlo de esta manera: más interesante que la llegada muchas veces es el rodeo, porque es donde aparecen los enigmas y las hipótesis. Cuanto más largo y más extravagante el rodeo, mejor”.
La flamante colección es sanamente extravagante. La dinámica del armado lo determinó así. Originalmente, Línea C pretendía dedicarse exclusivamente a la ciencia ficción, pero en el camino, hubo que tomar otras decisiones. “Yo quería ciencia ficción”, explica Cohen, “para no caer en la diletancia y porque soy un amante del género; creo que es una zona placentera, evocadora, de la rama sentimental de la lectura, si es que hay otra. Y también porque es una necesidad para muchos lectores, sobre todo jóvenes, y me da rabia que el que podría ser lector de ciencia ficción y circular entre el género y la literatura en general, ese lector que podría ir de ida y vuelta entre Cristopher Priest, H. P. Lovecraft y los cuentos fantásticos de Henry James y Franz Kafka caiga prisionero del personaje de devorador de películas y pochoclo, que sale del cine con tema de conversación metafísica para cinco minutos”. Pero pronto Cohen se encontró con que, sencillamente, no había tanta buena producción de ciencia ficción. “Después de la última oleada renovadora del cyberpunk, hay una gran desorientación. Por otra parte, la ciencia ha progresado tan rápido que es muy difícil pensar en dispositivos que signifiquen algún adelanto. La exploración de aquello que llamamos intimidad, que está constituida por los elementos del paisaje que ha hecho la cultura, está literariamente en una leve crisis. Como si hubiera un cambio de paradigma que no se llega a articular.” Por eso tuvo que invocar a J. G. Ballard, el escritor que explora el desarrollo futuro de algunos síntomas todavía inadvertidos y acuñó la frase: “La ciencia ficción tiene que dejar de ocuparse del espacio exterior y el futuro lejano y ocuparse del futuro cercano y el espacio interior”, para empezar a pensar en una colección más amplia quepudiera incluir la aterradora y cruda novela postapocalíptica de Rafael Pinedo, las sutilezas de un visionario renovador como M. John Harrison y, próximamente, la inclasificable literatura de Gene Wolfe, Georg Klein y Stephen Millhauser. “Vamos a publicar poco porque es una editorial chica, y vamos a seleccionar con cuidado”, explica Cohen. “Hay demasiados libros; sólo hay que sacar libros buenos”.

Un mundo extraño
Editar en Argentina, con traducciones propias, puede convertirse en una empresa tan compleja como caminar y respirar en Saturno. Hay varias cosas con las que una editorial pequeña debe lidiar. “Todas son fastidiosamente antiliterarias”, dice Cohen. Modestamente, Línea C quiere recuperar el tiempo perdido: durante años, la nueva narrativa fantástica no llegó a Argentina, y varias generaciones dejaron de leer autores actuales. “Es una pena, porque gran parte de la mejor literatura argentina se ha hecho de leer literatura contemporánea al autor del caso. Es indudable que muchos escritores argentinos, desde los más augustos a muchos contemporáneos míos, han leído eso. Podemos leer lo que nos interesa en otros idiomas, pero da mucho gusto leerlo traducido.
¿Cuáles son los problemas de querer recuperar esa tradición? En primer lugar, buscar los libros que no forman parte del catálogo de los grandes grupos editoriales españoles, o convencer a los agentes de los autores de probar suerte con una empresa argentina. “Hay que explicar que los países latinos quieren volver a decidir sobre sus preferencias, que necesitan traducir porque la lengua no es la misma; muchos de los libros españoles que llegan son difíciles de entender para el lector porque el castellano se ha diversificado de una manera extrema. Además, ya no funciona la utopía de una lengua neutra, porque muchos de los escritores más interesantes escriben en jerga; y la jerga sólo se puede traducir en jerga.” Para explicar, cita el ejemplo de Jonathan Lethem, un autor neoyorquino con el que Línea C se ilusionó. Pidieron los derechos para Argentina de su primera novela, Gun, with Ocassional Music, una novela influenciada por Lewis Carroll, Philip K. Dick, Raymond Chandler. “En esa novela se produce lo que más me interesa de la literatura fantástica, la emergencia de algo que no estaba, y que de repente pasa a formar parte del repertorio de nuestros hechos cotidianos. Pero Random House tiene los derechos de Lethem de por vida. También me pasó con un clásico, La nube púrpura de M. P. Shiel, una novela que podríamos llamar del género ‘último hombre’. Aunque el autor murió en los años ‘30 y en teoría ya no se deberían pagar derechos, los tiene Javier Marías, que me pidió mucho dinero para la edición. Sin ponernos de rodillas, pedimos que los derechos para América latina sean más baratos, pero eso no siempre se comprende”.
Todo este trabajo que muchas veces termina en frustración obliga a leer las cosas más extrañas –Línea C está detrás de una novela de terror francesa de principios del siglo XIX llamada El asno muerto y la mujer guillotinada– y a grandes sorpresas. A M. John Harrison, por ejemplo, le encantó la idea de ser traducido en Argentina porque uno de sus libros anteriores, El curso del corazón, fue editado por Minotauro con una excelente traducción de un argentino y se convirtió en un pequeño fenómeno de culto. También ayuda a encontrar autores que, de alguna manera, rozan los límites del género y lo cuestionan. En este sentido, Línea C se hizo con un libro de Gene Wolfe llamado Peace. “Wolfe es un autor particular: parece que hiciera género y nunca lo hace, ni siquiera ‘subvierte’ los géneros. Se mete, pasea y descubre o visita las zonas nunca visitadas de una literatura que aparentemente ya está consolidada. Lo fantástico hoy no deja de ser un nombre muy vago, que puede abarcar desde lo sobrenatural hasta el género de espadas. En el mundo anglosajón existe la división entre sci-fi y fantasy, pero incluso esas dos denominaciones son excesivamente amplias. Wolfe es un escritor de los más grandes e interesantes porque es una curiosa mezcla de libertad inventiva con rigorconstructivo y gran conciencia literaria. Su literatura es la que más me interesa porque contribuye a una definición en marcha de lo fantástico. No es estrictamente ciencia ficción o fantasy, es un escritor que hace dos cosas que me interesan de la literatura fantástica: tratar de descifrar el mundo con elementos de la razón que no son de la razón cartesiana e ilustrada, sino una razón que hoy sólo está en condiciones de crear la ficción, y no tiene una confianza desmesurada en la integridad de las narrativas, por eso sus relatos son absorbentes y satisfactorios pero no aplanados.”
Los otros próximos lanzamientos de Línea C son Libidissi, una novela del alemán Georg Klein protagonizada por una pareja de espías que entran a una ciudad hipotética para perseguir a alguien que aparentemente está traficando información (“Logró algo así como la cuadratura del círculo”, dice Cohen, “una novela fantástica becketiana y ligeramente kafkiana”) y una novela corta de Steven Millhauser incluida en el libro de relatos In the Penny Arcade llamada August Eschenberg, sobre un fabricante de autómatas en la Berlín de principios del siglo XX. “Millhauser es un escritor que trabaja con la realización durante toda la vida de las fantasías de infancia; crea hechos imposibles mediante esa proyección y estos hechos generan delicia en la misma medida que fracaso. Tres de sus libros fueron publicados en Chile, no le fue bien, y después de seis meses de conversaciones lo convencimos, sobre todo porque él coincidía en que la nouvelle debía publicarse por separado.”
Línea C está en conversaciones con escritores argentinos, pero todavía no puede dar nombres. “Acá no tenemos intención de dar zarpazos”, dice Cohen. “Vamos de a poco. A mí me interesan los buenos libros que obedecen a la tradición de describir otro mundo sin coquetear con el irracionalismo, de hacer posible algo que antes no estaba. No me gusta la ciencia ficción aleccionadora, ni la que –como cierta novela histórica– da la sensación de que uno va a salir informado. Me gusta más que sea un trip. Y aunque no disfruto mucho de los constantes tironeos, creo que estar bien dar pelea. Para mí en esto no va implícito ningún nacionalismo, está en juego la literatura.”

Harrison, el anatomista

M. John Harrison publicó su primer cuento a mediados de los años ‘60 y desde entonces es uno de los nombres principales de lo que se llamó la Nueva Ola Británica de literatura fantástica y ciencia ficción. Pero en los cuentos incluidos en Preparativos de viaje, su narrativa parece evadir cualquier límite genérico para lanzarse en una búsqueda de lo extraño profundo y constante, que no necesita de ningún lugar común. Ni mundos hipotéticos, ni recreaciones de pasados remotos, ni dispositivos tecnológicos; Harrison explora la intimidad hasta lo doloroso en textos sobrevolados por sensaciones de pasaje y límite, de movimiento permanente y efectos disruptivos imprecisos. El primer cuento, Señoras mayores, transcurre en una Inglaterra onírica y rural; hay un joven que vive con una mujer vegetariana y solitaria, en un mundo que puede –o no– estar al borde de algo. En “El Don”, una mujer sola lleva amantes a su habitación de hotel y Harrison luce su estilo económico y elegante, en ocasiones conmovedor: “A ella le gusta esa cara joven, pero tan cansada que parece puro hueso, barba incipiente y ojos grises; una cara incapaz de aceptar refugio, que admite el deseo pero no el desahogo”. “El caballo de hierro y cómo conocerlo” presenta a un joven que planea diferentes itinerarios en trenes, según lo determinen un mazo de cartas de tarot. Pero el mejor Harrison aparece cuando confluye la trama con la sensación: el cuento “Vacío”, por ejemplo, con su detective que busca chicos perdidos y una trabajadora social que le pide ayuda a regañadientes instala un situación casi de policial, muy familiar, y la dispara hacia un clima que bordea lo aterrador, con la aparición de una adolescente que estuvo perdida y en ese día fuera de casa se asomó a un mundo bello y terrible, que Harrison nunca termina de definir, porque no le interesa. Lo mismo ocurre con “Anima”, donde una experiencia sexual juvenil podría o no ser un hecho sobrenatural. Harrison parece decir que lo más extraño, lo más complejo son las anatomías de las relaciones íntimas, la soledad de una mujer que debe ejecutar el testamento de su hermano escritor, un hombre que ve la salvaje masturbación de su esposa, lo que sucede en la casa del vecino. Hay aquí cuentos más cercanos al género, como “La costa del suicidio”, sobre un adicto a los deportes extremos en silla de ruedas, tratando de atrapar en un juego de realidad virtual lo que ya no puede hacer en su vida. Pero en el relato es mucho más importante la relación del lisiado deportista con su mujer y un amigo, en lo que termina siendo una redefinición del significado de “riesgo”.
Los cuentos de Preparativos de viaje tienen un curioso efecto retardado. Se leen como ejercicios de un estilista soberbio; las descripciones de flores y valles iluminados por el sol que se incluyen casi en cada uno de los relatos son de una belleza impactante. Pero dejan una inquietud clara, un peculiar nerviosismo porque Harrison se las arregla para conducir al lector por escenas sexuales explícitas, personajes que sufren convulsiones, rostros desfigurados, parejas que perdieron a sus hijos, tendencias suicidas y asesinatos con la suavidad y peso del terciopelo. Un libro del que, por suerte, no se sale intacto.

Pinedo, el carnal

Rafael Pinedo ganó el Premio Casa de las Américas en 2002 con esta novela, llamada Plop porque ése es el ruido que hizo el protagonista cuando nació y cayó al barro; un ruido que terminó siendo su nombre. Plop es una novela postapocalíptica pero, por signos y referencias, ese mundo hecho de restos se ubica en el Tercer Mundo. La escritura de Pinedo –escritor argentino que trabaja en el campo de la informática– es tan concreta como la onomatopeya del título. Y brutal: en este mundo, se “recicla” a la gentecuando muere (es decir, se la despedaza, a veces para ser comida) o se la “usa” (el verbo que Pinedo elige para nombrar las relaciones sexuales). De la civilización sólo queda basura, agua estancada que con sólo tocarla genera la muerte –pueden beber sólo la lluvia–, el mito de un árbol; los grupos de personas, nómades, tienen estructura tribal y burocrática, con voluntarios, secretarios de servicios, comisario general. Pero hay muchos, todos diferentes, con diferentes tabúes y reglas. El destrozo impide cualquier unificación más allá de la que permite la supervivencia.
Plop va al límite y trabaja con el asco y la brutalidad en un estilo tan seco como la deshumanización de los personajes: “Antes de que comenzara la iniciación, Plop se paró. Todos lo miraron. Señaló a una niña, la más gordita. Uno de los suyos le llevó un pote de grasa; otro acercó a la chica. Plop la tiró boca abajo sobre el trono, le puso grasa entre las piernas y la usó por atrás. Aunque la nena gritaba, como tenía la cara contra el trono no se le podía ver la lengua y nadie se preocupó”. Es una novela breve y económica, algo desprolija, pero esto es coherente con su sadismo. También es una historia sobre la lucha del poder en el reino del egoísmo; en este sentido el ascenso y caída de Plop podría ser el itinerario de cualquier otro personaje, de esclavo a tirano, de marginado a explotador.
El subgénero en que se inscribe Plop, novela postapocalíptica, es tradicional y muy habitual; lo que la convierte en un texto sumamente original es el tratamiento: los personajes hablan en “argentino”, hay una perspectiva regional en la mirada sobre los residuos –que son restos de la tecnología del Primer Mundo– y también hay una tecnología propia hecha de conocimientos locales. Y también una vocación por narrar con un minimalismo extremo escenas escatológicas y acciones sin reflexión. Pinedo jamás emite un juicio, sencillamente expone en un libro terriblemente carnal, sucio, difícil para paladares débiles.

 

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